El Cabeçó de l’Estany, cuya traducción correcta sería Cabezo de la Albufera o de la Laguna, es un pequeño y estratégico poblado de la época de la colonización fenicia, dotado de sólidas instalaciones defensivas y de estructuras domésticas e industriales. Los primeros trabajos arqueológicos, realizados en tres sectores diferentes durante el año 1989, permitieron definir la secuencia estratigráfica del yacimiento y sus fases culturales, evaluando además los daños ocasionados por una cantera (González Prats y García Menárguez, 2000, 1529-1531). El asentamiento se sitúa sobre un pequeño cabezo alargado de 26 metros de altitud. Ocupa unos 3.000 m.2 y presenta una morfología de laderas suaves, menos en su parte Oriental, que es mucho más pronunciada. El poblado adquirió durante la fase del Hierro Antiguo un complejo y potente sistema defensivo bien adaptado al terreno y que dejaba sólo libres los lados Norte y Noreste, en los que el cauce del río servía como foso de defensa natural. El poblado visualizaba un amplio sector del tramo final del Segura y de la bahía costera, controlando la comunicación entre el asentamiento fenicio de La Fonteta, próximo a la desembocadura del río, y las áreas interiores a través del eje fluvial. Además de la fase del Hierro Antiguo, fechada entre fines del siglo VIII y comienzos del siglo VI a.C., se documentó en el lugar otra fase, muy reducida espacialmente, de época
tardorrepublicana romana.
En la Partida la Rinconada, sobre el río Segura y la
"Canyada dels Estanys", cercano a la urbanización El Edén. Siglos
VIII y VII AEC. Pequeño núcleo amurallado de origen fenicio, situado sobre la
margen derecha del río Segura, a unos 2 kilómetros al Oeste del casco urbano de
Guardamar.
Yacimiento arqueológico de la edad del hierro,
formado por un torreón y que servía de puesto de vigilancia sobre la antigua
albufera de Elche. Fue poblado desde el bronce final hasta época romana.
Pese a su parcial destrucción por una cantera, el
sistema defensivo del poblado está formado por una potente y singular muralla
con bastiones en saliente y estructura interior de "casamatas", de
tipología constructiva oriental.
En el interior del núcleo amurallado se documentan
viviendas angulares compartimentadas, donde se desarrollaron actividades de
carácter doméstico y artesanal, destacando la actividad metalúrgica.
La Fonteta, con la fortificación del Cabezo del Estany,
sería el foco de difusión y transmisión de productos, ritos y creencias
característicos de la cultura cananeo-fenicia en el Sudeste de la Península
Ibérica, explicando la presencia, pues, con igual fuerza que en Andalucía
occidental, de la fase del Hierro Antiguo u Orientalizante que caracteriza los
desarrollos culturales indígenas de estas regiones»
La existencia de hipotéticas
factorías comerciales fenicias en en la desembocadura del río Segura esta zona
era sospechada ya desde los años 70. Para Arteaga y Serna un centro
«neurálgico» fenicio situado en algún punto indeterminado en el triángulo Santa
Pola-Guardamar/Torrevieja-Tabarca explicaría los expresivos materiales fenicios
de los Saladares.

La colonia fenicia costera, la Fonteta, junto a
asentamientos de tipo fenicio, Castillo de Guardamar y Cabezo de l´Estany,
formarían un importante complejo urbano y territorial fenicio en la
desembocadura, completado con la existencia en algunos enclaves orientalizantes
de presencia directa fenicia, como en el complejo de la Penya Negra— ha servido
para defender la existencia de un nuevo foco de presencia colonial fenicia, de
cronología arcaica, asimilable al resto de núcleos peninsulares meridionales,
dentro de marcos cronológicos que la sitúan como una de las áreas con presencia
fenicia más antigua de la P. Ibérica
Dentro de la investigación protohistórica sobre los
fenicios, el comercio ha sido uno de los pilares del estudio arqueológico,
interpretándose tradicionalmente como el principal motor económico del mundo
orientalizante, a excepción de otras posturas que defendían el desarrollo de
políticas de implantación territorial como impulso económico.
Un problema de los estudios sobre las estructuras
comerciales protohistóricas ha sido la aplicación de modelos interpretativos o
terminologías modernas sin una reflexión previa sobre dichos conceptos, tales
es el caso de términos como economía, comercio o intercambio58. El comercio, interpretado de forma
determinista como vertebrador únicamente de intercambios con fines de
enriquecimiento o subsistencia, también incluye una dimensión social en la cual
existe una gran multiplicidad de transmisiones e interacciones relativas a la
esfera social y cultural, ya que la realización de estos intercambios de bienes
conlleva implícitamente el establecimiento de relaciones sociales e
intercambios de conocimiento entre los agentes implicados en esta actividad.
El modelo comercial colonial fenicio
Este primer modelo ha sido propuesto principalmente por
González Prats a partir del análisis de los yacimientos de la Penya
Negra, Fonteta , Cabezo de l´Estany y Castillo de Guardamar entre otros, y
defiende la existencia de una estructura comercial fenicia, iniciada con el
establecimiento en la costa, en las proximidades de un antiguo estuario en la
actual desembocadura del río Segura, de un primer establecimiento fenicio a
mediados o incluso principios del s. VIII a.C., que vertebrará desde los
primeros momentos un sistema de intercambio de productos y bienes en toda el
área de la Depresión Meridional del Vinalopó-Segura, atraídos sin duda por la
existencia de una organización poblacional y económica indígena importante en
la Sierra de Crevillente y en las inmediaciones de la amplia llanura que forma
en su tramo inferior el río Segura con un doblamiento de caseríos agrícolas
como Los Saladares.
Este modelo plantea que la presencia fenicia directa en la
zona, es debida fundamentalmente, a la atracción que supone la existencia de
una producción metalúrgica indígena en la zona que entronca con las
producciones atlánticas80; la relativa facilidad en el aprovisionamiento de
mineral metálico, llegado a través de la redistribución de metal en los
circuitos regionales de intercambio, aunque incluso se llegó a plantear la
posibilidad de actividades extractivas en la S. de Crevillente, o incluso en la
S. Camara, en pleno Valle del Vinalopó81; así como el carácter
geoestratégico del área como zona de confluencia de vías de comunicación tanto
terrestres con el interior y el Sureste peninsular, fluviales con las áreas
interiores de los Valles del Segura y del Vinalopó, y marítimas con otras zonas
costeras.

Los primeros habitantes del cabezo regularon y
acondicionaron la topografía original del mismo antes de instalar las
diferentes estructuras. La muralla adquirió su mayor envergadura en la parte
Sur, alcanzando en algunos tramos los 5 metros de anchura. Su construcción se
basaba en lienzos de muros paralelos, reforzados en su cara externa con un
paramento en talud y en su cara interna con amplios contrafuertes. En su
extremo occidental la muralla meridional presentaba un bastión de planta
cuadrangular irregular y esquinas redondeadas. El lienzo de muralla del lado
Oeste recibe otros muros de forma perpendicular, configurándose en planta una
estructura de “pasillos” y “casamatas” a los que se accedía a través de vanos practicados en el paramento interno de la
muralla mediante un arco curvo de mampostería. En el interior de estas
estructuras se han documentado actividades relacionadas con la producción y el
consumo de alimentos, si bien algunas de ellas fueron inutilizadas en un momento
avanzado de la vida del enclave. En la cota más alta de la fortificación se
define un espacio cerrado intramuros de forma trapezoidal con todo el aspecto
de pequeña acrópolis. El conjunto defensivo es de mampostería irregular, de
arenisca y caliza calcárea, obtenida a pie de obra y trabada con mortero de
barro lagunar y algas marinas, detectándose, al menos en la cara interna de los
muros, un revoco de cal sobre el cuidadoso enlucido de barro.
Se localizaron algunas unidades de
habitación en el yacimiento, construidas mediante zócalos de mampostería,
alzados de adobe y pavimentos de tierra batida. Se trata de al menos cuatro
departamentos agrupados de planta cuadrangular, uno de los cuales, mayor que el
resto, tenía banco corrido y hogar circular, excavado en el subsuelo y apoyado
en el zócalo de una de sus paredes. El probable abandono ordenado y pacífico
del yacimiento dejó en el mismo una escasa cultura material. Convive la
producción alfarera indígena, representada por piezas realizadas a mano, de pastas
groseras y mal acabadas, con los productos torneados del horizonte colonial
fenicio, como cuencos y platos de barniz rojo, ánforas, cerámicas grises y
piezas polícromas, como "pithoi” y urnas de tipo Cruz del Negro. Junto a
algunos objetos de bronce, como agujas de cabeza cónica y un cuchillo de hoja
curva, se documentan los primeros elementos de hierro, principalmente cuchillos
afalcatados. La pesca, el marisqueo y la recolección asegurarían la
subsistencia de los pobladores del cabezo, entre los que existiría además un
interés por la exploración y el tanteo comercial que les llevaría a
relacionarse con las comunidades indígenas más cercanas. Los indicios de
actividad metalúrgica atestiguados en este enclave fenicio apuntan hacia el
interés por la plata y otros metales, explotados en las sierras de Orihuela y
Callosa del Segura. Pudo ser un establecimiento filial del gran puerto fenicio
de La Fonteta. Vigilaría el último tramo del eje fluvial que permitía acceder a
dicha colonia.