Si alguien está  más interesado en este tema envieme un email a:
 If anyone is interested in a subject more on this subject send me an email to:

mediterrano@gmx.us

martes, 22 de noviembre de 2011

CERRO DE LOS SANTOS

El santuario del Cerro de los Santos, situado en el camino de Aníbal, se alzaba sobre una pequeña elevación dentro del actual término municipal de Montealegre del Castillo, en el Este de la provincia de Albacete. Conservaba pocos restos constructivos, como sillares, cornisas y fragmentos de un capitel (Prados, 1994, 134). El yacimiento, conocido desde el siglo XIX, aportó exvotos de piedra y de bronce. Las figuras de piedra son claramente mayoritarias, con 392 figuras humanas y 19 animalísticas, mientras que sólo se recuperaron 11 exvotos de bronce. De entre las figuras de bronce atribuidas al yacimiento, sólo 3 proceden con seguridad del mismo, apuntándose un probable origen andaluz para la mayor parte de estas piezas, 9 masculinas y 2 femeninas. Entre las esculturas en piedra, se ha podido identificar con seguridad el sexo de 93 femeninas y 124 masculinas. Todas, con excepción de una pareja, son independientes entre sí, y no están unidas a elementos arquitectónicos, por lo que podían ser desplazadas (Ruano, 1988, 254). No se constató la existencia de ofrendas que representasen miembros del cuerpo humano. Las esculturas parecen representar a personas privilegiadas pertenecientes a grupos sociales económicamente bien situados, o al menos ésta es la impresión que transmiten sus vestidos, joyas y peinados. Las representaciones animalísticas en piedra del santuario se desglosan en 10 équidos, 7 bóvidos, 1 cáprido y una pequeña cabeza de león. Lo que queda de esta última se asemeja tipológicamente a los antiguos leones funerarios del Cigarralejo.



Los personajes masculinos, entre los cuales sólo hay 5 con cascos o espadas, suelen adornarse con torques, pulseras, pendientes u otros signos externos de riqueza y estatus. En los últimos momentos del uso del santuario, el cual se monumentalizó en época romano-republicana y experimentó luego una destrucción en el siglo I a.C., las ofrendas de esculturas humanas se hicieron más expresivas de la destacada identidad de quienes fueron representados en ellas. Es el caso de algunos togados cuyas esculturas llevan su propio nombre. Entre las imágenes está la de Lucio Licinii, cuya inscripción señala que es un representante de los bastulanos. La escultura, muy realista, parece el retrato de un importante personaje civil. Su peinado, hecho a base de mechones triangulares que acaban con un punto, es muy similar al del varón representado en el anverso de un denario de la ceca edetana de Ikalesken. Se trataría de un tipo de peinado extendido entre al menos los bastetanos y los edetanos. Su complejidad podría revelar que es un peinado relacionado principalmente con las elites o los magistrados, pero no exclusivo de los mismos. La escultura referida, acéfala, lleva “toga exigua”, similar a la de otros togados republicanos. Podría ser la representación de un rico personaje dotado de la ciudadanía romana. La alusión étnica de su inscripción habla en favor de la identificación o parentesco sugeridos por Estrabón (III, I, 7) para bástulos y bastetanos. Es muy posible que la ofrenda de esta imagen no se realizase a título individual, sino en nombre de toda una comunidad de indígenas romanizados.
La inserción del santuario en el trazado del camino de Aníbal se corresponde con la abundancia de restos escultóricos localizados en los enclaves situados a lo largo del mismo y a lo largo de la vía Heraklea. La comunicación interregional propiciada por el camino de Aníbal encaja con la frecuentación pluriétnica que al parecer tuvo el santuario. Éste pudo funcionar como punto de encuentro para sacralizar vínculos entre diversas comunidades (Ruano, 1988, 270). Allí se ratificarían matrimonios o pactos concernientes a distintos grupos étnicos. Las ofrendas efectuadas en el santuario superarían el simbolismo religioso para insertarse en el marco de las estratégicas relaciones sociopolíticas mantenidas por varias poblaciones. Es posible que el santuario actuase en algunos momentos como frontera real o como límite étnico fluido y laxo entre las comunidades bastetana y contestana, las cuales encontrarían en este lugar el ambiente sacro adecuado para definir sus relaciones, tanto como pueblos libres como bajo el dominio cartaginés y romano. El santuario del Cerro de los Santos sería por tanto un instrumento religioso extraurbano al servicio de una organización supraterritorial. Sería un espacio sagrado y elitista en el que los representantes de diferentes comunidades bien articuladas territorialmente se reunirían con fines religiosos, políticos y militares para negociar sobre asuntos que requiriesen la sanción de los dioses, buscada probablemente mediante la realización de ofrendas, sacrificios y prácticas de purificación (Prados, 1994, 136). El lugar permitiría además honrar y exaltar públicamente a los dirigentes de los distintos grupos sociopolíticos. La destrucción violenta sufrida por algunas de las esculturas del Cerro de los Santos es otro elemento favorable a la consideración de las implicaciones políticas de su exhibición y uso.

En la zona de Montealegre del Castillo se han podido documentar muestras de sacralidad previas al período ibérico, como petroglifos y pinturas rupestres. En esta región se ubica también la necrópolis ibérica del
Llano de la Consolación, situada a unos 6 kilómetros del santuario del Cerro de los Santos, y rica en restos escultóricos funerarios (Castelo, 1995, 41-54). Abundan en la zona las aguas y sales con poderes salutíferos, propiciadoras del establecimiento de recintos de carácter sacro. Las esculturas depositadas en el santuario del Cerro de los Santos parecen tener una procedencia alejada y diversa, tanto por los tipos de piedra empleados como por su estilo y aditamentos, si bien Aranegui (1994, 126-127), prefiere hablar de un taller local, heredero de la tradición escultórica funeraria y con una amplia clientela aristocrática. Suponen un extenso muestrario de trajes, tocados, joyas y otros pertrechos propios de las modas elitistas de diferentes regiones, como la Meseta, el Levante y el Sureste. Algunas féminas llevan tocados similares a los de la Dama de Elche o a los de las figuritas de terracota de La Serreta de Alcoy. Un caballito depositado en el santuario es muy parecido a otros del Cigarralejo, desde donde llegarían algunos magistrados o ricos personajes. Algunas piezas del Cerro de los Santos, como los bóvidos, un guerrero con posible espada de antenas y un torso femenino con el nombre inscrito de “Aionicalua”, podrían estar reflejando la llegada de viajeros meseteños. En cuanto a los exvotos de bronce, tal vez apuntan a peregrinos procedentes de la Alta Andalucía, cuyos vínculos económicos con el Sureste fueron reiterados. Pérez Rojas (1978), a partir del estudio de epígrafes procedentes de Mogente y otros enclaves, defendió la posible organización de algunas comunidades ibéricas en pentápolis. El Cerro de los Santos se ubicaría entre dos pentápolis, cuyos territorios se conocen por un plomo de Mogente. Cerca de esta población había en época romana un establecimiento llamado “Ad Statuas”, es decir, “Junto a las estatuas”, expresión quizás relacionada con la existencia de esculturas al aire libre, como también pudieron estar al aire libre las esculturas del Cerro de los Santos (punto del viario conocido como “Ad Palem”).
Aranegui (1994) tituló un artículo sobre los santuarios ibéricos del Sureste “Iberica Sacra Loca. Entre el Cabo de la Nao, Cartagena y el Cerro de los Santos”, aproximándose así curiosamente a la definición del territorio contestano a partir de algunos de sus posibles enclaves o puntos de referencia física más excéntricos. Esta autora subraya en su artículo la relación económica y espacial de los santuarios del Sureste, entendidos como manifestaciones no privadas sino colectivas de las sociedades ibéricas. La evolución de estas sociedades tuvo entre sus efectos la implantación territorial de los santuarios. A partir de la consideración de los santuarios de otros contextos mediterráneos, Aranegui hace resaltar la influencia que la navegación pudo tener en la aparición de los santuarios costeros ibéricos, a veces asociados a puertos empóricos favorecedores de las transacciones libres. Vincula la supuesta colonia griega de Hemeroskopeion con el privilegiado establecimiento de Denia, ciudad próxima al Cabo de la Nao cuyo nombre tal vez derive del santuario que quizás allí se alzó en honor de la Artemis Efesia, sincretizada luego con Diana. En esta región se hallaron tesoros de probable carácter votivo, como el de Jávea, compuesto por joyas, y el del Montgó, en el que había monedas, joyas y cerámicas. En cuanto a los exvotos del santuario del Cerro de los Santos, Aranegui considera que los varones esculpidos revelan los cambios producidos en los signos externos de prestigio, casi desapareciendo la exhibición de las armas en favor de la túnica larga, el manto sujeto con fíbula anular, el bonete o bien la coronilla tonsurada, la ostentación de joyas, y el pendiente en una sola oreja, elemento bastante atestiguado en la iconografía del Sureste, como en las piezas escultóricas de Jávea, La Albufereta, Coimbra del Barranco Ancho, Caravaca y El Cigarralejo. En las mujeres del santuario se aprecia un mayor tradicionalismo en la vestimenta, los tocados y las joyas, incrementándose su presencia iconográfica en el Sureste con respecto al período Ibérico Antiguo, lo que es reflejo de posibles cambios sociales.