La necrópolis del Barranco, junto a la de la Senda,
fue el primer lugar de enterramiento de los habitantes de Coimbra. Se asienta
al Oeste del Poblado, en el fondo del Barranco que da nombre al conjunto
ibérico.
Se trata de una necrópolis
de pequeñas dimensiones (unos 100 m2 ). A partir del 375 a.C, los habitantes
del Poblado de Coimbra comienzan a enterrarse en la necrópolis homónima, que
reunía muchas mejores condiciones espaciales, ambientales, topográficas e
incluso de prestigio, al encontrarse en este las tumbas principescas (tumbas 22
y 70).
La necrópolis del Barranco sólo
ha sido excavada por Jerónimo Molina, que descubrió 10 tumbas de las cuales
sólo se conservaban cuatro de los ajuares. Se trata de enterramientos
superficiales, muy arrasados que, como en la Senda, aportan una cronología del
siglo IV a.C, cesando la actividad deposicional muy probablemente a finales de
esta misma centuria.
Las prospecciones que recientemente se han efectuado en este
necrópolis no han puesto al descubierto nuevas incineraciones.
La necrópolis está emplazada en la misma planicie donde se halla el
Poblado, en su segmento más oriental, a unos 630 metros sobre el nivel del mar.
Tiene unos 130 metros de longitud por aproximadamente 35 de anchura en sentido
Norte-Sur. Tras las primeras campañas realizadas por Jerónimo Molina entre 1956
y 1960, las actuaciones arqueológicas en la Necrópolis del Poblado se
reemprendieron de la mano de Ana María Muñoz Amilibia en 1980 y se prolongaron
ininterrumpidamente hasta 1986. Las excavaciones sistemáticas se reemprendieron
1998 y han continuado hasta la actualidad.
El fruto
de estos trabajos, además de la documentación de numerosas tumbas de
incineración, algunas de ellas con ajuares muy ricos y del descubrimiento del
gran cipo que actualmente se conserva en el Museo de Jumilla, ha sido el mejor
conocimiento de la organización y cronología de la que es la necrópolis más
importante del conjunto ibérico de Coimbra del Barranco Ancho.
En cuanto a los
enterramientos se trata de incineraciones cuya cubierta, fosa, incluso la
composición del ajuar es muy parecida. Sólo a partir del siglo III a.C.
comienzan a documentarse entre sus enseres un significativo aumento del número
de urnas cinerarias. Nos encontramos con los siguientes tipos de tumbas:
a) Cubiertas. Desde el siglo IV al II a.C se distinguen de dos tipos: encachados de piedra y cubiertas de barro, tierra e incluso adobes y algunas piedras de protección.
a) Cubiertas. Desde el siglo IV al II a.C se distinguen de dos tipos: encachados de piedra y cubiertas de barro, tierra e incluso adobes y algunas piedras de protección.
Dentro de
las primeras y pertenecientes al siglo IV podemos apreciar los siguientes
tipos.
1. Principescas.
Son dos grandes tumbas cuya construcción es la más cara y elaborada de la necrópolis
(tumbas 22 y 70)
2. Perimetrales. Suelen ser rectangulares o cuadrangulares con un tamaño que varía entre 120/80 cm de lado. El interior se completa con tierra y alguna piedra suelta.
2. Perimetrales. Suelen ser rectangulares o cuadrangulares con un tamaño que varía entre 120/80 cm de lado. El interior se completa con tierra y alguna piedra suelta.
3.
Simples. Son aquellas cuya superficie está prácticamente cubierta por un
empedrado de piedra en un único nivel.
Ya en el
siglo III se produce un cambio respecto a la centuria anterior. El porcentaje
de enterramientos con encachado de piedra disminuye: el tipo más común es la
tapada con barro, adobe y piedras que protegen la parte central del lóculo.
b) Nichos: Son generalmente rectangulares.
Las paredes suelen tener una coloración rojiza, debido al
endurecimiento de la arcilla al efectuar la deposición de la ceniza todavía
candente. En algunas de las tumbas los nichos estaban enlucidos con una fina de
capa de barro, posiblemente con cal.
c)
Utilización de urna cineraria.
El empleo
de la urna aumenta con el paso del tiempo. De ser usado en el siglo IV en un
10% de las incineraciones pasa a inicios del siglo II a.C. a ser usado en casi
el 40% de las ocasiones.