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martes, 22 de noviembre de 2011

ILLETA DELS BANYETS


La Illeta dels Banyets se encuentra situada en el término municipal de El Campello, en la provincia de Alicante. Fue una península que quedó separada de la costa por un terremoto, acaecido quizás en el siglo XI, que es cuando se datan los últimos restos materiales del lugar. La parte que la unía a tierra quedó destruida o muy erosionada. En 1943, mediante la utilización de explosivos, se unió de nuevo la isla a tierra, sirviendo así mejor como refugio de pescadores. Esta actuación destruyó gran parte de la necrópolis prehistórica. Actualmente la Illeta dels Banyets es una pequeña península de unos doscientos metros de largo por cien de anchura máxima. Sus dos tercios occidentales, donde estuvo el hábitat ibérico, forman un terreno llano que alcanza los 7’80 metros de altitud, mientras que la parte oriental, muy erosionada por la acción del mar y del viento, no supera los 2 metros. El lugar ya estuvo ocupado durante el Bronce argárico. Del Bronce Final son dos aljibes y algunas edificaciones angulares. Tras un período de abandono, el yacimiento fue nuevamente habitado en época ibérica, sobre todo en el siglo IV a.C. A un nuevo abandono siguió la ocupación romana en los dos primeros siglos de nuestra era. Los últimos restos están asociados a una posible atalaya islámica del siglo XI.

Las primeras excavaciones arqueológicas en la Illeta dels Banyets fueron realizadas entre los años 1931 y 1935 por Figueras Pacheco, el cual se había visto atraído por el lugar tras la lectura de una crónica del siglo XVII en la que Vicente Bendicho identificaba este hábitat costero con la antigua Alonis, pasando a describir después sus importantes ruinas. Las excavaciones dirigidas por Figueras Pacheco sacaron a la luz enterramientos de la Edad del Bronce, algunas construcciones ibéricas y un posible “ustrinum” púnico con materiales parecidos a los que por entonces salían en la necrópolis de la Albufereta. Cerca de la Illeta localizó un alfar ibérico con numerosos restos anfóricos, del cual excavó tres hornos (Figueras Pacheco, 1950). El Padre Belda, siendo director del Museo Arqueológico Provincial de Alicante, llevó a cabo algunos trabajos en la parte oriental de la Illeta, pero sin aportar documentación sobre los mismos. Entre los años 1974 y 1986 se desarrollaron en la Illeta numerosas campañas arqueológicas dirigidas por Llobregat (1993), y que dejaron al descubierto prácticamente la mitad del hábitat ibérico, incluyendo los dos templos y el almacén, así como algunas estructuras de la Edad del Bronce y de época romana.

Del período del Bronce argárico aparecen en la Illeta restos de un edificio de planta casi circular alrededor del cual se situaban tumbas de piedra con uno o dos cadáveres y ajuares diversos, que incluían cerámicas, puñales, punzones y botones de perforación en V (Simón García, 1997, 47-131). Una inundación acompañada de la deposición violenta de piedras y fango pudo motivar el abandono del lugar. Éste fue nuevamente ocupado en el Bronce Final, como indican las cenizas que rellenaban las grietas de la roca natural. Quizás fue en el paso de la Edad del Bronce a la del Hierro cuando se niveló artificialmente el terreno, se levantaron algunos muros rectos que ahora quedan bajo el Templo A, y se excavaron en la roca dos albercas.
El hábitat ibérico de la Illeta se caracteriza por presentar un urbanismo regular, organizándose las construcciones a lo largo de una calle principal de la que parten otros accesos transversales (Olcina y Garcia, 1997, 31). No se han encontrado en el poblado restos de murallas, si bien pudo tenerlas en algunos puntos. Las construcciones menores, de planta cuadrangular, suelen estar adosadas y muy compartimentadas. Hay espacios identificables como talleres, tanto en la propia Illeta como junto a ella, donde se localizó el alfar. Las edificaciones principales consisten en dos posibles templos, un almacén y una casa señorial, tal vez relacionada con el gobierno y la administración de la actividad mercantil y manufacturera desplegada por el poblado (Llobregat, 1990, 108). Los zócalos de las construcciones tenían una altura media de 0’60 metros, y estaban hechos con piedras pequeñas y medianas trabadas con barro. Por encima quedaban los adobes, cuya consistencia era la misma del revestimiento utilizado para cubrir la parte exterior de los zócalos. Los suelos de las casas eran de tierra apisonada. Se sabe que las paredes interiores del Templo A estaban revestidas con arcilla mezclada con un pigmento rojo. En otras casas se hallaron restos de pintura roja y azul sobre los vestigios de los enlucidos interiores. De madera eran las vigas de los tejados, recubiertos por elementos vegetales mezclados con barro, el cual actuaba como aislante.

Una de las dependencias (ib-3) del poblado ha sido interpretada como un taller donde se trabajaba el esparto, con el cual se harían cuerdas y redes. Otra estancia (ib-11) aportó muchas pesas de red. Y es que el enclave tenía entre sus principales actividades la elaboración de salazones de pescado, las cuales se envasarían en las propias ánforas fabricadas en el alfar. El edificio conocido como el Templo A presenta una planta ligeramente trapezoidal, con la fachada más amplia que la parte posterior. Tiene un pórtico “in antis” con dos columnas ochavadas que dan paso a un “pronaos” estrecho y a una puerta grande, por la cual se accedía a tres cámaras alargadas. La cámara central conducía a dos estancias posteriores separadas por una pared intermedia. El almacén es un edificio muy largo y estrecho, dividido en pasadizos perpendiculares a la pared que actúa de fondo. En él se hallaron numerosos fragmentos de ánforas y de piezas áticas. Parte del edificio estaba sellado, y en una de sus esquinas pudo alzarse una torreta. Gracia (1995) interpretó esta construcción como un posible almacén cerealístico, similar a otros documentados en el área ibérica, caracterizados en general por el alineamiento de sus dependencias. El almacén queda separado del Templo B por un callejón de casi un metro de ancho. El Templo B, que no tuvo cubierta, presenta una planta cuadrangular de ocho metros de lado. En él se identificaron dos niveles de uso: el inferior con dos plataformas y el superior con dos tambores de columna estriada flanqueando una losa plana, y también con dos plataformas. Cerca de las columnas apareció un pequeño altar de tipo oriental. Para Marín Ceballos (1987, 57-58) el paralelo más claro del Templo B es el templo de Salambó en Cartago, donde apareció un pequeño altar para perfumes similar al de la Illeta, además de varios pebeteros. La casa señorial, dotada de muchas habitaciones que proporcionaron ricos materiales, dispuso de motivos pintados en sus paredes interiores. Contaba con un patio preparado para recoger el agua de lluvia, e incluso pudo tener un piso superior.

Almagro Gorbea y Domínguez de la Concha (1988-89) plantearon la posibilidad de que el Templo A fuese en realidad una residencia palaciega o “regia” ibérica. Sería el espacio áulico destinado a albergar al gobernante con su familia. Los edificios singulares próximos, es decir, el Templo B y el almacén, se integrarían en el conjunto de infraestructuras diseñadas para administrar el enclave. El almacén acogería los excedentes de la producción agrícola y artesanal, redistribuyéndolos adecuadamente. Es posible que, aun siendo una residencia palaciega, el Templo A presenciase algunas de las funciones religiosas encomendadas al soberano o gobernador del poblado. Moneo (1995) atribuyó una función de culto funerario de tipo dinástico al Templo B, relacionándolo con los restos funerarios de las proximidades, y comparándolo con el caso de un posible “heroon” del templo de la Alcudia de Elche.

El alfar ibérico situado cerca de la Illeta fue excavado entre 1994 y 1996 por López Seguí (1997, 223-250). Se localizaron cinco hornos de doble cámara, una destinada a la combustión y otra para la cocción de los recipientes. Ambas cámaras estaban separadas por la parrilla, perforada para permitir el paso del calor desde la cámara inferior a la superior. Los cinco hornos, adscribibles a dos tipos diferentes, tenían la cámara de combustión excavada en la tierra natural, y en tres de ellos había constancia del “praefurnium”, colocado como un apéndice de la cámara de cocción. El carácter contaminante de las actividades realizadas en el alfar explica en parte su posición algo retirada con respecto al pequeño poblado de la Illeta. El testar, al que eran arrojados los fragmentos cerámicos desechados, consistía en un gran agujero excavado en la arcilla blanca que forma el terreno natural. Casi todo el material recuperado en la zona del alfar consiste en fragmentos de ánforas ibéricas, las cuales eran fabricadas para envasar tanto las salazones de pescado preparadas en el poblado como otros productos. Figueras Pacheco describió las ánforas características de la Illeta como “de forma abellotada, carentes de cuello y provistas de pequeñas asas cerca de la boca, la cual generalmente aparece orlada por un pequeño resalte”. Las bases de estas ánforas son convexas, sin pivotes ni apuntamientos destacados. Se hallaron también soportes semilunares de sección triangular que podrían relacionarse con la disposición de las piezas para la cocción.

La Illeta dels Banyets ha proporcionado gran cantidad de fragmentos de cerámica griega (Garcia i Martín, 1997), sobre todo de barniz negro, que revelan la importancia comercial que tuvo su tranquilo puerto y ayudan a datar los momentos de mayor actividad del poblado ibérico en el siglo IV a.C. Se conocen unos 36 grafitos sobre cerámicas procedentes de la Illeta, algunos en alfabeto fenicio-púnico, pero la mayoría en alfabeto jónico foceo, adaptado por los indígenas para escribir la lengua ibérica. Estos testimonios de escritura greco-ibérica indican la frecuentación del enclave por parte de los comerciantes griegos, y son signo de la probable colaboración de griegos e indígenas en la redistribución comercial de ciertos productos. Llobregat (1993, 421-428) insistió en el aspecto empórico de la Illeta, que se configuraría como un ámbito neutral e idóneo para la realización de los intercambios, cuya equidad quedaría garantizada por las autoridades religiosas y políticas del establecimiento. Los restos de época romana documentados en la Illeta parecen corresponder a una villa, unas termas y unos viveros de peces excavados en la roca. En cuanto a la posible torre islámica, pudo estar asociada a un reducido hábitat agrícola.



                     Anforas fenicias encontradas  en la Illeta