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domingo, 13 de noviembre de 2011

LOS SALADARES



Los Saladares es un yacimiento arqueológico, declarado Bien de Interés Cultural (B.I.C.), situado en un cerro de tres colínas en la falda de la Sierra de Hurchillo, casi en el límite de la partida rural de Los Desamparados con el de Arneva, ambas pedanías de Orihuela, ciudad del sur de la Comunidad Valenciana, España.
Abarca una amplia cronología, entre los siglos IX y IV a. C. En él se encontraron restos de pobladores desde la Cultura Argárica hasta la ibérica, suponiendo uno de los primeros poblados del municipio de Orihuela junto con el poblado ibérico de San Antón y el del Seminario.
Este yacimiento arqueológico fue encontrado en el año 1968, a finales del mes de mayo por casualidad unos "chiquillos" al venir de jugar un partído de fútbol.
Por lo que respecta a las influencias andaluzas, la arqueología no ha determinado su presencia este área pero, sin embargo, hallazgos de las zonas próximas reflejan unos contactos que podríamos hacer extensibles a esta comarca, ya sea en igual o en menor grado. Así, por ejemplo, la cerámica de barniz rojo y pintada fenicio-paleopúnicas fechadas en El Macalon (Nerpio) entre los siglos VII - VI a. C., o el conjunto de materiales de este mismo momento aproximadamente aparecidos en las campañas de excavaciones actualmente en curso bajo la dirección de Milagros Ros Sala en El Castellar de Librilla. La penetración de estas influencias desde la desembocadura del Segura queda atestiguada en el poblado de Los Saladares (Orihuela), excavado por Arteaga y Serna .
En cuanto a las primeras manifestaciones del contacto griego en la región que nos ocupa, el máximo exponente viene dado por el Centauro de Los Rollos y conservado en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional.
La cronología de comienzos del siglo vi a. C. dada para materiales
de procedencia griega en el área murciana, paralelamente al sátiro
itifálico del Llano de la Consolación (Albacete) de mediados del siglo VI a. C.  y al fragmento de kylix de figuras negras de los pequeños maestros (DROOP CUP) del Cabezo del Tío Pío (Archena).
A partir del s. XIII a.C., en el mundo mediterráneo se producen cambios trascendentales en el ámbito social, político y tecnológico Las transformaciones acaecidas con la desaparición de los centros orientales suponen la aparición de nuevas formas de poder político y la descentralización del comercio de artículos de alto valor. El colapso del mundo micénico da oportunidad al desarrollo de un comercio oportunista, que ocupe las rutas anteriormente controladas por éste, comenzando un período de intensificación económica que repercutirá en la Europa occidental y atlántica.
Las nuevas influencias económicas llegan al sur de la Europa templada extendiéndose paulatinamente por el Mediterráneo Central, la Península Ibérica y el Atlántico. El contexto sociopolítico mediterráneo permite un comercio más ágil, no monopolizado por los grandes estados, apoyado en puntos estratégicos y comunidades de paso que experimentan un importante desarrollo al amparo de su papel de intermediarios. Estos procesos crecientes de interacción y multidireccionalidad de influjos culturales son catalizados desde el Mediterráneo centro-oriental hacia occidente. La expansión de la cultura tartésica por el sureste se hace patente en yacimientos del Bronce Final como Los Saladares (Orihuela) y Peña Negra. En la necrópolis de San Antón se hallaron enterramientos en tinajas y también en forma de túmulo, estas últimas destinadas a personajes importantes. Una lenta evolución reflejada en los yacimientos de Los Saladares y de San Antón nos introduce en el mundo ibérico, donde surge ya un primitivo urbanismo en lugares dominantes y se utiliza la cerámica de torno y decorada. La presencia de los Celtas que llegan en busca de la sal de Guardamar, pronto queda diluida entre la población ibérica. Estas dos razas darán aquí lugar al pueblo contestano. El primer contacto de la comarca de la Vega Baja con los griegos se produce en el siglo VI a.C., sirviendo el río Segura como vía de penetración para su comercio. La presencia de los fenicios es difícil de datar cronológicamente; es posible que fueran ellos los que enseñaron al núcleo ibérico la utilización del torno y el horno de alfarería.
Los cartagineses cambiaron el tipo de dominación comercial de fenicios y griegos por el de dominación política, difundiendo además el uso de la moneda Asdrúbal en el 223 a.C. estableció una primera fortificación en este meandro del río Segura. A la llegada de los romanos fue denominada "Orcelis" y se produce un retroceso de transcultación con el asentamiento de colonos desde el siglo II a.C. y una intensificación de las exportaciones de esparto del interior de la comarca y de salazones de caballa desde Guardamar. El cristianismo se difunde tardíamente, no antes del siglo III, y su proceso de consolidación es muy lento.Las ánforas, tinajas y otras cerámicas a torno, lisas o pintadas fenicias introducidas en el medio indígena peninsular desde las colonias fenicias de Andalucía, dieron lugar a una corriente de imitaciones, burdas en un principio, pero gracias al torno de alfarero y al horno de cámara alcanzaron pronto un alto nivel tecnológico. Los alfares indígenas producían ánforas de tipología fenicia a inicios del siglo VI a. C. A lo largo del siglo VII a. C. las ánforas, tinajas y otras cerámicas a torno, lisas o pintadas fenicias introducidas en el medio indígena peninsular desde las colonias fenicias de Andalucía, dieron lugar a una corriente de imitaciones, burdas en un principio, pero gracias al torno de alfarero y al horno de cámara alcanzaron pronto un alto nivel tecnológico. Las formas que alcanzaron mayor popularidad en esta fase inicial son el ánfora tipo R1 (Rachgoun 1), la tinaja pithoide y la urna del tipo Cruz del Negro. Evidenciado por primera vez en Los Saladares (Orihuela),[7] este proceso de aculturación que forma parte de la dinámica orientalizante, ofrece sus mejores testimonios en el sur y el sureste [península ibérica [peninsular] (de la costa de Huelva a la cuenca del Júcar) sin que sea posible constatar un único foco de difusión.
En los Saladares de Orihuela y, sobre todo, en la Penya Negra de Crevillent el urbanismo organizado cambió por completo la fisonomía de las anteriores cabañas del Bronce Final.
A partir de finales del siglo VII a. C. y durante gran parte del siglo VI a. C., las primeras cerámicas ibéricas pintadas y lisas del sur y sureste peninsular muestran repertorios de clara filiación fenicia, sobre todo en lo que se refiere a los grandes contenedores como ánforas o tinajas, que incorporan poco a poco formas nacidas de la creatividad indígena.
La presencia de influjos  en la Contestanía del mundo cultural fenicio-púnico parece evidente, como se deduce de la existencia de asentamientos como la colonia fenicia de Los Saladares de gran interés por reflejar en esta zona del Sudeste tempranos contactos fenicios y su pronta asimilación por la población indígena, que los debió extender hacia el interior.
Junto a la cultura hallstática en la que predominan claramente cerámicas toscas y bruñidas del Bronce Final local, algunas de tradición muy antigua y que llegan hasta plena Edad del Hierro en diversos lugares, al  final de esta fase aparecen las primeras importaciones del Mediterráneo. representadas por cerámica de barniz rojo y por las puntas de flecha de anzuelo.
Esta fase, no se puede fechar bien, pero debe corresponder hacia el siglo VII a. de J. C., y en todo caso antes del 600 a. de J. C. Por dar una fecha aproximada.
El influjo cultural ejercido por los colonos fenicios sobre el Sureste peninsular se hizo especialmente efectivo a través de su puerto comercial de La Fonteta (Guardamar) y del pequeño enclave subordinado del Cabeçó del’Estany.
Es también rastreable en los contextos orientalizantes de los yacimientos de Los Saladares (Orihuela) y Peña Negra (Crevillente). En todos estos casos se trata de establecimientos próximos a la antigua albufera del Segura, ámbito que actuó durante la fase orientalizante como el gran foco difusor de los nuevos adelantos tecnológicos y culturales que afectaron de manera progresiva a las comunidades indígenas del Sureste. El yacimiento oriolano de Los Saladares se mostró a través de su registro arqueológico como un poblado indígena del Bronce Final tartésico que a partir de fines del siglo VIII a.C. recibió los primeros productos cerámicos de importación y que ya en el siglo VII a.C. entró en una facies cultural nueva en la que las cerámicas a torno eran algo habitual y en la que empezaron a usarse objetos de hierro. Este lento proceso de aculturación condujo a mediados del siglo VI a.C. al desarrollo, tanto en Los Saladares como en otros centros poblacionales del Sureste, de complejos materiales ya calificables como ibéricos.

La influencia fenicia experimentada por los yacimientos de Peña Negra y Los Saladares se aprecia también en la aparición de nuevos tipos de viviendas desde el siglo IX a.C. Las cabañas tradicionales de planta oval o circular, a veces semiexcavadas en el suelo y realizadas con materiales perecederos, vieron cómo a su lado se edificaban otras angulares con zócalos de piedra y otras de planta circular levantadas a base de tapial y adobe, con paredes de barro rojo enlucidas de blanco o amarillo.
El yacimiento oriolano de Los Saladares se mostró a través de su registro arqueológico como un poblado indígena del Bronce Final tartésico que a partir de fines del siglo V
III a.C. recibió los primeros productos cerámicos de importación y que ya en el siglo VII a.C. entró en una facies cultural nueva en la que las cerámicas a torno eran algo habitual y en la que empezaron a usarse objetos de hierro. Este lento proceso de aculturación condujo a mediados del siglo VI a.C. al desarrollo, tanto en Los Saladares como en otros centros poblacionales del Sureste, de complejos materiales ya calificables como ibéricos (González Prats, 1991, 111).
La aparición de las ánforas fenicio-púnicas en el área alicantina en el siglo VIII a.C. se documenta junto con otros indicios arqueológicos de la presencia semita en la región, la cual se vio inmersa en un proceso cultural de fuerte influencia orientalizante. La abundancia de ánforas del tipo 10.1.1.1 en los centros fenicios del Extremo Occidente parece indicar que se trata ya de producciones locales. En la provincia de Alicante estas ánforas están representadas en los yacimientos orientalizantes de la Penya Negra de Crevillent, Los Saladares (Orihuela) y Guardamar. No son una estricta reproducción de ningún tipo oriental, sino una reinterpretación personalizada de algunos modelos anfóricos de raigambre fenicia. Su producción se inició antes de la mitad del siglo VIII a.C. en buena parte de los centros afectados por el comercio fenicio, especialmente en aquéllos que contaban con ciertos recursos agrícolas y pesqueros. Además de servir para almacenar la producción local, estos recipientes anfóricos contendrían preferentemente vino, que escaseaba en Occidente en el período inicial de la colonización protagonizada por los comerciantes fenicios, que fueron quienes incentivaron el cultivo de la vid en la Península Ibérica. El tipo anfórico aludido está presente a lo largo de las costas andaluzas y levantinas, así como en el ámbito tartésico y en enclaves tan interiores como Los Villares (Caudete de las Fuentes; Valencia).
En una de las diversas excavaciones se encontraron fíbulas de doble resorte, varios  objetos de adorno y arreglo personal, etc.), reunidos patrones decorativos geométricos que se encuentran en un personaje que muestra, con ellos, su posición social en las cerámicas con decoración geométrica de la social, como sucede en el caso de las estelas del SO zona oriental y central del Mediterráneo.
Los artesanos fenicios, locales o itinerantes, ofrecieron productos de lujo a las aristocracias indígenas, como la diadema de Crevillente, joya áurea con decoración repujada, influida por los gustos de la orfebrería etrusca. La orfebrería de la etapa orientalizante, conocida como tartésica, presenta unas características morfológicas, técnicas y funcionales muy diferentes con respecto a las de la orfebrería del Bronce Final, representada en el Sureste sobre todo por el tesoro de Villena.
Partiendo de la estratificación del poblado de Los Saladares, Arteaga) arguye que los primeros vasos con apéndices perforados aparecen a mediados de la sexta centuria o ligeramente antes, a causa de las relaciones con la cultura griega, y que tienden a desaparecer hacia los momentos finales de la centuria siguiente, al mismo tiempo que se instaura la tipología cerámica del Horizonte Ibérico Pleno.
A partir del s. XIII a.C., en el mundo mediterráneo se producen cambios trascendentales en el ámbito social, político y tecnológico. Las transformaciones acaecidas con la desaparición de los centros orientales suponen la aparición de nuevas formas de poder político y la  descentralización del comercio de artículos de alto valor.
Algunos núcleos cuya dinámica socio-económica así lo permitió se convierten con el Hierro Antiguo en verdaderas ciudades.
En la Vega Baja del río Segura quedaba resuelta la presencia de comerciantes fenicios en Peña Negra y con ellos las condiciones que darían origen al mundo ibérico; pero este enclave se abandonaba a mediados del s. VI a C, Saladares parecía continuar hasta época ibérica plena aunque de una manera confusa, y los poblados ibéricos ya conocidos en la comarca no se fechaban más allá de fines del s. V a C : seguía existiendo, por tanto, un período de más de un siglo inexplicablemente vacío.
   Los Saladares o Librilla, con la presencia de plantas cuadrangulares, y alzados de adobes sobre zócalos de mampostería. La cuestión es que, al no tener aún un urbanismo de tipo oriental desarrollado, los argumentos aún son débiles para hablar de una potente influencia fenicia Por eso es necesario ir más adelante en el tiempo, cuando, además de con la presencia de esas técnicas constructivas, podemos contar con los modelos tipológicos de origen oriental, entre los que se encuentran las estructuras que estamos tratando.
Por estas razones nuestro punto de partida cronológico será el siglo
VI a.C., precisamente el periodo que se ha definido por la investigación como “Ibérico Antiguo”.

 Por el modo de construir los hogares, se sabe que hacían desde el uso de la albañilería de adobes hasta el empleo de bancos, encontrándose  un hogar correspondiente a la fase orientalizante.
No cabe alguna duda de que urnas de incineración forman parte de la cultura del Sureste desde el comienzo del primer  milenio Tampoco cabe duda de que algunas llevan decoración cerámica que evoca la de la zona de los campos de urnas más al Norte (por ejemplo, piezas de  Los Saladares de Orihuela en Alicante o de El Tabayá;  aunque su fecha no tiene que estar muy elevada, al menos en el caso de aquella cerámica encontrada en depósitos inmediatamente anteriores a la aparición de la primera cerámica pintada preibérica.
La expansión de la "Cultura de Los Millares" por esta comarca, supuso el cambio de una economía ganadera a una economía agrícola o mixta. La mejora en las técnicas de fundición de metales nos llegó de Almería unos 3500 años atrás con la denomina "Cultura de El Argar", instaurando una sociedad jerarquizada basada en una incipiente especialización en el trabajo. En la necrópolis de San Antón se hallaron enterramientos en tinajas y también en forma de túmulo, estas últimas destinadas a personajes importantes. Una lenta evolución reflejada en los yacimientos de Los Saladares y de San Antón nos introduce en el mundo ibérico, donde surge ya un primitivo urbanismo en lugares dominantes y se utiliza la cerámica de torno y decorada. La presencia de los Celtas que llegan en busca de la sal de Guardamar, pronto queda diluida entre la población ibérica. Estas dos razas darán aquí lugar al pueblo contestano. El primer contacto de la comarca de la Vega Baja con los griegos se produce en el siglo VI a.C., sirviendo el río Segura como vía de penetración para su comercio. La presencia de los fenicios es difícil de datar cronológicamente; es posible que fueran ellos los que enseñaron al núcleo ibérico la utilización del torno y el horno de alfarería.