Durante
los últimos siglos de la primera mitad del primer milenio a.C., el litoral
mediterráneo de la Península Ibérica y la parte meridional del Atlántico
experimentan una paulatina transformación cultural que lleva desde las culturas
de finales de la Edad del Bronce a la que de manera tradicional venimos
denominando “cultura ibérica”.
Ibero
es el nombre que los griegos dieron a nuestro país y a nuestros habitantes. Sus
primeros contactos fueron con los pueblos del litoral mediterráneo, a los que
llamaron iberos, y aunque más adelante extendieron el nombre de Iberia a toda
la península, diferenciaron a sus pueblos llamando celtas a los habitantes del
interior y de la costa atlántica y manteniendo el nombre de iberos para los
pueblos de la costa oriental. Los romanos conservaron la diferenciación entre
iberos y celtas al referirse a los dos grandes grupos que poblaban la
península, a la que llamaron Hispania, basándose en la denominación fenicia.
El
origen de la cultura ibérica se remonta al siglo VI a.C. y comprende tres
etapas: una primera fase de formación (Ibérico Antiguo), desde comienzos del
siglo VI a.C. hasta los años 540-530 a.C.; un período de plenitud (Ibérico
Pleno) que se prolonga desde finales del siglo VI a.C. hasta el siglo III a.C.,
siendo aún los pueblos independientes; y una última fase (Ibérico Reciente o
Final), ya bajo el dominio romano, desde fines del siglo III a.C. al siglo I
a.C. El proceso de romanización que se inicia en el último siglo a.C. determina
el final de la cultura ibérica.
Los
datos de las fuentes griegas y romanas acerca del territorio ibero se
corresponden, en su mayoría, con los hallazgos arqueológicos. Así la cultura
ibérica abarcaría desde el Languedoc, en Francia, hasta Andalucía,
comprendiendo el Rosellón francés, Cataluña, la franja oriental de Aragón, el
País Valenciano y Murcia. Para nosotros es difícil establecer los límites entre
los diferentes pueblos ibéricos dadas las deficiencias de la información y la
inexistencia de fronteras fijas, pero sí se pueden distinguir cuatro áreas
geográficas de diferente clima y ecología: Cataluña, el valle del Ebro, la zona
de Valencia y del sudeste y, por último, Andalucía.
Los
iberos no formaron nunca una unidad política (diferían entre sí en función de
su ubicación en el litoral o en el interior, de su mayor o menor grado de
urbanización, de su forma de gobierno monárquica o aristocrática, de su
dedicación prioritaria a la agricultura, ganadería, minería o comercio, etc.),
su sociedad estaba basada en ciudades, entendiendo como tales unas agrupaciones
generalmente pequeñas, que a su vez se unían formando tribus o pueblos de
diversa extensión geográfica. La única información que tenemos para definir
estas tribus o pueblos ibéricos son las fuentes grecolatinas. Avieno, Hecateo,
Polibio, Tito Livio y Estrabón definen una serie de unidades tribales, lo que
nos permite dibujar su mapa “político”, aunque en algunos casos la ubicación es
difícil. Así tenemos a los sordones en el Rosellón y a los indigetes en
Ampurdán, formando núcleos relativamente extensos alrededor de la ciudad griega
de Emporion. Hacia el interior, en la zona del Pirineo y prepirineo,
encontramos a los bergistanos en el curso alto del río Llobregat; a los
ceretanos en la Cerdaña, los andosinos en Andorra y los airenosos en el valle
de Arán. Volviendo a la costa, aparecen los layetanos, en los territorios de la
actual ciudad de Barcelona y de las comarcas vecinas del Maresme y el Vallés;
los cosetanos en el campo de Tarragona y los ilercavones en la zona de la
desembocadura del Ebro, extendiéndose hasta las proximidades de Sagunto.
En
las costas de Levante, tenemos a los edetanos, que ocupaban la zona central
valenciana y la ciudad de Edeta (Liria); a los contestanos entre el Júcar y el
Segura, con ciudades como Saitabi (Játiva) e Ilici (Elche), y a los mastienos
en la zona de Murcia. Entre contestanos y mastienos encontramos a los deitanos.
En la zona montañosa del alto Guadalquivir se encuentran los oretanos, que
evidencian una gran influencia libio-fenicia apoyada por las colonias
comerciales. Los bastetanos ocupaban un extenso territorio,
la Andalucía oriental, con centro en la ciudad de Basti (Baza), y por fin los
turdetanos en el área de la Andalucía central.
Aparte de los nombres de las diferentes tribus y de la
relación que tuvieron con los ejércitos romano y cartaginés, las fuentes
clásicas nos cuentan muy poco acerca de los pueblos ibéricos. Es a través de la
arqueología como se ha podido conocer el urbanismo de sus ciudades, la
distribución de sus casas, su cultura material y, a partir de ellas, deducir su
modo de vida. Nos hallamos así con grandes diferencias entre los hallazgos
efectuados en la zona meridional, más rica y compleja, y la zona septentrional,
menos evolucionada, cuyo límite se sitúa en torno al río Júcar. También se
aprecia la diferencia entre los pueblos de la costa, más abiertos a las
corrientes extranjeras y por tanto más desarrollados, y los del interior, más
cerrados y ubicados por lo general en territorios más pobres.