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viernes, 18 de noviembre de 2011

CABEZO LUCERO


Yacimiento orientalizante, Ibérico antiguo y pleno (s. VI-III AEC).
El yacimiento de Cabezo Lucero se encuentra a unos seis kilómetros de la boca actual del río Segura, dentro del término municipal de Guardamar y cerca ya del de Rojales. Se sitúa en la orilla derecha del río, hacia el que desciende con suave pendiente. Desde el yacimiento se divisa un buen tramo de la vega del río, aunque no su desembocadura, así como el emplazamiento, al otro lado del Segura, del enclave ibérico de La Escuera (San Fulgencio), coetáneo de Cabezo Lucero. El cabo de Santa Pola y la isla de Tabarca son también visibles desde el yacimiento, situado en un área que, al menos hasta el siglo XVIII, fue bastante pantanosa.


El lugar albergó una trinchera de tiro excavada durante la guerra civil, y que por entonces permitió sacar a la luz varios fragmentos escultóricos de bóvidos, concebidos para coronar monumentos funerarios. Pierre Paris había visitado el yacimiento en 1898, maravillándose de la abundancia y calidad de sus restos cerámicos, tanto griegos como producciones regionales con decoración geométrica pintada. Le sirvió de guía el anticuario y barbero Valeriano Aracil, que ya antes había realizado dos profundos cortes en cruz en el yacimiento. En 1940 el Padre Belda, director del Museo Arqueológico Provincial de Alicante, encontró más esculturas en Cabezo Lucero, lo que motivó la acometida de una prospección intensiva y fructífera por parte de Fernández de Avilés, director del Museo de Murcia. En 1968 un maestro de Rojales realizó en su localidad una exposición pública con materiales procedentes de Cabezo Lucero, donde había abierto varias tumbas.
Estas piezas, entre las que estaban cerámicas, fíbulas y fusayolas, fueron depositadas luego en el Museo Municipal de Elche, que todavía las conserva. Allí realizó un inventario de las mismas Ramos Folqués (1969), dando a conocer mediante su publicación la importante entidad del yacimiento. Los materiales escultóricos y cerámicos ya conocidos junto con otros hallazgos fortuitos realizados en el lugar suscitaron la redacción de nuevos artículos sobre Cabezo Lucero por parte de González Zamora (1975), Rouillard (1976) y Llobregat (1981). Este último autor estudió la relación entre las esculturas funerarias de toros, tan características de la necrópolis de Cabezo Lucero, con la proximidad de los recursos hídricos, señalando la posibilidad de que en la religiosidad contestana el toro fuese el símbolo de la diosa que protege a los difuntos en la cercanía de unas aguas purificadoras (Llobregat, 1981, 164). Una misión arqueológica hispano-francesa se encargó desde 1980 de la excavación de la necrópolis, frenando así el expolio cotidiano al que el yacimiento se veía sometido. Sus objetivos principales fueron la identificación de los ritos funerarios practicados, el esclarecimiento de la función de las importaciones cerámicas griegas en esos ritos, y la interpretación de las manifestaciones escultóricas que adornaban las tumbas (Aranegui, Jodin, Llobregat, Rouillard y Uroz, 1993, 7)
El yacimiento consta de dos partes, el poblado y la necrópolis. Los restos arquitectónicos son escasos, muy arrasados. Pueden identificarse restos de un torreón cuadrangular situado junto a la puerta sur del poblado. Unos 200 m al sur del mismo se localiza la necrópolis, con una extensión superior a los 2500 m2.
La necrópolis se sitúa a más altura que el poblado y se pueden apreciar interesantes vistas sobre la antigua laguna, e incluye tumbas comprendidas entre el 500 y el 330 AEC.
Sobre la superficie es posible observar restos de los túmulos de piedra, de planta cuadrangular, algunos de los cuales servirían de soporte a esculturas antropomorfas y zoomorfas como la cabeza de grifo, o restos de toro. Estas esculturas, del s. V AEC, estaban muy fragmentadas en el momento de su hallazgo, posiblemente fueron destruidas en un momento de furia iconoclasta. Las excavaciones han proporcionado abundantes materiales, algunos excepcionales como los procedentes de la denominada tumba del orfebre (materiales depositados en el MARQ). Se trata de un importante conjunto de matrices de claro influjo oriental, con representaciones de grifos, en forma de aro con diferentes relieves, y de forma troncopidamidal, así como herramientas de trabajo como un pequeño yunque, pequeños martillos y punzones. También destacan las cerámicas de importación (principalmente ática del s. IV AEC), oinochoes, copas, orientalizantes (s. VI-V AEC), urnas ibéricas. Son abundantes las copas áticas de pie bajo. .El hallazgo de armas en la mayoría de las tumbas indica una sociedad eminentemente guerrera. Las tumbas más antiguas se sitúan en la porción más al sur de la necrópolis y corresponden a principios del s. V AEC con urnas orientalizantes tipo "Cruz del Negro", un escudo tipo caetra, grebas de bronce, manillas de escudo, broches de cinturón, y un lekythos de figuras negras. Uno de los hallazgos más relevantes lo constituye la denominada Dama de Cabezo Lucero reconstruida a partir de numerosos fragmentos y que presenta similitudes con la Dama de Elche, aunque más arcaica.
En la foto se pueden ver dos de las plataformas tumulares sobre las cuales se levantaban figuras de toros, leones y grifos.

Se excavaron 1225 m2 de la necrópolis, situada al Sur del poblado y a una altitud ligeramente superior. Desde el poblado a la necrópolis hay tan sólo unos 160 metros de distancia, observándose que las tumbas más antiguas suelen estar más alejadas del poblado. La necrópolis fue utilizada aproximadamente desde el 475 hasta el 325 a.C., si bien la mayor parte de las tumbas es de fines del siglo V o de la primera mitad del IV a.C. La ordenación interna de las tumbas en la necrópolis no queda demasiado clara, pues muchas de ellas estaban bastante destruidas en el momento de la excavación. Las plataformas de piedra, rectangulares o cuadradas, servían como elemento organizador de la disposición de las tumbas, orientándose en sentido Norte-Sur y Este-Oeste. Las 63 tumbas analizadas permitieron documentar tres tipos de deposición de los restos cremados: en 19 casos el cuerpo incinerado se dejó “in situ” en el lugar de la cremación, recibiendo allí mismo las ofrendas y libaciones; en 27 casos los huesos incinerados fueron metidos en una urna cineraria; y en 17 casos los huesos se depositaron sobre el suelo, más o menos preparado (Rouillard, Llobregat, Aranegui, Grevin, Jodin y Uroz, 1992, 11).

Las plataformas de piedra eran los zócalos sobre los que se alzaban las esculturas funerarias. Se disponían sobre la roca natural, y tenían entre dos y cinco metros de lado. Algunas tumbas consistían en fosas excavadas en la roca o en tierra, pudiendo recubrirse en este último caso de una estrecha capa de arcilla que definía paredes verticales. La pira podía situarse en el mismo suelo rocoso, nivelado, y delimitado por losas, reutilizándose para sucesivas incineraciones. Otras zonas de cremación consisten en una capa de adobes de limo arcilloso mezclado con arena fina. Sólo en 26 casos se han podido extraer conclusiones fiables sobre el sexo y la edad de los difuntos, advirtiéndose que los restos cremados de las mujeres y los niños eran normalmente colocados en urnas, conforme al rito deposicional más característico de los inicios de la utilización de la necrópolis. En la tumba 26 hay tres urnas que probablemente corresponden a un agrupamiento familiar de cuatro individuos, pues una de las urnas contiene los restos de una mujer y un niño. En la tumba 47 junto a un niño y a un adulto hay un posible feto. Y en el punto 91 hay otro caso de un niño acompañando a un adulto. La tumba 75, que es la más antigua del yacimiento, tenía dos urnas, una con los huesos de una mujer y otra de un adulto acompañado por grebas y escudo. Estas dos urnas fueron puestas sobre el lugar en que se practicaron las cremaciones, donde se había arrojado un lecito de figuras negras. Los varones ilustran mejor los tres tipos de deposición. La incineración “in situ” parece propia de las tumbas de varones del siglo IV a.C. Sobre las cenizas aún ardientes eran colocadas las armas, intencionadamente inutilizadas, y en muchos casos orientadas en sentido Este-Oeste, y se arrojaban vasitos ibéricos y cerámicas griegas, producciones aptas para mezclar bebidas y para beber en las libaciones y los symposia. Las copitas y los vasitos caliciformes, tan abundantes en la necrópolis, permitirían efectuar libaciones rituales en honor de los difuntos y de los seres fantásticos que los protegían en la otra vida. Estas libaciones no sólo serían de vino, sino que para las mismas bastaría el agua, que era bebida o vertida con un significado regenerador (Llobregat, 1981, 164).

Cuando la cremación no era “in situ”, los restos funerarios eran separados de la ceniza y de la tierra, e incluso a veces lavados; se recogían y se metían en una urna o en un hoyo. Las urnas de mujeres y niños son por lo general un vaso ibérico, normalmente bitroncocónico, cerrado con una losa u otro vaso, en ocasiones griego, acompañándose de otros vasos ibéricos que actúan como parte del ajuar. Éste es menor en los niños que en las mujeres, y menor en las mujeres que en los varones. Una urna cineraria excepcional por su calidad es una crátera ática de campana decorada con figuras rojas que dan vida a una escena de symposion y a otra de palestra. Parece que sólo una pequeña parte de la población de Cabezo Lucero pudo enterrarse en la necrópolis, que quizás quedó reservada a las familias o individuos más poderosos y sobresalientes, los cuales expresaron su estatus con costosos monumentos funerarios o permitiéndose el lujo de romper ritualmente las vasijas de importación.
En esta necrópolis, a diferencia de la de Baza, apenas se dejan notar las diferencias sociales del grupo, pues quizás el espacio funerario correspondía tan sólo a un segundo nivel aristocrático (Ruiz, 1998, 293). Sí que se marcaron las diferencias de edad y de género, como indica el hecho de que los jóvenes se asocien a la lanza y no a la falcata. Más de la mitad de las tumbas contenía armas, sobre todo presentes en las incineraciones “in situ”. Por tanto tenía un especial valor emotivo el quemarlas o destruirlas a la vez que ardía el cuerpo de aquél o aquélla a quien se rendían honores, o poco después de que esto sucediese. Las armas ofensivas solían colocarse sobre el escudo en sentido Este-Oeste. De haber dos falcatas, con vainas o desnudas, sus puntas iban dirigidas en sentidos opuestos. La falcata podía estar acompañada por una o varias puntas de lanza, un soliferreum retorcido, un puñal o un cuchillo afalcatado. Las fíbulas son bastante comunes en las tumbas, apareciendo en el 36% de las mismas, mientras que los broches de cinturón son raros. De las siete campanillas documentadas, las cuales podrían pertenecer a collares de caballos, seis se acompañan de armas. Las joyas de oro o plata sólo afectan al 12% de las tumbas. Algo más frecuentes son las cuentas de collar de pasta vítrea. El collar más rico, hallado junto a una urna cineraria, tiene 480 cuentas de hueso, vidrio y conchas de moluscos, flanqueando un colgante de barro vidriado egipcio.

La tumba 100 (Uroz, 1992, 45-48), excavada en 1986, ofrece un interés especial porque en ella aparecieron, además de huesos mezclados con tierra cenicienta, más de medio centenar de objetos, casi todos de pequeñas dimensiones, correspondientes al instrumental de trabajo de un orfebre. Junto a las herramientas hechas en hierro o bronce, como sierra, tenazas, yunque y lastra, había matrices con reverso plano y relieves en el anverso. Los motivos de estas matrices son muy útiles para conocer los modelos iconográficos preferidos en época ibérica, y reflejan cierta similitud con respecto al repertorio de las esculturas funerarias. Sobre las matrices los orfebres aplicaban delgadas láminas de oro para trabajar luego en ellas y grabar así los motivos deseados. La amortización de estas piezas en la tumba se produjo ya avanzado el siglo IV a.C., como indicaban algunas cerámicas áticas del interior de la sepultura, si bien su fabricación y uso serían más antiguos. Su deposición funeraria podría señalar un cambio en los gustos iconográficos de los pobladores del enclave. En las matrices priman los motivos geométricos y vegetales, como el árbol de la vida o la palmera, pero también hay otros motivos humanos o animalísticos, como una especie de testuz de bóvido, grifos, un prótomo de león y una esfinge. Una de las piezas, de bronce y de forma triangular, presenta el perfil izquierdo de una cabeza de león, con la lengua fuera, sobre una cabeza humana. Otra pieza de bronce, de forma esta vez trapezoidal, muestra a un guerrero hiriendo con su espada a un grifo que huye, mientras que por debajo queda una esfinge con cornamenta y alta tiara, cuya expresión plácida parece revelar su función como protectora del difunto. Otra de las matrices de la tumba 100 consiste en una anforita decorada con series horizontales de ovas, grecas y triángulos.

En el período inicial de la utilización de la necrópolis se aprecian indicios de tradición orientalizante en algunas producciones cerámicas con paralelos andaluces (Aranegui, Jodin, Llobregat, Rouillard y Uroz, 1993, 137). Por ejemplo, una de las urnas cinerarias de la tumba 75, considerada la más antigua de la necrópolis, es de tipo “Cruz del Negro”, de gusto claramente orientalizante. Otro pequeño conjunto de piezas presenta paralelos ibicencos, lo que ha llevado a plantear que el llamado “Círculo del Estrecho” pudo perder cierta importancia comercial con respecto al “Círculo del Sudeste” en el siglo V a.C., fenómeno que favorecería el esplendor de la cultura ibérica en esta última área, que asumiría en gran medida el relevo en la difusión de los productos mediterráneos hacia la Alta Andalucía. El ámbito de la desembocadura del Segura atrajo tanto a los comerciantes fenicios, establecidos en la Fonteta (Guardamar) desde el siglo VIII a.C., como posiblemente a los comerciantes griegos, cuya factoría costera de Alonis pudo estar algo más al Norte. Los vasos griegos suelen aparecer rotos y quemados, mientras que los vasitos ibéricos parecen haber sido depositados con mayor cuidado, conservándose enteros en bastantes casos. La realización de libaciones y symposia en el espacio funerario viene confirmada por el hallazgo de numerosos fragmentos de ánforas iberopúnicas, en las que se transportarían el agua y el vino que luego iban a consumirse o verterse en la vajilla apropiada. El conjunto de la necrópolis proporcionó una ingente cantidad de vasos griegos, 696, sumando tanto los fragmentos dispersos como los aparecidos en un 65% de las tumbas. La mayor parte de estas piezas (86%), siempre áticas, corresponde a las importaciones efectuadas durante los tres primeros cuartos del siglo IV a.C. Su destino normalmente consistía en terminar siendo arrojadas sobre las cenizas de las cremaciones. Ello no quiere decir que previamente no hubiesen servido para usos no funerarios, lo que significaría cierta participación de parte de la población local en ceremonias comunitarias pero a la vez restringidas de origen griego, en las que se haría ostentación de los bienes adquiridos.

La necrópolis tuvo que presentar un aspecto impresionante mientras fueron respetadas las esculturas que adornaban las tumbas, pero incluso después de la destrucción de tales imágenes el espacio funerario siguió siendo utilizado con normalidad. Los toros serían los animales más representados, aunque también se han hallado restos escultóricos de leones, grifos, esfinges y aves, configurando un repertorio de índole griega y oriental al servicio de la heroización de los difuntos ilustres, recreando su tránsito hacia el Más Allá. Las plataformas soportaban las esculturas exentas o los altorrelieves decorados por varias caras, con motivos tan claramente orientales como las palmetas. Hasta hace poco había en la necrópolis grandes partes esculpidas de bóvidos y leones, así como restos de las extremidades, fragmentos caudales y orejas, las cuales en muchos casos eran hechas de forma independiente e insertadas luego en los agujeros practicados en la cabeza del animal.

Una de las piezas escultóricas más conocidas del yacimiento es la “Dama de Cabezo Lucero”, que ha sido objeto de una trabajosa restauración. Se trata del busto de una mujer vestida con túnica de escote redondo y manto. Va diademada, exhibe ricos collares y recoge su pelo en rodetes que le flanquean la cara. Pudo ir sobre un trono, del que se hallaron algunos fragmentos. Las esculturas funerarias de la necrópolis de Cabezo Lucero aparecen tremendamente destruidas, como si se hubiesen roto con ensañamiento. Ello llevó a pensar en posibles reacciones iconoclastas de la base social con respecto a los símbolos exóticos adoptados por la clase dirigente. Sin descartar el posible protagonismo de las transformaciones sociales en la destrucción de la iconografía escultórica ibérica, Teresa Chapa (1993, 185-195) advierte que el fin de estas manifestaciones artísticas y funerarias pudo ser más prosaico, incidiendo en el mismo la falta de cimentación de los monumentos, la escasa calidad constructiva, las adversas condiciones del entorno, la fácil alteración de la piedra arenisca, y el reaprovechamiento de los materiales caídos, a lo que se uniría el olvido, la indiferencia o el desdén por parte de la población hacia las viejas fórmulas iconográficas de ostentar el prestigio en el espacio funerario.

LA DAMA DE GUARDAMAR


 Como puede comprobarse, el estilo es similar al de la universalmente conocida como Dama de Elche pero, entre los escasos fragmentos hallados y su estilo no tan depurado, han hecho que viva muy a la sombra de la creación más conocida del arte íbero; quede aquí, por tanto, nuestro homenaje a esta otra dama contestana.
Este nuevo ejemplo de "dama" ibérica fue hallado, en 1987, en Guardamar del Segura (Alicante). Pese a encontrarse muy fragmentada, la pieza pudo ser reconstruida, en su totalidad, gracias al trabajo realizado por los restauradores del Museo Arqueológico de Alicante (MARQ).Esta figura presenta características semejantes a la dama de Elche, tanto en los rasgos faciales como en su vestimenta y en las joyas que luce. Podría indicar la existencia de un círculo escultórico asentado en el área de las actuales comarcas del Bajo Vinalopó y el Bajo Segura; es decir, en el entorno cultural homogéneo del sur de la Contestania Ibérica.En cuanto a su tipo de talla, la dama de Cabezo Lucero resulta formalmente un poco más arcaica que las de Baza, el Cerro de los Santos y la de Elche. En cuanto a su cronología, los investigadores proponen una fecha que oscila entre el 400 y el 370 a. C.