Si alguien está  más interesado en este tema envieme un email a:
 If anyone is interested in a subject more on this subject send me an email to:

mediterrano@gmx.us

martes, 29 de noviembre de 2011

ALT DEL FRARE

  El Alt del Frare es un poblado ibérico situado en el  valle del Canyoles donde se encontraron numeros vestigios y vasos cerámicos  de decoración geométrica. Según las prospecciones de los materiales hallados vemos que se trata de un poblado del siglo VI al III a de C.
  Este yacimiento de impotantes consideraciones debido a los hallazgos cerámicos y los restos de muralla encontrados nos viene situado en le término municipal de La Font de La Figuera en la provincia de Valencia, encontrándose cercano al poblado de la Bastida de les Alcuses de Moxent.

 

Por aquí transitaron todas las civilizaciones, todos los pueblos antiguos. No en balde es el paso más fácil y lógico desde la meseta manchega hacia tierras valencianas, y al revés. Estamos en el valle del río Cányoles, afluente del Albaida, que a su vez vierte sus aguas al Júcar. Al fondo, la Font de La Figuera, con el inconfundible monte del Capurucho. A la izquierda, la Serra Grossa, con Moixent en primer término, y detrás Fontanars, hacia Ontinyent. A la derecha, la Sierra de Enguera. Y como vigilando el valle, cuatro poblados íberos, vamos, los restos de ellos: la Bastida, El Castellaret (el de Dalt y el de Baix), el Alt del Frare y el de la Mola de Torró.
Estamos en una masía que ocupa parte de lo que fue el gran poblado íbero del Castellaret de Baix, y el arqueólogo José Aparicio Pérez, del Servicio de Estudios Arqueológicos (SEAV) de la Diputación de Valencia, nos ubica geográficamente para ilustrarnos en su idea de conjunto: «Sería impresionante, en aquellos tiempos, para cualquiera que penetrara en el valle, toparse con aquellos grandes poblados amurallados; aquellas fortificaciones imponentes. Realmente serían los auténticos vigilantes del valle».
Desde nuestra pasición, en la parte baja de los restos del Castellaret, es bien patente su posición estratégica, como la de los restantes poblados. Por el centro del valle discurren la autovía A-7, el ferrocarril convencional y el trazado del futuro AVE, del que esta semana se ha iniciado la perforación de un túnel muy cerca. Y también se aprecian tramos de la vieja carretera nacional 430, como sobreviven antiguos tramos del trazado que se hizo en tiempos de Carlos III, a cuyo lado perviven masías que fueron ventas al lado del camino de siempre. 
 
Es evidente que el valle sigue siendo lugar de comunicación por excelencia, como a lo largo de la historia. Muy cerca queda la Vía Augusta, que los romanos prefirieron colocar por las faldas de la Sierra Grossa, en un recorrido algo más largo, pero más cómodo, porque evita continuas subidas y bajadas de barrancadas.
José Aparicio asegura que «por aquí han ido pasando todos, y cada civilización ha acondicionado las infraestructuras según la tecnología disponible». Para los romanos fue esencial esta vía estratégica, y la pavimentaron, para facilitar el trasiego de recaudadores, patricios, legiones y también las mercancías que llegaban desde la Bética hasta Roma.
Este era el camino más fácil hasta Gádir, la actual Cádiz, y siguió teniendo ese carácter estratégico con la invasión musulmana: los almorávides, los almohades..., también las huestes de El Cid, y después Jaime I, como más tarde los austracistas y maulets, el Duque deBerwick y el Caballero d'Asfeld, en la guerra de Sucesión, en la famosa batalla emn la cercana Almansa, que determinó el fin de los Fueros del Reino de Valencia. Y después la invasión francesa, y tras ella...
 Y el profesor Aparicio nos desvela de repente la posible corrupción de un nombre: La Font de la Figuera quizá fuera 'de la Fitera', de la 'fita', el hito que marcaba la divisoria entre reinos.
Pero nos hemos citado con él para conocer algo de lo que se sabe del principio de esta historia, la de los íberos que poblaron el valle.
El equipo de José Aparicio está trabajando actualmente en el poblado del Castellaret de Baix. En estos momentos se procede a la clasificiación, registro e interpretación de los múltiples fragmentos de cerámica que fueron hallados en las excavaciones de la pasada campaña, en la que se investigó en algunas parcelas y se inició la apertura de una trinchera, en busca delos restos de la muralla que debió rodear el poblado, al menos en su parte baja, mirando al este.
Los orígenes del Castellaret se remontan al siglo V antes de Cristo y en el mismo hubo vida, al menos, hasta el siglo X de nuestra era, en época musulmana, cuando la población ya hacía tiempo que se había trasladado, por razones de seguridad, al Castellaret de Dalt, situado más de cien metros por encima, en lo alto del monte.
A diferencia del poblado de La Bastida, ubicado enfrente, al otro lado del valle, sobre la Serra Grossa, que fue destruido y no volvió a habitarse, el Castellaret siguió habitado. Es curioso que no se haya podido averiguar qué ocurrió en La Bastida. Sólo se sabe que sus habitantes lo abandonaron todo súbitamente.
 Mientras La Bastida se encuentra sobre un terreno bastante llano, el Castellaret está en una ladera pronunciada, donde los bancales de piedra arreglada, que tienen hoy viejos cultivos de almendros, olivos y algarrobos, delatan bien a las claras lo que debió ser el trazado urbano. Dos ventajas fueron, sin duda, su orientación, cara al sol, y la disponibilidad de agua muy cerca, ya que el poblado queda enmarcado por los barrancos de L'Aiguay El Canyaret. Por el primero aún discurre una tubería que lleva el caudal de una fuente y es visible la vieja y estrecha acequia de antaño.
Lo primero que se encontró aquí fue el llamado tesoro de Moixent, a principios del siglo XX, en el que había monedas cartaginesas de plata, hoy en el museo madrileño de la Valencia de Don Juan.
En 1972, con ocasión de realizarse un desfonde en una finca agrícola, aparecieron restos de la necrópolis. Los dueños avisaron a las autoridades y enseguida se vio la importancia del hallazgo, pese a los destrozos involuntarios causados por las labores agrícolas. Es el llamado Corral de Saus, a unos quinientos metros del Castellaret, cuyos terrenos adquirió la Diputación de Valencia, al igual que ha comprado recientemente la propia finca del poblado.
Se trata de un conjunto singular y muy importante, porque no es frecuente hallar un poblado íbero y su cementerio; lo habitual es encontrar una cosa u otra, no las dos, como ocurre aquí, por lo que José Aparicio dapor sentado que hay tarea de búsqueda arqueológica para muchísimo tiempo.
En la necrópolis se ha trabajado en dos zonas, sacando los restos dediversas tumbas y urnas cinerarias. Los íberos incineraban a sus muertos y luego enterraban las cenizas, variando la amplitud y ornato de cada tumba según la importancia o riqueza de cada familia. Más o menos como ha ocurrido siempre.
La gran mayoría de las sepulturas estaban profanadas, pero los profanadores buscaban sólo tesoros y dejaron el resto. Así pudieron encontrarse múltiples piezas y relieves tallados en piedra, como las famosas 'Damitas de Mogente'('Dametes de Moixent') y múltiples representaciones de animales fantásticos, que parecen delatar una influencia asiria.
 Los trabajos fueron iniciados bajo la dirección de Domingo Fletcher, con la colaboración de E. Pla y la actuación sobre el terreno -ya por entonces- del propio Aparicio, que ahora lleva el peso de las exploraciones, con la ayuda de colaboradores como Clara Zanón y Javier Ros. En la necrópolis están por iniciarse excavaciones, que anuncian resultados prometedores, en la zona que ellos denominan 'la olivereta', y en los dos Castellarets hay mucho estudiado y supuesto sobre el terreno, pero casi todo por sacar aún a flote, piedra a piedra. Muchísimo trabajo por delante.
Según Aparicio, el Castellaret de Baix tendría una población de unos dos mil habitantes. Luego sería una ciudad importante para la época.  Se encontraron varias ánforas, lebes y demás formas  de cerámica, unas más antiguas y otras posteriores.
Eso se deduce por la extensión de los bancales que denotan que se sitúan donde hubo calles y casas, y cuya delimitación ha sido comprobada en diversas catas.
Sin embargo, los investigadores han sacado una conclusión bien curiosa. Comparando las cifras posibles de habitantes y las de enterramientos hallados o que se pueden encontrar en la acrópolis del Corral de Saus, queda evidente que «a todos los muertos no los enterraban», dice Aparicio. Probablemente tenía que ver esto con el estatus social y económico de la gente. Los más ricos tenían enterramientos más grandes, con tres hileras de sillares; los menos potentados, tumbas más modestas, y los pobres, nada de nada. Pero entonces, ¿qué hacían con los muertos restantes, dónde los dejaban? Otro misterio por resolver.