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domingo, 20 de noviembre de 2011

EL Puntal de las Salinas




Es el poblado ibero más importante del Alto Vinalopó a pesar de su pequeño tamaño y de su corta ocupación que solo alcanza parte del siglo IV a. C. En sus proximidades se encontró una de las necrópolis más importantes de la Comunidad Valenciana.
Se encuentra a tres kilómetros de Salinas en la Sierra del Rincón de Don Pedro. Saliendo desde la población en dirección Monóvar, a los trescientos metros de pasar el Km. 7 hay a la derecha de la carretera un cartel que indica “Casa Calpena”. Una decena de metros más adelante de la señal sale también a la derecha una pista de tierra que acaba en una finca abandonada conocida como Casa del Puntal. El vehículo se deja aquí.

Una veintena de metros antes de llegar a la casa hay otra pista que cruza la que da acceso a la finca y que va paralela a la carretera. Hay que seguirla en dirección Sur. Cincuenta metros más adelante llegamos a otro cruce. Desechamos el ramal de la izquierda que vuelve a la carretera. Nos interesa el que nace a la derecha, que en su comienzo casi no se aprecia debido a la vegetación y que enseguida comienza a ascender perpendicular a la pista principal. Ciento cincuenta metros más adelante, acaba la cuesta y desde este pequeño alto, hacia el Sur, la parte más cercana de la sierra se recorta en dos puntales. El situado más a la izquierda es donde se ubica el yacimiento. Sólo queda seguir por la pista otro centenar de metros para luego afrontar la subida campo traviesa hasta el pequeño collado entre las dos alturas referidas, donde se puede iniciar la visita.
En esta zona se sitúan las defensas más importantes del poblado. Se distingue un foso defensivo de ocho metros de anchura que probablemente fue excavado por los habitantes del poblado acentuando la defensa natural de la vaguada que separa el espolón del resto de la sierra. Se produce un desnivel de cinco metros entre el fondo del foso y el torreón principal. Este se encuentra en la parte más alta del poblado y sus restos son lo primero que se ve según se entra en el poblado. Tiene 9 x 13 metros, planta trapezoidal y era macizo, con relleno de tierra y piedras de mediano tamaño. Su ubicación además de defensa procura una excelente atalaya sobre el valle. En combinación con el foso estructuraba una protección adecuada de la zona donde, según los investigadores, se encontraba el acceso al poblado.

La abundancia de vegetación perjudica la contemplación de los restos. A esto se añade la poca altura de los paredes, debido seguramente al uso de materiales para los bancales próximos. También ha habido algunos cazadores desaprensivos que han utilizado las piedras de los muros iberos para levantar puestos de caza circulares en el mismo poblado.
A pesar de estos inconvenientes se pueden todavía apreciar restos de viviendas de planta cuadrangular en la ladera amesetada donde se asienta el yacimiento. En la parte Norte, bajando desde el torreón se distingue un buen tramo de la muralla que rodeaba el poblado. Tiene mayor anchura que los muros de las casas, algunas de las cuales la utilizan como pared. En la muralla se avanzaban varios torreones más, si bien apenas se aprecian hoy.

En varias de las viviendas se encontraron materiales que orientaban sobre las ocupaciones que se realizaron en ellas. Así, en una habitación apareció junto a uno de los muros un conjunto de pesas de telar, por lo que se supone su dedicación a la confección textil. En otra aparecieron dos conjuntos de caracoles separados, unos perforados y otros sin perforar. ¿Quizás un taller de collares de adorno?
El poblado fue excavado por Soler en 1955 tras ser localizado gracias a la información de un pastor de la zona. Entre los materiales cerámicos destacan la imitación ibera de una crátera de columnas griega que es el único vaso de este tipo encontrado en la provincia de Alicante. También destacable por su rareza es una cantimplora. Otro de los hallazgos sobresalientes es uno de los más importantes conjuntos de ánforas de la arqueología alicantina no sólo por su número sino por la conservación de muchas de ellas que se encontraron completas.

De metal destacan una lámina de plomo enrollada de las que eran empleadas para escritura, si bien no apareció en ella ningún signo, dos restos de hoces y una reja de arado. En la necrópolis que se encontraba a medio centenar de metros del poblado, se encontraron varias piezas de oro y armamento ibérico, del que sobresale una de las mejores puntas de lanza de la arqueología peninsular que todavía conserva su decoración. Los materiales se pueden contemplar en el Museo Arqueológico de Villena.

Para imaginar como vivían estas gentes lo mejor es contemplar el valle desde el torreón. Aprovecharon la fertilidad del valle para sus cultivos. También se ve la gran mancha blanquecina que ocupa la hoy desecada laguna que se extendía frente al poblado y proveía de caza, sal y juntos y carrizos para confeccionar cestería o techados.