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domingo, 13 de noviembre de 2011

LA ALBUFERA DE ELCHE



     La Albufera de Elche o llamada también Albufera de Guardamar, es  uno de los espacios húmedos más importantes de la Comunidad Valenciana, situada al S de la provincia de Alicante y por tanto enclavada en la Contestanía de los Íberos. Veamos sobre estas líneas a los habitantes antiguos que vivían en la Albufera de Elche.
     Desde el punto de vista geológico se localiza en la Depresión de Elche, dentro de la Cuenca del Bajo Segura, y ocupa parte del sinclinal limitado por los anticlinales que constituyen la Sierra de Santa Pola y la Sierra del Molar.(Guardamar el Segura, Bajo Segura, abanico del Vinalopó, costa de la Serra del Molar) antes de la retirada del mar de las costas.
      El alejamiento posterior de la línea de costa supone en el Bajo Segura la desaparición de la laguna y la instalación de una llanura de inundación con zonas palustres y lagunares de carácter dulceacuícola.
      Según datos arqueológicos disponibles procedentes del yacimiento de la Picola, la barra arenosa que cierra hoy las Salinas de Santa Pola es posterior al período romano.
     El reducto de la extensa Albufera d'Elx son los humedales que constituyen en la actualidad las Salinas de Santa Pola y el Fondo d'Elx-Crevillent; no obstante, es necesaria la realización de nuevos estudios para confirmar la conexión reciente entre ambas zonas húmedas.
      La presencia fenicia en la  antigua Albufera d´Elx constituye un tema importante para entender la colonización semita en el seno de la Contestanía Ibérica.
   Hacia el fin del siglo VI nos encontramos en esta zona una serie de características cerámicas que ya estaban plenamente desarrolladas en los ambientes fenicio-púnicos del S de la península Ibérica. Como respuesta a este movimiento de flujo, se producirá en las costas del E peninsular, sobre todo en la desembocadura del Ebro y País Valenciano, el consiguiente movimiento de reflujo desde el SE francés, el cual tendrá entre otras consecuencias, la introducción de nuevas características ceramológicas, así como la aparición de nuevos tipos cerámicos como son la jarra bitroncocónica y la urna de orejetas perforadas.

La época final de esta forma tiene lugar en las postrimerías del siglo IV/ primera mitad del III, momento en el que aparecerán los estilos decorativos de Llíria, Elx-Archena, la producción de barniz rojo en el área ilergeta y la cerámica con estampillas. Ejemplares del siglo III y posteriores son escasos y muchos de ellos corresponden a perduraciones, localizados en basureros, cenizales o en yacimientos sin claro contexto arqueológico, repartidos entre las provincias de Guadalajara, Tarragona, Barcelona, Castellón, Lleida, Ibiza, Soria, Valladolid, Badajoz y Portugal, llegando los últimos ejemplares al siglo I a.C.(Sitges de la Por (Autopistas 1995) y Huerto de los Frailes (Watenberg 1978).

      Es posible, según algunos, que en plena desembocadura de los ríos  Segura y Vinalopó o en Plena Albufera, nos encontramos con la  antigua colonia de Alone, pero esto queda en la duda, debido a la magnitud, grandeza y cercanía de poblados y gentes de todas clases y etnias, según demuestran los  hallazgos.

    Es significativo el que tanto La Fonteta como otros centros en que la presencia comercial fenicia fue habitual estén amurallados, indicio de la existencia de un proceso de acumulación de bienes que exigía medidas de seguridad disuasorias ante las posibles ambiciones de las comunidades indígenas del entorno. También presenta murallas el pequeño enclave fenicio del Cabeçó del’Estany (Guardamar), punto adelantado en el acceso a la ruta comercial del Segura.
    La influencia cultural fenicia favoreció en el Sureste durante el Hierro Antiguo la regularización urbanística de algunos núcleos poblacionales mediante obras de aterrazamiento y mediante la introducción de viviendas angulares, más amplias y duraderas que las de la tradición constructiva indígena. Cada vez se hicieron más frecuentes las viviendas con bancos adosados y esmerados enlucidos. comunes durante el período ibérico.
       La Fonteta generalizó diferentes productos, principalmente cerámicas torneadas, en el hinterland de la Vega Baja del Segura y del Bajo Vinalopó, mientras que los artesanos fenicios instalados en Peña Negra suscitaron una destacada producción alfarera cuyas piezas sirvieron para abastecer a otros yacimientos más interiores, como El Monastil (Poveda, 2000).
A partir de la estratificación del poblado de Los Saladares, Arteaga (1976-78) arguye que los primeros vasos con apéndices perforados aparecen a mediados de la sexta centuria o ligeramente antes, a causa de las relaciones con la cultura griega, y que tienden a desaparecer hacia los momentos finales de la centuria siguiente, al mismo tiempo que se instaura la tipología cerámica del Horizonte Ibérico Pleno.
No obstante, en las zonas de mayor raigambre ibérica existen algunas perduraciones. González (1983) a partir de los hallazgos de las excavaciones efectuadas en La Peña Negra de Crevillente, mantiene que el lugar de origen se encuentra también en Grecia, y más concretamente en las tumbas del periodo Geométrico Primitivo del cementerio ateniense del Areópago, y en otras zonas orientales       
          .
En ellos se distingue una verdadera diferencia tanto formal como cronológica con los restantes ejemplares del mundo ibérico debido a “(...) una progresión en la disminución del tamaño original hasta desembocar en el tipo más o menos estandarizado en la producción funeraria ibérica (...)” (Gónzalez 1983). Este tipo cerámico está fabricado con pastas de origen local y ofrece además, una inspiración helénica debido a la intrusión de cerámicas griegas en la última etapa de Peña Negra.
La impronta que dejó la presencia fenicia y su interrelación con las comunidades indígenas en esta zona del Sudeste se puede observar a través de la génesis de un floreciente período orientalizante, bien tipificado en Peña Negra II, en donde desde la arquitectura hasta los repertorios materiales, la iconografía y el propio mundo de las creencias espirituales, encuentran su eco en el seno de la cultura fenicia. Una vinculación con el período final de Peña Negra II y con las innovaciones que emanaron directamente desde el asentamiento fenicio de la desembocadura del Segura la hallamos en el poblado ibérico arcaico de El Oral, en donde se han recogido cerámicas fenicias del Grupo de Málaga, así como un fragmento de vaso de alabastro que podrían ser los escasos restos de una fase previa mal constatada, o incluso materiales dispersos procedentes del expolio antiguo de una necrópolis fenicia.
La concentración de necrópolis y poblados ibéricos antiguos (El Oral, La Escuera, El Molar, El Cabezo Lucero) en el tramo final del río Segura, no es mera coincidencia. Representa la constatación de la importancia de este foco de orientalización que generó la iberización del fondo poblacional muy mixtificado del Hierro Antiguo de la zona.
Claro está que estaban tanto estos, como Peña Negra , de carácter fenicio y griego,  los Saladares y La Fonteta, de carácter fenício en Plena Albufera de Elche que  se extendía a esas zonas, es decir a la desembocadura del Segura.
Resulta altamente ilustrativo que la tradición de un artesanado oriental en el período precedente sea recogida por otro orfebre que se enterró en una de las tumbas del Cabezo Lucero, acompañado justamente de varias matrices de bronce para fabricar medallones huecos.
El influjo orientalizante se debilita en otras regiones más septentrionales del País Valenciano, donde los productos cerámicos fenicios, como la vajilla de barniz rojo y la gris o los típicos envases anfóricos, están mucho menos presentes, signo de que sus mercados indígenas participaron escasamente durante el Hierro Antiguo de las actividades comerciales desplegadas por los fenicios desde sus enclaves ibicencos y del Bajo Segura.
En los centros coloniales fenicios andaluces y en La Fonteta la metalurgia del hierro se daría desde momentos cercanos a su fundación. Desde allí los conocimientos técnicos relacionados con el trabajo del hierro irradiarían hacia los poblados indígenas. Los resortes utilizados por los comerciantes extranjeros en la explotación de los recursos minerales del Sureste, más ricos en el área murciana que en la alicantina, están estrechamente vinculados con el proceso de aculturación suscitado en el mundo indígena, cuyo mejor exponente es el mestizaje cultural detectado en Peña Negra. Junto a los recursos mineros, la sal, el esparto y los productos agropecuarios del Sureste figurarían también entre los bienes dignos del interés comercial de los colonos fenicios.

       Los artesanos fenicios, locales o itinerantes, ofrecieron productos de lujo a las aristocracias indígenas, como la diadema de Crevillente, joya áurea con decoración repujada, influída por los gustos de la orfebrería etrusca. La orfebrería de la etapa orientalizante, conocida como tartésica, presenta unas características morfológicas, técnicas y funcionales muy diferentes con respecto a las de la orfebrería del Bronce Final, representada en el Sureste sobre todo por el tesoro de Villena.
      Los fenicios se trajeron un tipo mediterráneo de orfebrería basada técnicamente en la terna “soldadura-filigrana-granulado”. A lo largo de la presencia colonial fenicia en el Sureste fue cambiando el concepto de joya, pasándose de lo pesado y macizo a lo ligero y hueco, de lo liso y geométrico a lo relivario y figurativo (Perea y Aranegui, 2000, 12-13). Se enriqueció simbólicamente la iconografía local con motivos orientales, como las rosetas, las flores de loto, las palmetas, los árboles de la vida, los animales exóticos o fantásticos y los elementos astrales, todo ello en constante alusión a la fecundidad y al ciclo vital, simbolismo que se perpetuará en las manifestaciones artísticas de época ibérica.
El puerto comercial fenicio de La Fonteta sería el encargado de redistribuir por el Sureste multitud de productos mediterráneos, en muchos casos procedentes de las colonias fenicias andaluzas. Mantenía además una rápida y fácil conexión con los enclaves fenicios de la isla de Ibiza, hecho constatado por los significativos hallazgos anfóricos y de otros elementos ibicencos realizados en las costas alicantinas desde las zonas de Jávea y Denia hasta el área del Bajo Segura. La influencia cultural de la colonia de La Fonteta sobre las poblaciones indígenas de la antigua albufera del Segura sería determinante en la aceleración y cambio de sus procesos de estratificación social e intensificación productiva.
     Tanto La Fonteta como los colonos fenicios asentados en Peña Negra desarrollarían una febril actividad comercial en el marco de una próspera explotación agropecuaria y metalúrgica del entorno, realizada a través de los intermediarios indígenas.
       Los talleres de Peña Negra, cuyos productos llegaron periódicamente hasta el ámbito sardo, son, junto con los de Fort Harrouard en el Norte de Francia, unos de los mejor documentados de este tipo de metalurgia de carácter atlántico. El impacto comercial fenicio en el Sureste provocó además la instauración de un patrón premonetal para las transacciones en forma de barras planas, las cuales conservan su cono de fundición (González Prats, 1991, 114). Estas barras se elaboraban con un cobre muy depurado, en bronce y en plomo. Responderían a un determinado sistema metrológico que nos resulta desconocido. Su área de dispersión afecta a la mitad meridional de la provincia de Alicante y a la isla de Formentera.
        Uno de los talleres metalúrgicos documentados en Peña Negra incluía la vivienda, el horno y una escombrera con más de cuatrocientos fragmentos de moldes, sobre todo de arcilla, exponentes de una alta y sofisticada tecnología, en donde se obtenían piezas típicas de los horizontes culturales de la Ría de Huelva, Vénat, Ronda y Sa Idda (González Prats, 1992, 144). En la escombrera, junto a varios kilos de escorias de cobre y bronce, apareció un fragmento de una pieza de hierro, que sería un objeto importado. Mientras que el Sureste participaba del desarrollo de la metalurgia atlántica y mediterránea, el resto del País Valenciano permanecía imbuido por una metalurgia de tipo continental.
        La influencia fenicia experimentada por los yacimientos de Peña Negra y Los Saladares se aprecia también en la aparición de nuevos tipos de viviendas desde el siglo IX a.C. Las cabañas tradicionales de planta oval o circular, a veces semiexcavadas en el suelo y realizadas con materiales perecederos, vieron cómo a su lado se edificaban otras angulares con zócalos de piedra y otras de planta circular levantadas a base de tapial y adobe, con paredes de barro rojo enlucidas de blanco o amarillo. En cuanto a los enterramientos, se observa en la necrópolis de cremación de Les Moreres, fechada entre el siglo IX y mediados del siglo VI a.C., la extensión de prácticas y construcciones funerarias de tipo meridional, como los túmulos planos, los círculos de piedras hincadas y las plataformas ovales y cuadradas.
         Estas últimas son el precedente de las tumbas de empedrado que se generalizarán en la Contestania durante el período ibérico (González Prats, 1992, 143). Se trata de construcciones funerarias nuevas que dan idea de las transformaciones culturales experimentadas por el Sureste en su contacto con los agentes comerciales fenicios. Antes de la llegada de los colonos fenicios, Peña Negra presentaba algunos elementos próximos al horizonte cultural meseteño de Cogotas I, como las cerámicas de incrustación y de retícula bruñida o las viviendas circulares de barro.
   González Prats (1992, 145) considera que durante el Hierro Antiguo el Sureste formó parte del ámbito orientalizante tartésico, fenómeno cultural ya más diluido al Norte del río Vinalopó, el cual pudo actuar por entonces como frontera entre grupos poblacionales con tradiciones diferentes.
    Las revisiones de materiales efectuadas en yacimientos interiores del País Valenciano han servido para identificar la presencia de algunas cerámicas fenicias durante el Hierro Antiguo, fenómeno atestiguado por ejemplo en El Castellar de Meca (Ayora) y el área alcoyana. En el Alt de Benimaquia (Denia) se desarrolló en la primera mitad del siglo VI a.C. una destacada producción vitivinícola, la cual sería impulsada por las elites indígenas a partir de los conocimientos proporcionados por los comerciantes fenicios, que frecuentaban la región en busca de hierro (Gómez Bellard y Guerín, 1995). Los lagares localizados en el yacimiento se insertaban en un complejo fortificado que tenía como objetivo proteger y prestigiar el sistema productivo desarrollado, y que además estaba en consonancia con el alto valor estratégico del lugar en que se emplazaba, pues desde allí se divisan las costas ibicencas y las embarcaciones provenientes de las mismas.
Entre los primeros elementos foráneos aparecidos en Peña Negra, los cuales nos remiten a la segunda mitad del siglo IX a.C., se encuentran las fíbulas de codo, una fíbula de doble resorte, brazaletes de marfil y cuentas de collar de fayenza y de pasta vítrea. Se trata de objetos de adorno utilizados por los agentes fenicios para entablar un contacto amistoso con las comunidades indígenas. Además de los objetos referidos, en la necrópolis de cremación del yacimiento, denominada Les Moreres, se recuperaron urnas arcaicas de tipo Cruz del Negro y un plato de barniz rojo de inicios del siglo VIII a.C. La interacción humana y comercial con el mundo fenicio fue incrementándose, de modo que Peña Negra, partícipe de la corriente orientalizante, experimentó en el siglo VII a.C. una formidable expansión urbanística.
La influencia fenicia experimentada por los yacimientos de Peña Negra y Los Saladares se aprecia también en la aparición de nuevos tipos de viviendas desde el siglo IX a.C. Las cabañas tradicionales de planta oval o circular, a veces semiexcavadas en el suelo y realizadas con materiales perecederos, vieron cómo a su lado se edificaban otras angulares con zócalos de piedra y otras de planta circular levantadas a base de tapial y adobe, con paredes de barro rojo enlucidas de blanco o amarillo. En cuanto a los enterramientos, se observa en la necrópolis de cremación de Les Moreres, fechada entre el siglo IX y mediados del siglo VI a.C., la extensión de prácticas y construcciones funerarias de tipo meridional, como los túmulos planos, los círculos de piedras hincadas y las plataformas ovales y cuadradas.
        La Fonteta generalizó diferentes productos, principalmente cerámicas torneadas, en el hinterland de la Vega Baja del Segura y del Bajo Vinalopó, mientras que los artesanos fenicios instalados en Peña Negra suscitaron una destacada producción alfarera cuyas piezas sirvieron para abastecer a otros yacimientos más interiores, como El Monastil (Poveda, 2000).
La homogeneidad de las pastas de las cerámicas fenicias redistribuidas durante la fase orientalizante por el Levante peninsular nos remite siempre a Ibiza y a la presencia colonial en la antigua albufera del Segura. El panorama económico apunta a que la extracción del hierro era uno de los principales objetivos del mundo fenicio occidental, lo que explica la presencia de material cerámico fenicio en diversos núcleos mineros castellonenses del Maestrazgo y de la Vall de Uxó.
       Los artesanos fenicios, locales o itinerantes, ofrecieron productos de lujo a las aristocracias indígenas, como la diadema de Crevillente, joya áurea con decoración repujada, influída por los gustos de la orfebrería etrusca. La orfebrería de la etapa orientalizante, conocida como tartésica, presenta unas características morfológicas, técnicas y funcionales muy diferentes con respecto a las de la orfebrería del Bronce Final, representada en el Sureste sobre todo por el tesoro de Villena.
      Los fenicios se trajeron un tipo mediterráneo de orfebrería basada técnicamente en la terna “soldadura-filigrana-granulado”. A lo largo de la presencia colonial fenicia en el Sureste fue cambiando el concepto de joya, pasándose de lo pesado y macizo a lo ligero y hueco, de lo liso y geométrico a lo relivario y figurativo (Perea y Aranegui, 2000, 12-13). Se enriqueció simbólicamente la iconografía local con motivos orientales, como las rosetas, las flores de loto, las palmetas, los árboles de la vida, los animales exóticos o fantásticos y los elementos astrales, todo ello en constante alusión a la fecundidad y al ciclo vital, simbolismo que se perpetuará en las manifestaciones artísticas de época ibérica.
Todos los establecimientos tienen en común su emplazamiento en un promontorio poco elevado, situado a la entrada de una vía fluvial y con su necrópolis en la orilla opuesta al curso del agua en otro islote, con las excepciones de Gadir y Almuñécar.
      Este modelo de asentamiento responde al descrito por Tucídides (VI, 2) en promontorios o islotes con fines comerciales.


YACIMIENTOS   FENICIOS EN LA ALBUFERA  DE ELCHE 


Cabezo de L´Estany 

YACIMIENTOS   IBERICOS  EN LA ALBUFERA  DE ELCHE