La Albufera de Elche o llamada también Albufera de
Guardamar, es uno de los espacios
húmedos más importantes de la Comunidad Valenciana, situada al S de la
provincia de Alicante y por tanto enclavada en la Contestanía de los Íberos.
Veamos sobre estas líneas a los habitantes antiguos que vivían en la Albufera
de Elche.
Desde el punto de vista geológico se localiza en la Depresión
de Elche, dentro de la Cuenca del Bajo Segura, y ocupa parte del sinclinal
limitado por los anticlinales que constituyen la Sierra de Santa Pola y la
Sierra del Molar.(Guardamar el Segura, Bajo Segura, abanico del Vinalopó, costa
de la Serra del Molar) antes de la retirada del mar de las costas.
El alejamiento posterior de la línea de costa supone en el
Bajo Segura la desaparición de la laguna y la instalación de una llanura de
inundación con zonas palustres y lagunares de carácter dulceacuícola.
Según datos arqueológicos disponibles procedentes del
yacimiento de la Picola, la barra arenosa que cierra hoy las Salinas de Santa
Pola es posterior al período romano.
El reducto de la extensa Albufera d'Elx son los humedales que
constituyen en la actualidad las Salinas de Santa Pola y el Fondo
d'Elx-Crevillent; no obstante, es necesaria la realización de nuevos estudios
para confirmar la conexión reciente entre ambas zonas húmedas.
La
presencia fenicia en la antigua
Albufera d´Elx constituye un tema importante para entender la colonización
semita en el seno de la Contestanía Ibérica.
Hacia el
fin del siglo VI nos encontramos en esta zona una serie de características
cerámicas que ya estaban plenamente desarrolladas en los ambientes
fenicio-púnicos del S de la península Ibérica. Como respuesta a este
movimiento de flujo, se producirá en las costas del E peninsular, sobre todo en
la desembocadura del Ebro y País Valenciano, el consiguiente movimiento de
reflujo desde el SE francés, el cual tendrá entre otras consecuencias, la
introducción de nuevas características ceramológicas, así como la aparición de
nuevos tipos cerámicos como son la jarra bitroncocónica y la urna de orejetas
perforadas.
La época final de esta forma tiene lugar en las
postrimerías del siglo IV/ primera mitad del III, momento en el que aparecerán
los estilos decorativos de Llíria, Elx-Archena, la producción de barniz rojo en
el área ilergeta y la cerámica con estampillas. Ejemplares del siglo III y
posteriores son escasos y muchos de ellos corresponden a perduraciones,
localizados en basureros, cenizales o en yacimientos sin claro contexto
arqueológico, repartidos entre las provincias de Guadalajara, Tarragona,
Barcelona, Castellón, Lleida, Ibiza, Soria, Valladolid, Badajoz y Portugal,
llegando los últimos ejemplares al siglo I a.C.(Sitges de la Por (Autopistas
1995) y Huerto de los Frailes (Watenberg 1978).
Es posible,
según algunos, que en plena desembocadura de los ríos Segura y Vinalopó o en Plena Albufera, nos encontramos con
la antigua colonia de Alone, pero esto
queda en la duda, debido a la magnitud, grandeza y cercanía de poblados y
gentes de todas clases y etnias, según demuestran los hallazgos.
Es
significativo el que tanto La Fonteta como otros centros en que la presencia
comercial fenicia fue habitual estén amurallados, indicio de la existencia de
un proceso de acumulación de bienes que exigía medidas de seguridad disuasorias
ante las posibles ambiciones de las comunidades indígenas del entorno. También
presenta murallas el pequeño enclave fenicio del Cabeçó del’Estany (Guardamar),
punto adelantado en el acceso a la ruta comercial del Segura.
La influencia
cultural fenicia favoreció en el Sureste durante el Hierro Antiguo la
regularización urbanística de algunos núcleos poblacionales mediante obras de
aterrazamiento y mediante la introducción de viviendas angulares, más amplias y
duraderas que las de la tradición constructiva indígena. Cada vez se hicieron más
frecuentes las viviendas con bancos adosados y esmerados enlucidos. comunes
durante el período ibérico.
La Fonteta
generalizó diferentes productos, principalmente cerámicas torneadas, en el
hinterland de la Vega Baja del Segura y del Bajo Vinalopó, mientras que los
artesanos fenicios instalados en Peña Negra suscitaron una destacada producción
alfarera cuyas piezas sirvieron para abastecer a otros yacimientos más
interiores, como El Monastil (Poveda, 2000).
A partir de la estratificación del poblado de Los
Saladares, Arteaga (1976-78) arguye que los primeros vasos con apéndices
perforados aparecen a mediados de la sexta centuria o ligeramente antes, a
causa de las relaciones con la cultura griega, y que tienden a desaparecer
hacia los momentos finales de la centuria siguiente, al mismo tiempo que se
instaura la tipología cerámica del Horizonte Ibérico Pleno.
No obstante, en las zonas de mayor raigambre ibérica existen
algunas perduraciones. González (1983) a partir de los hallazgos de las
excavaciones efectuadas en La Peña Negra de Crevillente, mantiene que el lugar
de origen se encuentra también en Grecia, y más concretamente en las tumbas del
periodo Geométrico Primitivo del cementerio ateniense del Areópago, y en otras
zonas orientales
.
En ellos se distingue una verdadera diferencia tanto formal
como cronológica con los restantes ejemplares del mundo ibérico debido a “(...)
una progresión en la disminución del tamaño original hasta desembocar en el
tipo más o menos estandarizado en la producción funeraria ibérica (...)”
(Gónzalez 1983). Este tipo cerámico está fabricado con pastas de origen local y
ofrece además, una inspiración helénica debido a la intrusión de cerámicas
griegas en la última etapa de Peña Negra.
La impronta que dejó la presencia fenicia y su interrelación
con las comunidades indígenas en esta zona del Sudeste se puede
observar a través de la génesis de un floreciente período orientalizante, bien
tipificado en Peña Negra II, en donde desde la arquitectura hasta los
repertorios materiales, la iconografía y el propio mundo de las creencias
espirituales, encuentran su eco en el seno de la cultura fenicia. Una
vinculación con el período final de Peña Negra II y con las innovaciones que
emanaron directamente desde el asentamiento fenicio de la desembocadura del
Segura la hallamos en el poblado ibérico arcaico de El Oral, en donde se han
recogido cerámicas fenicias del Grupo de Málaga, así como un fragmento de vaso
de alabastro que podrían ser los escasos restos de una fase previa mal
constatada, o incluso materiales dispersos procedentes del expolio antiguo de
una necrópolis fenicia.
La concentración de necrópolis y poblados ibéricos antiguos
(El Oral, La Escuera, El Molar, El Cabezo Lucero) en el tramo final del río Segura,
no es mera coincidencia. Representa la constatación de la importancia de este
foco de orientalización que generó la iberización del fondo poblacional muy
mixtificado del Hierro Antiguo de la zona.
Claro está que estaban tanto estos, como Peña Negra , de
carácter fenicio y griego, los
Saladares y La Fonteta, de carácter fenício en Plena Albufera de Elche que se extendía a esas zonas, es decir a la
desembocadura del Segura.
Resulta altamente ilustrativo que la tradición de un
artesanado oriental en el período precedente sea recogida por otro
orfebre que se enterró en una de las tumbas del Cabezo Lucero, acompañado
justamente de varias matrices de bronce para fabricar medallones huecos.
El influjo orientalizante se debilita en otras
regiones más septentrionales del País Valenciano, donde los productos cerámicos
fenicios, como la vajilla de barniz rojo y la gris o los típicos envases
anfóricos, están mucho menos presentes, signo de que sus mercados indígenas
participaron escasamente durante el Hierro Antiguo de las actividades
comerciales desplegadas por los fenicios desde sus enclaves ibicencos y del
Bajo Segura.
En los centros coloniales fenicios andaluces y en La
Fonteta la metalurgia del hierro se daría desde momentos cercanos a su
fundación. Desde allí los conocimientos técnicos relacionados con el trabajo
del hierro irradiarían hacia los poblados indígenas. Los resortes utilizados
por los comerciantes extranjeros en la explotación de los recursos minerales
del Sureste, más ricos en el área murciana que en la alicantina, están
estrechamente vinculados con el proceso de aculturación suscitado en el mundo
indígena, cuyo mejor exponente es el mestizaje cultural detectado en Peña
Negra. Junto a los recursos mineros, la sal, el esparto y los productos agropecuarios
del Sureste figurarían también entre los bienes dignos del interés comercial de
los colonos fenicios.
Los artesanos fenicios, locales o itinerantes, ofrecieron productos de lujo a las aristocracias indígenas, como la diadema de Crevillente, joya áurea con decoración repujada, influída por los gustos de la orfebrería etrusca. La orfebrería de la etapa orientalizante, conocida como tartésica, presenta unas características morfológicas, técnicas y funcionales muy diferentes con respecto a las de la orfebrería del Bronce Final, representada en el Sureste sobre todo por el tesoro de Villena.
Los artesanos fenicios, locales o itinerantes, ofrecieron productos de lujo a las aristocracias indígenas, como la diadema de Crevillente, joya áurea con decoración repujada, influída por los gustos de la orfebrería etrusca. La orfebrería de la etapa orientalizante, conocida como tartésica, presenta unas características morfológicas, técnicas y funcionales muy diferentes con respecto a las de la orfebrería del Bronce Final, representada en el Sureste sobre todo por el tesoro de Villena.
Los
fenicios se trajeron un tipo mediterráneo de orfebrería basada técnicamente en
la terna “soldadura-filigrana-granulado”. A lo largo de la presencia colonial
fenicia en el Sureste fue cambiando el concepto de joya, pasándose de lo pesado
y macizo a lo ligero y hueco, de lo liso y geométrico a lo relivario y
figurativo (Perea y Aranegui, 2000, 12-13). Se enriqueció simbólicamente la
iconografía local con motivos orientales, como las rosetas, las flores de loto,
las palmetas, los árboles de la vida, los animales exóticos o fantásticos y los
elementos astrales, todo ello en constante alusión a la fecundidad y al ciclo
vital, simbolismo que se perpetuará en las manifestaciones artísticas de época
ibérica.
El puerto comercial fenicio de La Fonteta sería el
encargado de redistribuir por el Sureste multitud de productos mediterráneos,
en muchos casos procedentes de las colonias fenicias andaluzas. Mantenía además
una rápida y fácil conexión con los enclaves fenicios de la isla de Ibiza,
hecho constatado por los significativos hallazgos anfóricos y de otros
elementos ibicencos realizados en las costas alicantinas desde las zonas de
Jávea y Denia hasta el área del Bajo Segura. La influencia cultural de la
colonia de La Fonteta sobre las poblaciones indígenas de la antigua albufera
del Segura sería determinante en la aceleración y cambio de sus procesos de
estratificación social e intensificación productiva.
Tanto La Fonteta como los colonos fenicios
asentados en Peña Negra desarrollarían una febril actividad comercial en el
marco de una próspera explotación agropecuaria y metalúrgica del entorno,
realizada a través de los intermediarios indígenas.
Los
talleres de Peña Negra, cuyos productos llegaron periódicamente hasta el ámbito
sardo, son, junto con los de Fort Harrouard en el Norte de Francia, unos de los
mejor documentados de este tipo de metalurgia de carácter atlántico. El impacto
comercial fenicio en el Sureste provocó además la instauración de un patrón
premonetal para las transacciones en forma de barras planas, las cuales
conservan su cono de fundición (González Prats, 1991, 114). Estas barras se
elaboraban con un cobre muy depurado, en bronce y en plomo. Responderían a un
determinado sistema metrológico que nos resulta desconocido. Su área de
dispersión afecta a la mitad meridional de la provincia de Alicante y a la isla
de Formentera.
Uno de
los talleres metalúrgicos documentados en Peña Negra incluía la vivienda, el
horno y una escombrera con más de cuatrocientos fragmentos de moldes, sobre
todo de arcilla, exponentes de una alta y sofisticada tecnología, en donde se
obtenían piezas típicas de los horizontes culturales de la Ría de Huelva,
Vénat, Ronda y Sa Idda (González Prats, 1992, 144). En la escombrera, junto a
varios kilos de escorias de cobre y bronce, apareció un fragmento de una pieza
de hierro, que sería un objeto importado. Mientras que el Sureste participaba
del desarrollo de la metalurgia atlántica y mediterránea, el resto del País
Valenciano permanecía imbuido por una metalurgia de tipo continental.
La
influencia fenicia experimentada por los yacimientos de Peña Negra y Los
Saladares se aprecia también en la aparición de nuevos tipos de viviendas desde
el siglo IX a.C. Las cabañas tradicionales de planta oval o circular, a veces
semiexcavadas en el suelo y realizadas con materiales perecederos, vieron cómo
a su lado se edificaban otras angulares con zócalos de piedra y otras de planta
circular levantadas a base de tapial y adobe, con paredes de barro rojo
enlucidas de blanco o amarillo. En cuanto a los enterramientos, se observa en
la necrópolis de cremación de Les Moreres, fechada entre el siglo IX y mediados
del siglo VI a.C., la extensión de prácticas y construcciones funerarias de
tipo meridional, como los túmulos planos, los círculos de piedras hincadas y
las plataformas ovales y cuadradas.
Estas
últimas son el precedente de las tumbas de empedrado que se generalizarán en la
Contestania durante el período ibérico (González Prats, 1992, 143). Se trata de
construcciones funerarias nuevas que dan idea de las transformaciones
culturales experimentadas por el Sureste en su contacto con los agentes
comerciales fenicios. Antes de la llegada de los colonos fenicios, Peña Negra
presentaba algunos elementos próximos al horizonte cultural meseteño de Cogotas
I, como las cerámicas de incrustación y de retícula bruñida o las viviendas
circulares de barro.
González
Prats (1992, 145) considera que durante el Hierro Antiguo el Sureste formó
parte del ámbito orientalizante tartésico, fenómeno cultural ya más diluido al
Norte del río Vinalopó, el cual pudo actuar por entonces como frontera entre
grupos poblacionales con tradiciones diferentes.
Las
revisiones de materiales efectuadas en yacimientos interiores del País
Valenciano han servido para identificar la presencia de algunas cerámicas
fenicias durante el Hierro Antiguo, fenómeno atestiguado por ejemplo en El Castellar
de Meca (Ayora) y el área alcoyana. En el Alt de Benimaquia (Denia) se
desarrolló en la primera mitad del siglo VI a.C. una destacada producción
vitivinícola, la cual sería impulsada por las elites indígenas a partir de los
conocimientos proporcionados por los comerciantes fenicios, que frecuentaban la
región en busca de hierro (Gómez Bellard y Guerín, 1995). Los lagares
localizados en el yacimiento se insertaban en un complejo fortificado que tenía
como objetivo proteger y prestigiar el sistema productivo desarrollado, y que
además estaba en consonancia con el alto valor estratégico del lugar en que se
emplazaba, pues desde allí se divisan las costas ibicencas y las embarcaciones
provenientes de las mismas.
Entre los primeros elementos foráneos aparecidos en
Peña Negra, los cuales nos remiten a la segunda mitad del siglo IX a.C., se
encuentran las fíbulas de codo, una fíbula de doble resorte, brazaletes de
marfil y cuentas de collar de fayenza y de pasta vítrea. Se trata de objetos de
adorno utilizados por los agentes fenicios para entablar un contacto amistoso
con las comunidades indígenas. Además de los objetos referidos, en la
necrópolis de cremación del yacimiento, denominada Les Moreres, se recuperaron
urnas arcaicas de tipo Cruz del Negro y un plato de barniz rojo de inicios del
siglo VIII a.C. La interacción humana y comercial con el mundo fenicio fue
incrementándose, de modo que Peña Negra, partícipe de la corriente
orientalizante, experimentó en el siglo VII a.C. una formidable expansión urbanística.
La influencia fenicia experimentada por los
yacimientos de Peña Negra y Los Saladares se aprecia también en la aparición de
nuevos tipos de viviendas desde el siglo IX a.C. Las cabañas tradicionales de
planta oval o circular, a veces semiexcavadas en el suelo y realizadas con
materiales perecederos, vieron cómo a su lado se edificaban otras angulares con
zócalos de piedra y otras de planta circular levantadas a base de tapial y
adobe, con paredes de barro rojo enlucidas de blanco o amarillo. En cuanto a
los enterramientos, se observa en la necrópolis de cremación de Les Moreres,
fechada entre el siglo IX y mediados del siglo VI a.C., la extensión de
prácticas y construcciones funerarias de tipo meridional, como los túmulos
planos, los círculos de piedras hincadas y las plataformas ovales y cuadradas.
La
Fonteta generalizó diferentes productos, principalmente cerámicas torneadas, en
el hinterland de la Vega Baja del Segura y del Bajo Vinalopó, mientras que los
artesanos fenicios instalados en Peña Negra suscitaron una destacada producción
alfarera cuyas piezas sirvieron para abastecer a otros yacimientos más
interiores, como El Monastil (Poveda, 2000).
La homogeneidad de las pastas de las cerámicas
fenicias redistribuidas durante la fase orientalizante por el Levante
peninsular nos remite siempre a Ibiza y a la presencia colonial en la antigua
albufera del Segura. El panorama económico apunta a que la extracción del
hierro era uno de los principales objetivos del mundo fenicio occidental, lo que
explica la presencia de material cerámico fenicio en diversos núcleos mineros
castellonenses del Maestrazgo y de la Vall de Uxó.
Los
artesanos fenicios, locales o itinerantes, ofrecieron productos de lujo a las
aristocracias indígenas, como la diadema de Crevillente, joya áurea con
decoración repujada, influída por los gustos de la orfebrería etrusca. La
orfebrería de la etapa orientalizante, conocida como tartésica, presenta unas
características morfológicas, técnicas y funcionales muy diferentes con
respecto a las de la orfebrería del Bronce Final, representada en el Sureste
sobre todo por el tesoro de Villena.
Los
fenicios se trajeron un tipo mediterráneo de orfebrería basada técnicamente en
la terna “soldadura-filigrana-granulado”. A lo largo de la presencia colonial
fenicia en el Sureste fue cambiando el concepto de joya, pasándose de lo pesado
y macizo a lo ligero y hueco, de lo liso y geométrico a lo relivario y
figurativo (Perea y Aranegui, 2000, 12-13). Se enriqueció simbólicamente la iconografía
local con motivos orientales, como las rosetas, las flores de loto, las
palmetas, los árboles de la vida, los animales exóticos o fantásticos y los
elementos astrales, todo ello en constante alusión a la fecundidad y al ciclo
vital, simbolismo que se perpetuará en las manifestaciones artísticas de época
ibérica.
Todos los establecimientos tienen
en común su emplazamiento en un promontorio poco elevado, situado a la entrada
de una vía fluvial y con su necrópolis en la orilla opuesta al curso del agua
en otro islote, con las excepciones de Gadir y
Almuñécar.
Este
modelo de asentamiento responde al descrito por Tucídides
(VI, 2) en promontorios o islotes con fines comerciales.
YACIMIENTOS
FENICIOS EN LA ALBUFERA DE ELCHE
Castillo de Guardamar - Santuario
La escuera
El Castillo de Guardamar
El oral
El molar
Cabezo Lucero
La Alcudia
El Parque de Elche