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martes, 15 de noviembre de 2011

NECROPOLIS DEL BARRANCO

La necrópolis del Barranco, junto a la de la Senda, fue el primer lugar de enterramiento de los habitantes de Coimbra. Se asienta al Oeste del Poblado, en el fondo del Barranco que da nombre al conjunto ibérico.
Se trata de una necrópolis de pequeñas dimensiones (unos 100 m2 ). A partir del 375 a.C, los habitantes del Poblado de Coimbra comienzan a enterrarse en la necrópolis homónima, que reunía muchas mejores condiciones espaciales, ambientales, topográficas e incluso de prestigio, al encontrarse en este las tumbas principescas (tumbas 22 y 70).
La necrópolis del Barranco sólo ha sido excavada por Jerónimo Molina, que descubrió 10 tumbas de las cuales sólo se conservaban cuatro de los ajuares. Se trata de enterramientos superficiales, muy arrasados que, como en la Senda, aportan una cronología del siglo IV a.C, cesando la actividad deposicional muy probablemente a finales de esta misma centuria.
 Las prospecciones que recientemente se han efectuado en este necrópolis no han puesto al descubierto nuevas incineraciones.

La necrópolis está emplazada en la misma planicie donde se halla el Poblado, en su segmento más oriental, a unos 630 metros sobre el nivel del mar. Tiene unos 130 metros de longitud por aproximadamente 35 de anchura en sentido Norte-Sur. Tras las primeras campañas realizadas por Jerónimo Molina entre 1956 y 1960, las actuaciones arqueológicas en la Necrópolis del Poblado se reemprendieron de la mano de Ana María Muñoz Amilibia en 1980 y se prolongaron ininterrumpidamente hasta 1986. Las excavaciones sistemáticas se reemprendieron 1998 y han continuado hasta la actualidad.
El fruto de estos trabajos, además de la documentación de numerosas tumbas de incineración, algunas de ellas con ajuares muy ricos y del descubrimiento del gran cipo que actualmente se conserva en el Museo de Jumilla, ha sido el mejor conocimiento de la organización y cronología de la que es la necrópolis más importante del conjunto ibérico de Coimbra del Barranco Ancho.
En cuanto a los enterramientos se trata de incineraciones cuya cubierta, fosa, incluso la composición del ajuar es muy parecida. Sólo a partir del siglo III a.C. comienzan a documentarse entre sus enseres un significativo aumento del número de urnas cinerarias. Nos encontramos con los siguientes tipos de tumbas:
a) Cubiertas. Desde el siglo IV al II a.C se distinguen de dos tipos: encachados de piedra y cubiertas de barro, tierra e incluso adobes y algunas piedras de protección.
Dentro de las primeras y pertenecientes al siglo IV podemos apreciar los siguientes tipos.
1.    Principescas. Son dos grandes tumbas cuya construcción es la más cara y elaborada de la necrópolis (tumbas 22 y 70)
2. Perimetrales. Suelen ser rectangulares o cuadrangulares con un tamaño que varía entre 120/80 cm de lado. El interior se completa con tierra y alguna piedra suelta.
3. Simples. Son aquellas cuya superficie está prácticamente cubierta por un empedrado de piedra en un único nivel.
Ya en el siglo III se produce un cambio respecto a la centuria anterior. El porcentaje de enterramientos con encachado de piedra disminuye: el tipo más común es la tapada con barro, adobe y piedras que protegen la parte central del lóculo.
b) Nichos: Son generalmente rectangulares.
Las paredes suelen tener una coloración rojiza, debido al endurecimiento de la arcilla al efectuar la deposición de la ceniza todavía candente. En algunas de las tumbas los nichos estaban enlucidos con una fina de capa de barro, posiblemente con cal.       
c) Utilización de urna cineraria.
El empleo de la urna aumenta con el paso del tiempo. De ser usado en el siglo IV en un 10% de las incineraciones pasa a inicios del siglo II a.C. a ser usado en casi el 40% de las ocasiones.