El valle del Canyoles es un corredor natural que
comunica las llanuras costeras valencianas con la Meseta. Se ubica en el Sur de
la provincia de Valencia, en una zona septentrional de la antigua Contestania.
Por este valle, utilizado como vía de comunicación desde época prehistórica,
discurría un trecho del camino de Aníbal, cerca ya de Saiti. El valle del
Canyoles, situado en la comarca interior de La Costera, abarca tanto la vall de
Montesa al Suroeste como la Costera de Ranes y la Hoya de Játiva al Noreste. Presenta
una longitud de unos 60 kilómetros y sigue una dirección Suroeste-Noreste.
Queda delimitado al Norte por las estribaciones más meridionales del Macizo del
Caroig y la Serra d’Enguera, mientras que al Sur lo limita la Serra Grossa. Los
suelos del valle son de baja salinidad, ricos en carbonato cálcico y con un
contenido medio de materia orgánica. El río Canyoles nace en la provincia de
Albacete, cerca de Almansa, y desemboca en el río Albaida, cerca de Játiva,
salvando en su recorrido una pendiente media considerable. Su caudal es escaso,
dependiente del régimen de lluvias, y se alimenta de los aportes irregulares de
los barrancos que recoge a su paso. El valle del Canyoles pone en contacto el
corredor litoral Baix Maestrat-Júcar con el eje Vinalopó-Llano de Almansa. Al
Suroeste se abre de manera relativamente fácil a las tierras manchegas, una vez
superado el macizo del Capurucho y el puerto de Almansa, aunque existe un paso
más sencillo al Sur del Capurucho, en dirección a Caudete y Villena.
El clima de la comarca es mediterráneo, existiendo una diferencia media de unos 4 grados en las temperaturas máximas y mínimas de la cabecera del valle con respecto a las de su parte final. En ésta, los inviernos son algo más suaves y los veranos casi tórridos, con precipitaciones escasas en general, pero puntualmente torrenciales, sobre todo en otoño. En la cabecera, el invierno es un poco más severo y el verano algo más suave. La cubierta vegetal se caracteriza por un predominio del bosque de carrascal con sotobosque denso. El estudio de algunos carbones recogidos en la necrópolis de Corral de Saus (Mogente) permite identificar entre las especies arbóreas más frecuentes en la zona en época ibérica la carrasca, el pino carrasco y el fresno. Los restos de semillas encontrados en una casa del poblado de La Bastida (Mogente) apuntan hacia el cultivo preferente de trigo y cebada. También se documentó la vid y el olivo, pero sin que pudiesen identificarse estructuras relacionadas con el proceso de transformación de sus frutos en vino y aceite. Las leguminosas se cultivarían en zonas bien irrigadas, próximas al río. A lo largo del valle se observa la existencia de más de una decena de canteras de piedra de cronología imprecisa.
Durante la Edad del Bronce se desarrollaron en el
valle del Canyoles, junto con los poblados elevados de posición estratégica y
defensiva, otros asentamientos en laderas de mediana altura o sobre pequeñas
elevaciones, caracterizados por su funcionalidad preferentemente agropecuaria.
En varios casos se detectan aglomeraciones de asentamientos en zonas de paso,
como la que comunica el valle del Canyoles con la vall d’Albaida a través de
Bixquert. No está muy documentada la continuidad de los hábitats prehistóricos
en época ya ibérica, salvo en casos aislados como los del Castellaret y Saiti.
De los 52 yacimientos ibéricos identificados en el valle del Canyoles, 28 se
localizan en el sector de la cabecera (Pérez y Borreda, 1998, 139). De entre
todos ellos sólo unos pocos han aportado estructuras que permitan aproximarnos
a sus dimensiones reales. Valorando todos los yacimientos en conjunto,
predominan los materiales cerámicos del Ibérico Tardío (siglos III-I a.C.)
frente a los más escasos del Ibérico Pleno y el Ibérico Antiguo, lo que pudiera
deberse en parte al carácter superficial de las prospecciones. Es además
probable que los yacimientos del llano hayan sido más removidos y alterados por
la actividad antrópica posterior que los situados en alto.
En la llanura existente al pie de Fuente la Higuera,
un amplio valle en la cabecera del Canyoles, así como en las montañas
circundantes, nos encontramos con varios enclaves ibéricos destacados, como
Santo Domingo, El Frare, San Sebastián, Cabeçoles, Vegueta y Casa Ferrero. El
poblado de Santo Domingo, también conocido como La Mola de Torró, se asienta en
una zona levemente amesetada en el macizo del Capurucho, al pie de la cresta
que da nombre al mismo. La ascensión al yacimiento desde el llano se prolonga
durante unos 45 minutos. El poblado, próximo a las 4 hectáreas, dispone de un
área de captación de recursos que sería suficiente para su subsistencia, pero
no para la acumulación de excedentes destinados a una población distinta de la
que ocuparía el asentamiento (Pérez y Borreda, 1998, 142). Controla un excelente
paso natural y enlaza visualmente, los días claros, incluso con el otro extremo
de la cuenca, la atalaya del Alto de Requena, situada a unos 37 kilómetros.
Vigila un acceso desde el valle a los llanos manchegos, por donde la tradición
oral señala la existencia de carriladas abiertas en la roca, ya sepultadas por
una autovía. Los escasos materiales aportados hasta ahora por el yacimiento nos
remiten al siglo IV a.C., lo que indica su contemporaneidad con respecto a La
Bastida. A poco más de un kilómetro del poblado de Santo Domingo, en una colina
cercana al Capurucho, se encuentra el asentamiento de San Sebastián, casi
integrado en el casco urbano de la población actual de Fuente la Higuera y
próximo al importante manantial de la Font de Baix. El establecimiento, ya muy
arrasado, tendría un aprovechamiento eminentemente agropecuario, si bien
serviría además para garantizar el control sobre varios pasos, como el que
conduce hacia los poblados ibéricos del área de Caudete. A pesar de la
presencia aislada de un fragmento de cerámica ática y de algunas cerámicas
indígenas del Ibérico Antiguo, la mayoría de los materiales del poblado de San
Sebastián se inscriben en el Ibérico Tardío, como cerámica ibérica pintada con
motivos geométricos y vegetales, importaciones campanienses y ánforas itálicas.
El poblado ibérico de El Frare se sitúa en la cima
amesetada y redondeada de un cerro. Los restos de la muralla, la cual
aprovechaba la curva de nivel situada en el límite de la cumbre, describen una
superficie de unas 4 hectáreas. Sus tierras próximas, bastante agrestes, sólo
permitirían el autoabastecimiento. Los pequeños nódulos ferrosos del entorno,
así como algunas escorias, parecen relacionar el enclave con la explotación y
trabajo del hierro. El poblado conectaba visualmente con La Bastida, situada a
algo más de 7 kilómetros. Los materiales se centran en los siglos IV y III
a.C., como cerámica ática y cerámica de barniz negro de los talleres de Rosas.
Cerca de El Frare, al Sureste del mismo, hay estructuras ibéricas muy arrasadas
de departamentos y de una posible muralla en la segunda y más amplia de las
elevaciones conocidas con el nombre de Cabeçoles. Rodeado por buenas tierras de
labor, el asentamiento de Cabeçoles se halla al inicio del corredor de Montesa,
por tanto al pie de la principal vía de comunicación del valle. Sus materiales
son ya de los siglos II y I a.C., como algunas ánforas romanas republicanas. En
otra de las elevaciones de Cabeçoles, en concreto en la cuarta, hay restos de
una posible necrópolis ibérica de época tardía, como estructuras circulares
apenas visibles acompañadas de cerámicas indígenas. También tardío es el
pequeño enclave de Casa Ferrero, cuyas escorias parecen relacionarlo con la
metalurgia del hierro.
En la unidad geomorfológica del Plà de les Alcuses, amplia meseta de suave relieve, el principal poblado ibérico, situado en altura, es el de La Bastida, cuya vida se centró en el siglo IV a.C. Soria y Dies (1998, 432-433) interpretan el yacimiento como un poblado periférico fundado para reforzar una zona fronteriza. Estos autores le adjudican una extensión de 3’5 hectáreas, si bien Pérez y Borreda (1998, 145-146) hablan de 6 hectáreas cercadas por muralla más otras 2 hectáreas delimitadas por otra cerca. De una cantera situada a medio kilómetro se extrajo gran parte de la piedra utilizada para dar entidad física al poblado. Mantiene una buena relación visual con algunos de los principales asentamientos ibéricos de la cabecera del Canyoles. Su importancia en la jerarquización territorial de esta zona parece un hecho confirmado. De La Bastida dependerían, aunque sólo durante menos de un siglo, las principales atalayas que controlaban el paso por el inicio del valle, así como su conexión con la Meseta. También quedarían subordinados a La Bastida bastantes asentamientos en llano de dedicación principalmente agropecuaria, y cuya extensión oscila, en función de la dispersión de materiales, entre 0’5 y 3 hectáreas. Algo más grande sería el enclave de la Casa Goll, si bien en el mismo se mezclan los materiales ibéricos con otros romanos y medievales. Desconcierta la brevedad de la vida del poblado de La Bastida dada su entidad y teniendo en cuenta el esplendor económico rápidamente alcanzado. No es descartable que nuevas excavaciones permitan ampliar su cronología. Su posible dependencia con respecto a un centro mayor no es un hecho probado.
En el inicio del corredor de Montesa, en un área en que se estrecha el valle del Canyoles, se emplaza el poblado ibérico del Castellaret. Se alza sobre un cerro dividido en dos zonas por un foso. La zona alta conserva los restos de una atalaya almohade además de cerámicas ibéricas y tardorromanas. En la zona baja se documenta el asentamiento ibérico, del que hay restos de muros de habitación, pero no de muralla. El poblado no rebasaría las 4 hectáreas. Sus tierras de cultivo eran atravesadas por el cercano río Canyoles. Desde la zona alta, los habitantes del poblado controlarían visualmente un amplio espacio, divisando tanto las áreas de paso como otros enclaves elevados próximos, como La Bastida y Santo Domingo. Es probable que en la zona alta existiese en época ibérica una atalaya fortificada. Al Castellaret estaría seguramente vinculada la necrópolis de Corral de Saus, fechada entre los siglos III y I a.C., pero que reutiliza en sus encachados restos escultóricos ibéricos de los dos siglos anteriores. En el Ibérico Tardío, el poblado del Castellaret reemplazaría a La Bastida como asentamiento principal de la zona, pasando a controlar otros núcleos poblacionales menores, como pequeñas alquerías de función agropecuaria.
En la cuenca media del Canyoles se detecta un menor número de asentamientos ibéricos, lo que se traduciría en una menor densidad poblacional. Salvo en un caso, se ubican en la margen izquierda del río, lejos de las estribaciones de la Serra d’Enguera. Se distancian entre sí regularmente por algo menos de 2 kilómetros. Ocupan pequeñas alturas que les confieren cierto control visual del llano, donde además se centra su actividad productiva. Al otro lado del río, en su margen derecha, hay algunas cuevas sepulcrales prehistóricas en las que también aparecieron cerámicas ibéricas. El pequeño asentamiento de Les Voltes pudo ser una atalaya encargada del control de un vado del río. El principal poblado de la cuenca media del Canyoles es el de Montesa (Pérez y Borreda, 1998, 148), ubicado en un cabezo sobre el que en época medieval se edificó el castillo de la Orden de caballería del mismo nombre. Los materiales ibéricos hasta ahora recogidos se concentran en la ladera Este del cabezo. Del poblado de Montesa dependerían otros centros menores, como Les Voltes. Su territorio abarcaba tanto fértiles tierras de labor como bosques y barrancos. El yacimiento de La Tapadora actuaría como bisagra entre el territorio de Montesa y el de Saiti, pues mantenía contacto visual con ambos centros. Los materiales de la cuenca media del Canyoles remiten sobre todo al Ibérico Tardío, destacando la continuidad de gran parte de sus hábitats en época altoimperial romana.
En la unidad geomorfológica del Plà de les Alcuses, amplia meseta de suave relieve, el principal poblado ibérico, situado en altura, es el de La Bastida, cuya vida se centró en el siglo IV a.C. Soria y Dies (1998, 432-433) interpretan el yacimiento como un poblado periférico fundado para reforzar una zona fronteriza. Estos autores le adjudican una extensión de 3’5 hectáreas, si bien Pérez y Borreda (1998, 145-146) hablan de 6 hectáreas cercadas por muralla más otras 2 hectáreas delimitadas por otra cerca. De una cantera situada a medio kilómetro se extrajo gran parte de la piedra utilizada para dar entidad física al poblado. Mantiene una buena relación visual con algunos de los principales asentamientos ibéricos de la cabecera del Canyoles. Su importancia en la jerarquización territorial de esta zona parece un hecho confirmado. De La Bastida dependerían, aunque sólo durante menos de un siglo, las principales atalayas que controlaban el paso por el inicio del valle, así como su conexión con la Meseta. También quedarían subordinados a La Bastida bastantes asentamientos en llano de dedicación principalmente agropecuaria, y cuya extensión oscila, en función de la dispersión de materiales, entre 0’5 y 3 hectáreas. Algo más grande sería el enclave de la Casa Goll, si bien en el mismo se mezclan los materiales ibéricos con otros romanos y medievales. Desconcierta la brevedad de la vida del poblado de La Bastida dada su entidad y teniendo en cuenta el esplendor económico rápidamente alcanzado. No es descartable que nuevas excavaciones permitan ampliar su cronología. Su posible dependencia con respecto a un centro mayor no es un hecho probado.
En el inicio del corredor de Montesa, en un área en que se estrecha el valle del Canyoles, se emplaza el poblado ibérico del Castellaret. Se alza sobre un cerro dividido en dos zonas por un foso. La zona alta conserva los restos de una atalaya almohade además de cerámicas ibéricas y tardorromanas. En la zona baja se documenta el asentamiento ibérico, del que hay restos de muros de habitación, pero no de muralla. El poblado no rebasaría las 4 hectáreas. Sus tierras de cultivo eran atravesadas por el cercano río Canyoles. Desde la zona alta, los habitantes del poblado controlarían visualmente un amplio espacio, divisando tanto las áreas de paso como otros enclaves elevados próximos, como La Bastida y Santo Domingo. Es probable que en la zona alta existiese en época ibérica una atalaya fortificada. Al Castellaret estaría seguramente vinculada la necrópolis de Corral de Saus, fechada entre los siglos III y I a.C., pero que reutiliza en sus encachados restos escultóricos ibéricos de los dos siglos anteriores. En el Ibérico Tardío, el poblado del Castellaret reemplazaría a La Bastida como asentamiento principal de la zona, pasando a controlar otros núcleos poblacionales menores, como pequeñas alquerías de función agropecuaria.
En la cuenca media del Canyoles se detecta un menor número de asentamientos ibéricos, lo que se traduciría en una menor densidad poblacional. Salvo en un caso, se ubican en la margen izquierda del río, lejos de las estribaciones de la Serra d’Enguera. Se distancian entre sí regularmente por algo menos de 2 kilómetros. Ocupan pequeñas alturas que les confieren cierto control visual del llano, donde además se centra su actividad productiva. Al otro lado del río, en su margen derecha, hay algunas cuevas sepulcrales prehistóricas en las que también aparecieron cerámicas ibéricas. El pequeño asentamiento de Les Voltes pudo ser una atalaya encargada del control de un vado del río. El principal poblado de la cuenca media del Canyoles es el de Montesa (Pérez y Borreda, 1998, 148), ubicado en un cabezo sobre el que en época medieval se edificó el castillo de la Orden de caballería del mismo nombre. Los materiales ibéricos hasta ahora recogidos se concentran en la ladera Este del cabezo. Del poblado de Montesa dependerían otros centros menores, como Les Voltes. Su territorio abarcaba tanto fértiles tierras de labor como bosques y barrancos. El yacimiento de La Tapadora actuaría como bisagra entre el territorio de Montesa y el de Saiti, pues mantenía contacto visual con ambos centros. Los materiales de la cuenca media del Canyoles remiten sobre todo al Ibérico Tardío, destacando la continuidad de gran parte de sus hábitats en época altoimperial romana.
En la parte final del Canyoles el principal
asentamiento ibérico es Saiti, ubicado en la margen derecha del río, mientras
que el resto de los enclaves destacados de la zona ocupan la margen izquierda,
distanciándose bastante del núcleo rector. Habrá que esperar a época romana
para detectar arqueológicamente una ocupación rural en áreas más próximas a
Saiti. El poblado de La Tapadora, de tan sólo media hectárea de extensión, se
alza sobre una pequeña colina en el nacimiento del riachuelo Sants. Ha aportado
algunas cerámicas ibéricas y romanas, pero siempre en pequeña cantidad. Mucho
más abundantes son los materiales del poblado de Fontanars, situado en la
ladera media de un cerro del extremo de la Serra d’Enguera. Está separado de La
Tapadora por el riachuelo Sants. A pesar de disponder de amplias tierras de
cultivo, su función primordial sería estratégica, controlando el paso entre el
valle del Canyoles y La Canal de Navarrés, zona donde se ha encontrado un
camino con carriladas de más de un kilómetro de recorrido. El enclave de La
Carraposa está en la cima de un gran cerro amesetado aislado en el extremo
Noreste de la Hoya de Játiva. Los muros de las laderas quedan en gran parte
cubiertos por un denso pinar. Junto a una alta concentración de cerámicas
ibéricas se hallaron muchos fragmentos de pequeñas terracotas que representaban
équidos y bóvidos. El yacimiento incluiría por tanto un área sacra, bien un
santuario o bien un depósito votivo. La Carraposa sería un puesto adelantado
utilizado por Saiti en el control de una zona septentrional próxima ya al
Júcar. Otra atalaya dependiente de Saiti era la de Santa Ana, de media
hectárea, con un buen control visual de tierras ya ribereñas del Júcar. El
enclave del Alto de Requena ocupaba un cerro amesetado en la zona en que el río
Canyoles se une con el río Albaida. Otros núcleos de pequeña extensión
centraban su actividad en las tareas de explotación agraria de la margen
izquierda de la parte final del curso del Canyoles.
El antiguo “oppidum” ibérico de Saiti pudo estar en
lo que hoy conocemos como Castillo Menor de la actual ciudad de Játiva (Pérez y
Borreda, 1998, 150). En la llamada Serra del Castell se acumulan los restos
defensivos adscribibles a diferentes épocas, sobre todo a la medieval y a la
moderna. Corona la Serra una larga cresta caliza, en cuyas dos vertientes se
dio el poblamiento ibérico. No se han realizado excavaciones sistemáticas, si
bien los materiales de superficie apuntan hacia una continuidad en el
poblamiento desde el Bronce Final. Pérez y Borreda (1998, 149-150) limitan la
extensión de Saiti a unas 8 hectáreas, y le adjudican un territorio pequeño,
que ni siquiera alcanzaría la antigua línea de costa, unos 10 kilómetros más
próxima que la actual. Aunque coincidimos en el hecho de no atribuir
territorios excesivamente grandes a cada centro rector contestano, en el caso
de Saiti sí que consideramos que sus dominios alcanzarían, al menos en la
dinámica protoestatal de principios del siglo III a.C., tanto el mar como la
ribera del Júcar. Saiti contaba con excelentes zonas de labor, destacando en
ellas el cultivo del lino, cuya manufactura es citada por las fuentes clásicas.
No sabemos si el área de Montesa, en la cuenca media del Canyoles, dependería
de Saiti o si tendría en cambio una organización más autónoma, si bien la
primera posibilidad parece bastante factible, dada su escasa población. En
cualquier caso, Saiti sería la gran ciudad de la parte final del Canyoles,
prestigiosa por sus emisiones monetales y claramente favorecida por el nuevo
poder romano, que reforzó su preeminencia administrativa y territorial.
POBLADOS
La Bastida de les Alcuses (mogente)
Necrópolis de Corral de Saus
El Frare
POBLADOS
La Bastida de les Alcuses (mogente)
Necrópolis de Corral de Saus
El Frare