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lunes, 7 de noviembre de 2011

ASPECTOS ETNO-GEOGRÁFICOS

Durante los últimos siglos de la primera mitad del primer milenio a.C., el litoral mediterráneo de la Península Ibérica y la parte meridional del Atlántico experimentan una paulatina transformación cultural que lleva desde las culturas de finales de la Edad del Bronce a la que de manera tradicional venimos denominando “cultura ibérica”.

Ibero es el nombre que los griegos dieron a nuestro país y a nuestros habitantes. Sus primeros contactos fueron con los pueblos del litoral mediterráneo, a los que llamaron iberos, y aunque más adelante extendieron el nombre de Iberia a toda la península, diferenciaron a sus pueblos llamando celtas a los habitantes del interior y de la costa atlántica y manteniendo el nombre de iberos para los pueblos de la costa oriental. Los romanos conservaron la diferenciación entre iberos y celtas al referirse a los dos grandes grupos que poblaban la península, a la que llamaron Hispania, basándose en la denominación fenicia.

El origen de la cultura ibérica se remonta al siglo VI a.C. y comprende tres etapas: una primera fase de formación (Ibérico Antiguo), desde comienzos del siglo VI a.C. hasta los años 540-530 a.C.; un período de plenitud (Ibérico Pleno) que se prolonga desde finales del siglo VI a.C. hasta el siglo III a.C., siendo aún los pueblos independientes; y una última fase (Ibérico Reciente o Final), ya bajo el dominio romano, desde fines del siglo III a.C. al siglo I a.C. El proceso de romanización que se inicia en el último siglo a.C. determina el final de la cultura ibérica.

Los datos de las fuentes griegas y romanas acerca del territorio ibero se corresponden, en su mayoría, con los hallazgos arqueológicos. Así la cultura ibérica abarcaría desde el Languedoc, en Francia, hasta Andalucía, comprendiendo el Rosellón francés, Cataluña, la franja oriental de Aragón, el País Valenciano y Murcia. Para nosotros es difícil establecer los límites entre los diferentes pueblos ibéricos dadas las deficiencias de la información y la inexistencia de fronteras fijas, pero sí se pueden distinguir cuatro áreas geográficas de diferente clima y ecología: Cataluña, el valle del Ebro, la zona de Valencia y del sudeste y, por último, Andalucía.

Los iberos no formaron nunca una unidad política (diferían entre sí en función de su ubicación en el litoral o en el interior, de su mayor o menor grado de urbanización, de su forma de gobierno monárquica o aristocrática, de su dedicación prioritaria a la agricultura, ganadería, minería o comercio, etc.), su sociedad estaba basada en ciudades, entendiendo como tales unas agrupaciones generalmente pequeñas, que a su vez se unían formando tribus o pueblos de diversa extensión geográfica. La única información que tenemos para definir estas tribus o pueblos ibéricos son las fuentes grecolatinas. Avieno, Hecateo, Polibio, Tito Livio y Estrabón definen una serie de unidades tribales, lo que nos permite dibujar su mapa “político”, aunque en algunos casos la ubicación es difícil. Así tenemos a los sordones en el Rosellón y a los indigetes en Ampurdán, formando núcleos relativamente extensos alrededor de la ciudad griega de Emporion. Hacia el interior, en la zona del Pirineo y prepirineo, encontramos a los bergistanos en el curso alto del río Llobregat; a los ceretanos en la Cerdaña, los andosinos en Andorra y los airenosos en el valle de Arán. Volviendo a la costa, aparecen los layetanos, en los territorios de la actual ciudad de Barcelona y de las comarcas vecinas del Maresme y el Vallés; los cosetanos en el campo de Tarragona y los ilercavones en la zona de la desembocadura del Ebro, extendiéndose hasta las proximidades de Sagunto.
En las costas de Levante, tenemos a los edetanos, que ocupaban la zona central valenciana y la ciudad de Edeta (Liria); a los contestanos entre el Júcar y el Segura, con ciudades como Saitabi (Játiva) e Ilici (Elche), y a los mastienos en la zona de Murcia. Entre contestanos y mastienos encontramos a los deitanos. En la zona montañosa del alto Guadalquivir se encuentran los oretanos, que evidencian una gran influencia libio-fenicia apoyada por las colonias comerciales. Los bastetanos ocupaban un extenso territorio, la Andalucía oriental, con centro en la ciudad de Basti (Baza), y por fin los turdetanos en el área de la Andalucía central.
      Aparte de los nombres de las diferentes tribus y de la relación que tuvieron con los ejércitos romano y cartaginés, las fuentes clásicas nos cuentan muy poco acerca de los pueblos ibéricos. Es a través de la arqueología como se ha podido conocer el urbanismo de sus ciudades, la distribución de sus casas, su cultura material y, a partir de ellas, deducir su modo de vida. Nos hallamos así con grandes diferencias entre los hallazgos efectuados en la zona meridional, más rica y compleja, y la zona septentrional, menos evolucionada, cuyo límite se sitúa en torno al río Júcar. También se aprecia la diferencia entre los pueblos de la costa, más abiertos a las corrientes extranjeras y por tanto más desarrollados, y los del interior, más cerrados y ubicados por lo general en territorios más pobres.