

En todos los casos se empleó el ritual de la incineración. Los huesos cremados podían depositarse en el mismo lugar en que se había realizado la incineración, o bien dentro de un vaso cerámico colocado en un hoyo. En las tumbas, tal vez purificadas con fuegos o libaciones, los restos de los difuntos se acompañaban de algunos elementos de ajuar, destacando la convivencia de objetos ibéricos y púnicos. Las fosas que sirvieron como piras estaban trazadas con el propósito evidente de orientar su eje mayor de Este a Oeste, con la cabeza a Poniente (Figueras, 1956, 12-13). Estos hoyos, de escasa profundidad, eran cubiertos después del enterramiento con la misma tierra sacada al practicarlos. Las tumbas estarían señalizadas por túmulos escalonados o más frecuentemente por tapas de barro enlucidas con colores llamativos (Sala, en Olcina y Pérez Jiménez, 1998, 37-39). Se halló una escultura de toro que coronaría un monumento funerario de tipo pilar-estela. Entre las cerámicas de los ajuares hay tanto piezas de fabricación indígena como otras importadas. Se trata principalmente de platos, botellitas, tarros y otros tipos de recipientes que quizás contuvieron alimentos, bebidas y perfumes. Los vasos ibéricos, dotados de una rica decoración pintada, sirvieron en muchos casos como urnas cinerarias, mientras que las piezas de figuras rojas, de barniz negro ático o de los talleres del Mediterráneo Occidental actuaron más bien como indicadoras de la riqueza de los ajuares y por tanto de la respectiva relevancia social de los individuos cremados, además de servir probablemente para realizar libaciones en su honor antes del sellado de las sepulturas.


Hay en los ajuares una presencia muy escasa de armas en comparación con otras necrópolis contestanas contemporáneas, documentándose tan sólo unas pocas falcatas y puntas de lanza. Abundan las estatuillas de terracota y los pebeteros con forma de cabeza femenina, interpretados como quemaperfumes indicativos de la extensión del culto a Tanit. Otros objetos de clara raigambre púnica presentes en los ajuares son los ungüentarios, destinados a contener perfumes y aceites olorosos, los amuletos egiptizantes de pasta vítrea, encargados de proteger al cadáver contra toda influencia negativa, y los huevos de avestruz, que simbolizaron el principio vital y la regeneración de la vida.

Los objetos
de uso cotidiano y de adorno personal son comunes, incluyendo fíbulas y broches
de cinturón, además de pendientes de oro. Otros elementos recuperados en la
necrópolis y que manifiestan un claro orientalismo son una imagencita de Horus
en marfil, un collar cuyas cuentas flanquean a una paloma, y braseros de manos
estilizadas, como los de Carmona y La Aliseda.
Las monedas ebusitanas halladas
en La Albufereta apuntan a que Ibiza actuó como intermediaria en la llegada de
diversos productos hasta el área alicantina. El carácter iberopúnico de la
necrópolis de La Albufereta señala que la ocupación bárquida del enclave del
Tossal de Manises se amparó en una larga trayectoria anterior de contactos
entre los cartagineses y la población indígena del establecimiento. Es posible
que la necrópolis dejase de usarse a la vez que acontecía un cambio ideológico
y organizativo importante en el poblado del Tossal de Manises, como su paso
desde la órbita cartaginesa a los conquistadores romanos, ya a fines del siglo
III a.C.