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viernes, 11 de noviembre de 2011

EL VINO Y EL ACEITE


INTRODUCCIÓN DEL ACEITE EN OCCIDENTE


    En primer lugar llegó el olivo. Plinio el Viejo, que fue procurador en época flavia de la provincia Tarraconense en Hispania, y que conocía bien sus tierras, afirma a propósito del olivo: «Fenestella afirmó que en Italia, Hispania, y también África, no tenían aún este árbol cuando reinaba Tarquinio Prisco, es decir el año 173 desde la fundación de Roma, y que ahora ha llegado también al otro lado de los Alpes, a las Galias y al interior de Hispania» (15.1). Fenestella escribió en tiempos de Augusto (63 a.C. – 14 d.C.). Tarquinio Prisco gobernó desde el año 616 al 578 a.C. según la tradición, período que corresponde al orientalizante reciente en arqueología.

      Diodoro Sículo (5, 35.1), en época de Augusto, puntualiza que los fenicios intercambiaban con los hispanos aceite por plata. Cabe la posibilidad de que el aceite hubiera llegado en fechas anteriores al Occidente, ya que en el sur de Hispania han aparecido cerámicas micénicas –aunque ciertamente en cantidades poco significativas–, y en Oriente por estas fechas sin duda el olivo se cultivaba para la obtención de aceite (Melena 1980, 255-282; Brothwell 1969; Miller 1969; Renfrew 1973.)
       En Etruria la producción de aceite está documentada ya a mediados del siglo VII a.C., y su cultivo se difundió pronto. Se duda de la presencia del olivo en la región del Lacio –¿a finales del siglo VII a.C.?–, al desconocerse los centros productores de vasos que contenían el aceite perfumado del periodo IVB.
   En el Lacio se producía aceite. El cultivo del olivo en Italia es casi con certeza de origen griego, como se desprende de su terminología, tanto en lengua latina como etrusca, aunque recientemente se cree que lo llevaron a Italia los fenicios.
     La presencia de lucernas en la necrópolis fenicia de Sexi (Almuñécar, Granada), fechada por las kotilai protocorintias en torno al 670 a.C. prueba que se usaba el aceite ya en esta fecha.
      Ampolo opina que en Italia como alimento se debían usar más bien las aceitunas que el aceite, ya que se consumía sobre todo grasa animal, al igual que entre los pueblos del norte de la Península Ibérica, que según el geógrafo griego Estrabón (3, 3.7) «en lugar de aceite utilizan manteca». Ampolo sostiene que el olivo y la producción de aceite en Italia fue introducida por los griegos, si bien, como ya hemos indicado, Diodoro Sículo, que habla en general del Occidente afirma que los introductores fueron los fenicios.
      La utilización del aceite para el consumo humano estaba muy extendido entre los semitas. Basten unos cuantos ejemplos extraídos de la Biblia en los que se puede leer que los judíos consideraban el aceite muy necesario para la vida humana y también lo usaban en los rituales de consagración, y en los sacrificios.
     Cuando las tropas de Julio Cesar se enfrentaron en Hispania con las de Pompeyo, éstos acamparon entre olivos en la región del Aljarafe que rodea a Sevilla, famoso por su excelente aceite de oliva.
    La palabra Córdoba significa molino de aceite y las menciones de sus olivares y la calidad del aceite de oliva, por ellos producido ya era famosa desde el tiempo de los romanos, al punto de que el poeta hispano-romano Marcial llamaba a las regiones andaluzas Betis olifera.
      La región de Ampurias, inicialmente era una colonia griega rodeada de ciudades íberas cuyos vestigios aún se conservan, fue un importante centro de introducción del olivo, que vio su gran esplendor en la época romana, en las fértiles tierras de Tarragona, lugar donde se producen hasta hoy día excelentes aceites de oliva.
         Ya fueran los fenicios y  los griegos quienes implantaron su cultivo en la Península Ibérica. Sin embargo, la gran expansión y mejoramiento del cultivo del olivo se debió a los romanos, quienes lo llevaron a todas sus colonias, donde podía desarrollarse. Las técnicas de cultivo y poda ya están ampliamente documentadas y recogidas magistralmente en los libros de agricultura de Catón. En el imperio romano, el olivo y sus ramas eran símbolos de paz, fertilidad y prosperidad.
     El cultivo del olivo, como el de la vid y otros frutales, contribuyo a la sedentarización de las tribus nómadas norteafricanas.
Los nuevos conquistadores, los romanos, estaban tan interesados en la agricultura como los propios africanos sedentarios; los primeros porque deseaban mantener la paz, así como el abastecimiento de las ciudades y legiones del imperio. Los segundos porque querían enriquecerse aprovechando la coyuntura de la paz que solo los romanos podían garantizar frente a las invasiones de tribus nómadas.
   Todas estas circunstancias contribuyeron a la mejora del cultivo del olivar.

OLEASTRO

        Aunque ya existía el olivo silvestre o acebuche, que se daba espontáneamente, es probable que apareciese en las tierras de menos calidad, porque las mejores se reservaban para el cereal y el viñedo.
      El olivo silvestre o “Acebuche” antecesor del olivo actual se podía encontrar por toda la cuenca mediterránea y el oriente medio. También llamado “oleastro” u “olivo bordizo” es un olivo de menor tamaño, de porte arbustivo tipo matorral, espinoso y de frutos pequeños, poco útiles para el hombre.
  Si bien existen indicios de que en los primeros asentamientos sedentarios del hombre ya se tomaban aceitunas como alimento.
        Con anterioridad a la producción de aceite de oliva comestible, se usaba el oleastro, obtenido del acebuche y del que se extraía un óleo muy ácido, cuyo consumo prolongado perjudica al estómago. Gadir (Cádiz) era una isla llena de acebuches y posteriormente de olivos, donde los fenicios intercambiaron con los tartesios el aceite por plata.

INTRODUCCIÓN DEL VINO

    También fueron los fenicios quienes con toda probabilidad introdujeron también el vino en Occidente. En Oriente está mejor y más tempranamente representada la vid.
     Así, una figura procedente de Asia occidental representa a una diosa desnuda y con racimos de uvas en las manos. La factura tiene influencias de Egipto, Siria, Irán y Mesopotamia (Barnett 1980, 169-178).
      Los semitas consumían vino en cantidades significativas.
    Atribuían su descubrimiento a Noé (Gn. 9.20-21). Se bebía en los banquetes. Se usaba en la libaciones de los sacrificios (Ex. 29.40;   
     En la necrópolis de Sexi, concretamente en la tumba 15, ha aparecido un vaso  destinado a contener vino, según reza en la inscripción, para ser consumido por los devotos de Hathor.
        En origen este vaso contenía vino, aunque ello no prueba que el vaso fuera utilizado para transportar vino al Occidente y que luego se utilizara como urna funeraria.
     El texto alude al valor ritual del vino.  
      Piensa Padró que los vasos de alabastro anepígrafos empleados como urnas funerarias en las necrópolis del Cerro de San Cristóbal (Sexi, Almuñécar), fueron vasos utilizados para contener vino.
No hay que descartar que los fenicios transportaran al Occidente en ellos vino o aceite, ya que entre los productos más antiguos traídos por los fenicios se documentan ánforas vinarias.
    Ampolo (1980, 31-32) deduce que la viticultura y el consumo de vino es anterior al siglo VI a.C. de la celebración de las fiestas Vinalia en el calendario de Numa, y de la vinculación entre vendimia y flamen dialis.
     La forma de ciertos vasos relacionada con los convites y con la bebida del vino están ya atestiguadas desde finales del siglo VIII a.C., y principalmente a lo largo del siglo VII a.C.
     La viticultura romana data al menos de la primera mitad del siglo VII a.C., aunque la arqueología ya atestigua la existencia de recipientes para beber vino desde finales del siglo VIII a.C.
     En los corredores funerarios más ricos aparecen pocas ánforas vinarias de importación o imitaciones. A finales del siglo VII el vino es un bien que da prestigio a su poseedor.

     La presencia de ánforas fenicias o griegas en el período orientalizante o tartésíco prueba la importación de vino o de aceite en la Península Ibérica.
       Es difícil determinar qué producto alimenticio envasaban y de qué lugar del Mediterráneo procedía, e incluso saber si los envases eran importados o de fabricación local.    
      Lo lógico es pensar que fueran ambas cosas. Hasta el momento no se han realizado análisis de los contenidos de las ánforas.
         En muchos casos los recipientes han sido reutilizados para conservar cereales o líquidos. Con  estas excepciones, se pueden trazar algunos hitos en el periodo orientalizante.
     Han aparecido  hornos donde se fabricaban ánforas con formas inspiradas en modelos fenicios occidentales arcaicos.   
       Probablemente la existencia de estos hornos sea un indicio del cultivo de la  vid y del olivo en esta región a finales del siglo VII a.C. o en los primeros decenios del siguiente, fecha más probable en que dicho horno estaba en funcionamiento.
       En la Torre de Doña Blanca (Cádiz), que es un yacimiento excepcional por su antigüedad y por su vinculación con la Cádiz fenicia, se han encontrado ánforas procedentes de factorías del Mediterráneo levantino y otras de fabricación fenicio-oriental, que con toda probabilidad sirvieron para la importación de aceite.
       Su fecha es el siglo VIII a.C. Ruiz Mata, director de las excavaciones de este yacimiento, afirma que durante el siglo VIII a.C. llegaron a este lugar importantes partidas de aceite, vino y quizá púrpura.
         Es la fecha más antigua en la que se conocen estos productos en la Península Ibérica y se hace constar el gran número de ánforas fechadas en el siglo VII a.C., y hablan de una intensificación comercial grande, importando vino y aceite; la mayoría de las ánforas son de forma «de saco».).

        En el levante ibérico también se documentan ánforas de vino o aceite en el periodo orientalizante. En Ampurias, desde los primeros momentos y hasta época romana, se han recogido ánforas fenicias y púnicas.
       El espectro anfórico fenicio-púnico es similar al de Ibiza. Las ánforas ebusitanas se mantuvieron desde el final del siglo VI a.C.hasta la época de Augusto; transportarían vino o aceite (Torres 1995,36-39).
     En Vinarragell ha aparecido un lote importante de ánforas de fabricación fenicio-occidental. Las ánforas fenicias se fechan aproximadamente entre los años 650-575 a.C. (Torres 1995, 48). En el SE, entre los siglos VII-VI a.C. se observa que las aforas fenicio-púnicas, que transportaban vino o aceite están en exclusiva (Aranegui 1994, 301).

LAGARES

En este sentido es muy importante la excavación del Alt de Benimaquía en Denia (Gómez y Guerín 1994, 11-31). Allí han sido descubiertos unos lagares que ocupan 50 de los 150 m² excavados, lo que indica un área especializada en el poblado destinada al cultivo de vid y a la elaboración de vino y a su almacenamiento. Se fecha a comienzos del siglo VI a.C. La producción sobrepasa el nivel del autoconsumo. El excedente se vendería a la comarca o en áreas más apartadas.
    Las ánforas fenicias fechadas en la segunda mitad del siglo VII a.C., halladas en los asentamientos indígenas, prueban el consumo del vino y seguramente del aceite distribuido por los fenicios. Los fenicios llevaron igualmente el vino a Etruria. Los etruscos, por su parte, pronto vieron la rentabilidad de producir vino a gran escala, y pronto realizaron cultivos a gran escala cuyo producto exportaban al sur de la Galia y a la costa catalana. Fenicios, etruscos y marselleses comercializaban el vino. Su consumo, en uno u otro lugar, se circunscribía a las capas de la sociedad más ricas.

IMPACTO DEL CONSUMO DE VINO EN LA CULTURA IBÉRICA

El vino, ya fuera importado ya de producción local, desempeñó un papel importante en los rituales. Ya nos hemos referido a la Ría de Huelva. La gran cantidad de copas que aparecen en las sepulturas ibéricas están muy probablemente en función de la bebida del vino con finalidad funeraria ritual. Este tipo de copas se han recogido también en poblado o en palacios, como en el citada de Cancho Roano, lo que indica su consumo en banquetes. Ruiz Mata (1995, 58-59) ha observado que durante todo el siglo VIII a.C. en laTorre de Doña Blanca aparecen copas de cerámica y de pasta vítrea, cuya presencia hay que poner en relación con el consumo de vino traído por los fenicios. Aquí, por ejemplo destacan las copas de paredes finas, del estilo de la Fine Ware Oriental y Samarian Ware, que prueban con las ánforas fenicias una importación de vino, pues el yacimiento es fenicio y eran éstos quienes gestionaban las transacciones.
En Cabezo Lucero hay «vasos de comer y vasos para beber.
Estos vasos se encuentran principalmente en las tumbas masculinas. Los hombres se distinguen del resto de la población por la acumulación de ofrendas. La diferenciación se establece en razón del sexo del difunto más que entre clases sociales.
Blánquez opina que los dos selisternia de la necrópolis de Los Villares (Hoya Gonzalo, Albacete), con 83 piezas áticas del siglo V a.C. en su mayoría para ser destinadas a contener vino, prueban la incorporación del simposio como acto ritual funerario en la Meseta, donde se adapta de forma selectiva el modelo ampuritano. Este ritual griego fúnebre ha quedado bien representado en la pátera de Santisteban del Puerto (Jaén), con un anillo de centauros (figuras masculinas y femeninas), con umbo de tema tan típicamente celta como es la cabeza humana mordida por un felino (Griñó y Olmos, 1982); quienes creen que se mitologizan en esta pieza acciones rituales arraigadas en el mundo ibérico. La obra se data entre los años 105 y 90/80 a.C. Para Blánquez, de las más de siete mil piezas catalogadas en la Península Ibérica, el 82,3% están asociadas a la bebida. El consumo de vino se generalizó con el transcurso de los años. Los porcentajes de vasos para bebidas en el yacimiento de Los Villares se sitúan en el 63,85% incluyendo los destinados a los rituales de heroización.
Además ha añadido varios datos arqueológicos que prueban la existencia del symposiasta heroizado, en el sureste de la Meseta, como demuestra un relieve de Pozo Moro (Albacete) y el lecito del ajuar de la tumba, el sátiro del Llano de la Consolación, y también, de la segunda mitad del siglo VI a.C., la placa de marfil de Los Millares con dos sátiros danzantes. Aquí no hay evidencias de banquete funerario, como en la necrópolis de La Joya en Huelva.
     Piensa este autor que el consumo de vino no se difundió en ánforas, que se evalúan sólo en el 1,3% del total del material griego importado, sino en ánforas de tipo fenicio y púnico, que son las más abundantes en la Alta Andalucía y en la Meseta peninsular.
Son escasas las excavaciones cuyos trabajos indican que hubiera libaciones in situ sobre las tumbas. A juzgar por el número de vasos de bebida importados, hubo una red de comercio interno de vino desde finales del siglo VI hasta mediados del siglo IV a.C., lo que requería una gran cantidad de vino circulante, ya sea importado o producido aquí.
    Etruria también podía exportar vino a la Península Ibérica, pero los hallazgos en este sentido son hasta hoy escasos (Valencia, Ullastret y Ampurias).
   Ya se han mencionado los lagares del Alt de Benimaquía, cuya actividad finalizó antes del siglo VI a.C.
          La Quejóla en San Pedro de Albacete era un centro de almacenamiento a gran escala con vistas a la distribución por la comarca. Aquí las ánforas están todas en las habitaciones, en tal cantidad y disposición que forman verdaderos espacios de almacenamiento industrial.
     La mayoría son ibéricas, que imitan formas fenicio-púnicas originariamente dedicadas a la comercialización del vino. La actividad de este yacimiento dura hasta finales del siglo V a.C. Blánquez, cuyas tesis seguimos en este punto, opina que fueron los fenicios ayudados por los tartesios y por los púnicos quienes incentivaron el comercio del vino, mejorando la tecnología y la tipología de las ánforas, y que el mundo íbero tomó a su cargo la elaboración y la comercialización. El grupo minoritario de la aristocracia fueron los primeros que se beneficiaron de este sistema de distribución del vino, pues ellos mismos controlaban la producción.
    La bebida del vino, al igual que el uso de la cerámica griega y de la escultura, además de evidentes muestras de poder económico,
eran sobre todo signos externos de prestigio.

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EL VINO