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martes, 22 de noviembre de 2011

CASTILLO DE GUARDAMAR

Este yacimiento da nombre a los restos de una ciudadela amurallada originada en época bajomedieval y destruida por los terremotos de 1829. En el lugar se ha podido documentar una fase de ocupación del Hierro Antiguo, subyacente y anterior a otra fase ibérica de carácter ritual (González Prats y García Menárguez, 2000, 1530-1531). El yacimiento ocupa el cerro que se levanta al Oeste de la actual población de Guardamar. Se trata de una colina amesetada de 64 metros de altitud, dotada de buenas defensas naturales salvo en la ladera que mira hacia el Norte, la cual desciende más suavemente hasta alcanzar la margen derecha del río Segura en la zona de su desembocadura. El río, al conectar con el piedemonte del cerro, genera una ensenada interior con buenas condiciones para la instalación de un embarcadero resguardado de los vientos de Levante. El cerro ofrece una excelente visibilidad para el control del territorio y de la navegación costera, sólo obstaculizada al Sur por las alturas del Moncayo y del Pallaret. En 1981 apareció en las laderas del Castillo un importante conjunto de terracotas ibéricas de carácter votivo, mayoritariamente pebeteros con forma de cabeza femenina. Se relacionó dichas piezas con la posible existencia en el cerro de un santuario ibérico, lo que llevó a Lorenzo Abad a realizar los primeros sondeos arqueológicos en la cima meridional, sin que los trabajos sacasen a la luz ninguna estructura arquitectónica de época ibérica. Excavaciones posteriores permitieron documentar en la cima meridional una fase del Hierro Antiguo, cuyo registro arqueológico se halla asociado a un nivel de acondicionamiento del terreno y a un área de desechos con abundantes restos de fauna terrestre y marina. Entre los restos cerámicos, se recuperaron varios fragmentos de cuencos y platos de barniz rojo, platos de cerámica gris, fragmentos de ánforas de hombro aristado y materiales indígenas, como cerámica a mano bruñida y toscos recipientes ovoides. Se documentaron además varios elementos de terracota relacionados con la industria textil, concretamente fusayolas y pesas de telar. Si verdaderamente existió en el cerro, cuyos niveles arqueológicos ibéricos están alterados por la fuerte intervención antrópica posterior, un santuario relacionado con el culto y quizás también con el control visual del entorno, dicho establecimiento estaría vinculado con otros de los enclaves ibéricos que se situaban en las inmediaciones de la Albufera del Segura, sirviendo quizás como centro de culto y punto de encuentro de diferentes comunidades indígenas. En época preibérica es probable que el lugar dependiese de los poblados fenicios de La Fonteta y el Cabeço del’ Estany, ayudando a éstos en el control del territorio y de las navegaciones.