Los Saladares es un yacimiento arqueológico,
declarado Bien de Interés Cultural (B.I.C.), situado
en un cerro de tres colínas en la falda de la Sierra de Hurchillo, casi en
el límite de la partida rural de Los
Desamparados con el de Arneva, ambas pedanías de Orihuela,
ciudad del sur de la Comunidad Valenciana, España.
Abarca una amplia cronología, entre los siglos IX y
IV a. C. En él se encontraron restos de pobladores desde la Cultura
Argárica hasta la ibérica, suponiendo uno de los primeros poblados del
municipio de Orihuela junto con el poblado ibérico de San Antón y el del
Seminario.
Este yacimiento arqueológico fue encontrado en el año
1968, a finales del mes de mayo por casualidad unos "chiquillos" al venir de
jugar un partído de fútbol.
Por
lo que respecta a las influencias andaluzas, la arqueología no ha determinado
su presencia este área pero, sin embargo, hallazgos de las zonas próximas
reflejan unos contactos que podríamos hacer extensibles a esta comarca, ya sea en igual o en menor grado. Así, por ejemplo, la
cerámica de barniz rojo y pintada fenicio-paleopúnicas fechadas en El Macalon
(Nerpio) entre los siglos VII - VI a. C., o el conjunto de materiales de este
mismo momento aproximadamente aparecidos en las campañas de excavaciones
actualmente en curso bajo la dirección de Milagros Ros Sala en El Castellar de
Librilla. La penetración de estas influencias desde la desembocadura del Segura
queda atestiguada en el poblado de Los Saladares (Orihuela), excavado por
Arteaga y Serna .
En cuanto a las primeras manifestaciones del contacto griego
en la región que nos ocupa, el máximo exponente viene dado por el Centauro de
Los Rollos y conservado en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional.
La cronología de comienzos del siglo vi a. C. dada para
materiales
de procedencia griega en el área murciana, paralelamente al
sátiro
itifálico
del Llano de la Consolación (Albacete) de mediados del siglo VI a. C. y al fragmento de kylix de figuras negras de
los pequeños maestros (DROOP CUP) del Cabezo del Tío Pío (Archena).
A partir del s. XIII a.C., en el mundo
mediterráneo se producen cambios trascendentales en el ámbito social, político
y tecnológico Las transformaciones acaecidas con la desaparición de los centros
orientales suponen la aparición de nuevas formas de poder político y la
descentralización del comercio de artículos de alto valor. El colapso del mundo
micénico da oportunidad al desarrollo de un comercio oportunista, que ocupe las
rutas anteriormente controladas por éste, comenzando un período de
intensificación económica que repercutirá en la Europa occidental y atlántica.
Las nuevas influencias económicas llegan al sur
de la Europa templada extendiéndose paulatinamente
por el Mediterráneo Central, la Península Ibérica y el Atlántico. El contexto
sociopolítico mediterráneo permite un comercio más ágil, no monopolizado por
los grandes estados, apoyado en puntos estratégicos y comunidades de paso que
experimentan un importante desarrollo al amparo de su papel de
intermediarios. Estos procesos crecientes de interacción y multidireccionalidad
de influjos culturales son catalizados desde el Mediterráneo centro-oriental
hacia occidente. La expansión de la cultura tartésica por el sureste se hace
patente en yacimientos del Bronce Final como Los
Saladares (Orihuela) y Peña Negra.
En la necrópolis de San Antón se hallaron enterramientos en tinajas y también
en forma de túmulo, estas últimas destinadas a personajes importantes. Una
lenta evolución reflejada en los yacimientos de Los Saladares y de San Antón
nos introduce en el mundo ibérico, donde surge ya un primitivo urbanismo en
lugares dominantes y se utiliza la cerámica de torno y decorada. La presencia
de los Celtas que llegan en busca de la sal de Guardamar, pronto queda diluida
entre la población ibérica. Estas dos razas darán aquí lugar al pueblo
contestano. El primer contacto de la comarca de la Vega Baja con los griegos se
produce en el siglo VI a.C., sirviendo el río Segura como vía de penetración
para su comercio. La presencia de los fenicios es difícil de datar
cronológicamente; es posible que fueran ellos los que enseñaron al núcleo
ibérico la utilización del torno y el horno de alfarería.
Los cartagineses cambiaron el tipo
de dominación comercial de fenicios y griegos por el de dominación política,
difundiendo además el uso de la moneda Asdrúbal en el 223 a.C. estableció una
primera fortificación en este meandro del río Segura. A la llegada de los
romanos fue denominada "Orcelis" y se produce un retroceso de
transcultación con el asentamiento de colonos desde el siglo II a.C. y una
intensificación de las exportaciones de esparto del interior de la comarca y de
salazones de caballa desde Guardamar. El cristianismo se difunde tardíamente,
no antes del siglo III, y su proceso de consolidación es muy lento.Las ánforas,
tinajas y otras
cerámicas a torno, lisas o pintadas fenicias introducidas en el medio indígena
peninsular desde las colonias fenicias de Andalucía, dieron lugar a
una corriente de imitaciones, burdas en un principio, pero gracias al torno de
alfarero y al horno de cámara alcanzaron
pronto un alto nivel tecnológico. Los alfares indígenas producían ánforas de
tipología fenicia a inicios del siglo VI a. C. A lo largo del siglo
VII a. C. las ánforas, tinajas y otras cerámicas a torno, lisas o pintadas fenicias
introducidas en el medio indígena peninsular desde las colonias fenicias de Andalucía, dieron lugar a
una corriente de imitaciones, burdas en un principio, pero gracias al torno de
alfarero y al horno de cámara alcanzaron
pronto un alto nivel tecnológico. Las formas que alcanzaron mayor popularidad
en esta fase inicial son el ánfora tipo R1 (Rachgoun 1), la tinaja pithoide y
la urna del tipo Cruz del Negro. Evidenciado por primera vez en Los
Saladares (Orihuela),[7]
este proceso de aculturación que forma parte de la dinámica orientalizante,
ofrece sus mejores testimonios en el sur y el sureste [península ibérica
[peninsular] (de la costa de Huelva a la cuenca del Júcar) sin que
sea posible constatar un único foco de difusión.
En los Saladares de Orihuela
y, sobre todo, en la Penya Negra de Crevillent el urbanismo organizado cambió
por completo la fisonomía de las anteriores cabañas del Bronce Final.
A partir de finales del siglo
VII a. C. y durante gran parte del siglo VI a. C., las
primeras cerámicas ibéricas pintadas y lisas del sur y sureste peninsular
muestran repertorios de clara filiación fenicia, sobre todo en lo que se refiere
a los grandes contenedores como ánforas o tinajas, que incorporan poco a poco
formas nacidas de la creatividad indígena.
La presencia de influjos
en la Contestanía del mundo cultural fenicio-púnico parece evidente,
como se deduce de la existencia de asentamientos como la colonia fenicia de Los
Saladares de gran interés por reflejar en esta zona del Sudeste tempranos
contactos fenicios y su pronta asimilación por la población indígena, que los
debió extender hacia el interior.
Junto a la cultura hallstática en la que predominan
claramente cerámicas toscas y bruñidas del Bronce Final local, algunas de
tradición muy antigua y que llegan hasta plena Edad del Hierro en diversos
lugares, al final de esta fase aparecen
las primeras importaciones del Mediterráneo. representadas por cerámica de
barniz rojo y por las puntas de flecha de anzuelo.
Esta fase, no se puede fechar bien, pero debe corresponder
hacia el siglo VII a. de J. C., y en todo caso antes del 600 a. de J. C.
Por dar una fecha aproximada.
El influjo
cultural ejercido por los colonos fenicios sobre el Sureste peninsular se hizo
especialmente efectivo a través de su puerto comercial de La Fonteta
(Guardamar) y del pequeño enclave subordinado del Cabeçó del’Estany.
Es también rastreable en los contextos orientalizantes de
los yacimientos de Los Saladares (Orihuela) y Peña Negra (Crevillente). En
todos estos casos se trata de establecimientos próximos a la antigua albufera
del Segura, ámbito que actuó durante la fase orientalizante como el gran foco
difusor de los nuevos adelantos tecnológicos y culturales que afectaron de
manera progresiva a las comunidades indígenas del Sureste. El yacimiento
oriolano de Los Saladares se mostró a través de su registro arqueológico como
un poblado indígena del Bronce Final tartésico que a partir de fines del siglo
VIII a.C. recibió los primeros productos cerámicos de importación y que ya en
el siglo VII a.C. entró en una facies cultural nueva en la que las cerámicas a
torno eran algo habitual y en la que empezaron a usarse objetos de hierro. Este
lento proceso de aculturación condujo a mediados del siglo VI a.C. al
desarrollo, tanto en Los Saladares como en otros centros poblacionales del
Sureste, de complejos materiales ya calificables como ibéricos.
La influencia fenicia experimentada por los yacimientos de
Peña Negra y Los Saladares se aprecia también en la aparición de nuevos tipos
de viviendas desde el siglo IX a.C. Las cabañas tradicionales de planta oval o
circular, a veces semiexcavadas en el suelo y realizadas con materiales
perecederos, vieron cómo a su lado se edificaban otras angulares con zócalos de
piedra y otras de planta circular levantadas a base de tapial y adobe, con
paredes de barro rojo enlucidas de blanco o amarillo.
El yacimiento oriolano de Los Saladares se mostró a través
de su registro arqueológico como un poblado indígena del Bronce Final tartésico
que a partir de fines del siglo V
III a.C. recibió los primeros productos cerámicos de
importación y que ya en el siglo VII a.C. entró en una facies cultural nueva en
la que las cerámicas a torno eran algo habitual y en la que empezaron a usarse
objetos de hierro. Este lento proceso de aculturación condujo a mediados del
siglo VI a.C. al desarrollo, tanto en Los Saladares como en otros centros
poblacionales del Sureste, de complejos materiales ya calificables como
ibéricos (González Prats, 1991, 111).
La aparición de las ánforas fenicio-púnicas en el área
alicantina en el siglo VIII a.C. se documenta junto con otros indicios
arqueológicos de la presencia semita en la región, la cual se vio inmersa en un
proceso cultural de fuerte influencia orientalizante. La abundancia de ánforas
del tipo 10.1.1.1 en los centros fenicios del Extremo Occidente parece indicar
que se trata ya de producciones locales. En la provincia de Alicante estas
ánforas están representadas en los yacimientos orientalizantes de la Penya
Negra de Crevillent, Los Saladares (Orihuela) y Guardamar. No son una estricta
reproducción de ningún tipo oriental, sino una reinterpretación personalizada
de algunos modelos anfóricos de raigambre fenicia. Su producción se inició
antes de la mitad del siglo VIII a.C. en buena parte de los centros afectados
por el comercio fenicio, especialmente en aquéllos que contaban con ciertos
recursos agrícolas y pesqueros. Además de servir para almacenar la producción
local, estos recipientes anfóricos contendrían preferentemente vino, que
escaseaba en Occidente en el período inicial de la colonización protagonizada
por los comerciantes fenicios, que fueron quienes incentivaron el cultivo de la
vid en la Península Ibérica. El tipo anfórico aludido está presente a lo largo
de las costas andaluzas y levantinas, así como en el ámbito tartésico y en
enclaves tan interiores como Los Villares (Caudete de las Fuentes; Valencia).
En una de las diversas excavaciones se encontraron fíbulas
de doble resorte, varios objetos
de adorno y arreglo personal, etc.), reunidos patrones decorativos geométricos
que se encuentran en
un personaje que muestra, con ellos, su posición social en las cerámicas con
decoración geométrica de
la social, como sucede en el caso de las estelas del SO zona oriental y central
del Mediterráneo.
Los artesanos fenicios, locales o itinerantes, ofrecieron
productos de lujo a las aristocracias indígenas, como la diadema de
Crevillente, joya áurea con decoración repujada, influida por los gustos de la
orfebrería etrusca. La orfebrería de la etapa orientalizante, conocida como
tartésica, presenta unas características morfológicas, técnicas y funcionales
muy diferentes con respecto a las de la orfebrería del Bronce Final,
representada en el Sureste sobre todo por el tesoro de Villena.
Partiendo de la estratificación del poblado de Los
Saladares, Arteaga) arguye que los primeros vasos con apéndices perforados
aparecen a mediados de la sexta centuria o ligeramente antes, a causa de las
relaciones con la cultura griega, y que tienden a desaparecer hacia los
momentos finales de la centuria siguiente, al mismo tiempo que se instaura la
tipología cerámica del Horizonte Ibérico Pleno.
A partir del s. XIII a.C., en el
mundo mediterráneo se producen cambios trascendentales en el ámbito social,
político y tecnológico. Las transformaciones acaecidas con la desaparición de
los centros orientales suponen la aparición de nuevas formas de poder político
y la descentralización del comercio de
artículos de alto valor.
Algunos núcleos cuya dinámica socio-económica así lo
permitió se convierten con el Hierro Antiguo en verdaderas ciudades.
En la Vega Baja del río Segura quedaba resuelta la
presencia de comerciantes fenicios en Peña Negra y con ellos las condiciones
que darían origen al mundo ibérico; pero este enclave se abandonaba a mediados del
s. VI a C, Saladares parecía continuar hasta época ibérica plena aunque de una
manera confusa, y los poblados ibéricos ya conocidos en la comarca no se
fechaban más allá de fines del s. V a C : seguía existiendo, por tanto, un
período de más de un siglo inexplicablemente vacío.
Los
Saladares o Librilla, con la presencia de plantas cuadrangulares, y alzados de
adobes sobre zócalos de mampostería. La cuestión es que, al no tener aún un
urbanismo de tipo oriental desarrollado, los argumentos aún son débiles para
hablar de una potente influencia fenicia Por eso es necesario ir más adelante
en el tiempo, cuando, además de con la presencia de esas técnicas
constructivas, podemos contar con los modelos tipológicos de origen oriental,
entre los que se encuentran las estructuras que estamos tratando.
Por estas razones nuestro punto de partida cronológico será
el siglo
VI a.C., precisamente el periodo que se ha definido por la
investigación como “Ibérico Antiguo”.
Por el modo de
construir los hogares, se sabe que hacían desde el uso de la albañilería de
adobes hasta el empleo de bancos, encontrándose un hogar correspondiente a la fase orientalizante.
No cabe alguna duda de que urnas
de incineración forman parte de la cultura del Sureste desde el comienzo del primer milenio Tampoco cabe duda de que algunas
llevan decoración cerámica que evoca la de la zona de los campos de urnas más
al Norte (por ejemplo, piezas de Los
Saladares de Orihuela en Alicante o de El Tabayá; aunque su fecha no tiene que estar muy elevada, al menos en el
caso de aquella cerámica encontrada en depósitos inmediatamente anteriores a la
aparición de la primera cerámica pintada preibérica.
La expansión de la "Cultura de Los Millares" por
esta comarca, supuso el cambio de una economía ganadera a una economía agrícola
o mixta. La mejora en las técnicas de fundición de metales nos llegó de Almería
unos 3500 años atrás con la denomina "Cultura de El Argar",
instaurando una sociedad jerarquizada basada en una incipiente especialización
en el trabajo. En la necrópolis de San Antón se hallaron enterramientos en
tinajas y también en forma de túmulo, estas últimas destinadas a personajes
importantes. Una lenta evolución reflejada en los yacimientos de Los Saladares
y de San Antón nos introduce en el mundo ibérico, donde surge ya un primitivo
urbanismo en lugares dominantes y se utiliza la cerámica de torno y decorada.
La presencia de los Celtas que llegan en busca de la sal de Guardamar, pronto
queda diluida entre la población ibérica. Estas dos razas darán aquí lugar al
pueblo contestano. El primer contacto de la comarca de la Vega Baja con los
griegos se produce en el siglo VI a.C., sirviendo el río Segura como vía de
penetración para su comercio. La presencia de los fenicios es difícil de datar
cronológicamente; es posible que fueran ellos los que enseñaron al núcleo
ibérico la utilización del torno y el horno de alfarería.