Este yacimiento da nombre a los restos de una ciudadela amurallada
originada en época bajomedieval y destruida por los terremotos de 1829. En el
lugar se ha podido documentar una fase de ocupación del Hierro Antiguo,
subyacente y anterior a otra fase ibérica de carácter ritual (González Prats y
García Menárguez, 2000, 1530-1531). El yacimiento ocupa el cerro que se levanta
al Oeste de la actual población de Guardamar. Se trata de una colina amesetada
de 64 metros de altitud, dotada de buenas defensas naturales salvo en la ladera
que mira hacia el Norte, la cual desciende más suavemente hasta alcanzar la
margen derecha del río Segura en la zona de su desembocadura. El río, al
conectar con el piedemonte del cerro, genera una ensenada interior con buenas
condiciones para la instalación de un embarcadero resguardado de los vientos de
Levante. El cerro ofrece una excelente visibilidad para el control del
territorio y de la navegación costera, sólo obstaculizada al Sur por las
alturas del Moncayo y del Pallaret. En 1981 apareció en las laderas del Castillo
un importante conjunto de terracotas ibéricas de carácter votivo,
mayoritariamente pebeteros con forma de cabeza femenina. Se relacionó dichas
piezas con la posible existencia en el cerro de un santuario ibérico, lo que
llevó a Lorenzo Abad a realizar los primeros sondeos arqueológicos en la cima
meridional, sin que los trabajos sacasen a la luz ninguna estructura
arquitectónica de época ibérica. Excavaciones posteriores permitieron
documentar en la cima meridional una fase del Hierro Antiguo, cuyo registro
arqueológico se halla asociado a un nivel de acondicionamiento del terreno y a
un área de desechos con abundantes restos de fauna terrestre y marina. Entre
los restos cerámicos, se recuperaron varios fragmentos de cuencos y platos de
barniz rojo, platos de cerámica gris, fragmentos de ánforas de hombro aristado
y materiales indígenas, como cerámica a mano bruñida y toscos recipientes
ovoides. Se documentaron además varios elementos de terracota relacionados con
la industria textil, concretamente fusayolas y pesas de telar. Si
verdaderamente existió en el cerro, cuyos niveles arqueológicos ibéricos están
alterados por la fuerte intervención antrópica posterior, un santuario
relacionado con el culto y quizás también con el control visual del entorno, dicho
establecimiento estaría vinculado con otros de los enclaves ibéricos que se
situaban en las inmediaciones de la Albufera del Segura, sirviendo quizás como
centro de culto y punto de encuentro de diferentes comunidades indígenas. En
época preibérica es probable que el lugar dependiese de los poblados fenicios
de La Fonteta y el Cabeço del’ Estany, ayudando a éstos en el control del
territorio y de las navegaciones.