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miércoles, 23 de noviembre de 2011

LES MORERES



 Una de las novedades  estriba en el descubrimiento de una extensa necrópolis de cremación en el cerro de Les Moreres, en Crevillente, situada muy cerca del poblado de Peña Negra y correspondiente a su fase del Bronce Final.
En cuanto a los enterramientos, se observa en la necrópolis de cremación de Les Moreres, fechada entre el siglo IX y mediados del siglo VI a.C., la extensión de prácticas y construcciones funerarias de tipo meridional, como los túmulos planos, los círculos de piedras hincadas y las plataformas ovales y cuadradas.  Estas últimas son el precedente de las tumbas de empedrado que se generalizarán en la Contestania durante el período.
    Se trata de construcciones funerarias nuevas que dan idea de las transformaciones culturales experimentadas por el Sureste en su contacto con los agentes comerciales fenicios. Antes de la llegada de los colonos fenicios, Peña Negra presentaba algunos elementos próximos al horizonte cultural meseteño de Cogotas I, como las cerámicas de incrustación y de retícula bruñida o las viviendas circulares de barro.
   González Prats (1992, 145) considera que durante el Hierro Antiguo el Sureste formó parte del ámbito orientalizante tartésico, fenómeno cultural ya más diluido al Norte del río Vinalopó, el cual pudo actuar por entonces como frontera entre grupos poblacionales con tradiciones diferentes.


Los trabajos preliminares han puesto al descubierto 27 enterramientos y el número total de ellos desparramados por los lados del cerro en cuestión pudo pasar perfectamente del centenar, dada la densidad de los mismos. No entraremos en la descripción de los diversos tipos de sepulturas, que se puede ver en otros trabajos.
En lo  esencial, figuran al lado de las urnas depositadas en hoyos, sepulturas sin ningún “contenedor” cerámico o que consisten sólo en un cuenco carenado, las urnas situadas en un encachado amorfo de piedras o aquellas que se ubican en la cista central de túmulos planos o encachados circulares de 5-7 metros de diámetro. La tipología de las urnas contrasta, en líneas generales, con la propia de las necrópolis del “Grupo septentrional”, relacionándose con las formas de las necrópolis de Murcia y Almería, Setefilla y Portugal.
Con la excepción del cuenco troncocónico que cubre la urna número 4 y que puede representar un influjo , “septentrional”, todos los vasos funerarios se tapan con cuencos o cazuelas carenadas de la Forma B7 de Peña Negra I, uno de los tipos cerámicos más característicos -como veíamos- del Bronce Final meridional, desconocidos en los ambientes de C.U. peninsulares.


La necrópolis de Les Moreres -como el poblado- llega a conocer los primeros objetos fenicios que llegan a Crevillente en el paso del siglo VIII al VII a. C., y así nos encontraremos desde urnas tipo “Cruz del Negro” hasta platos de engobe rojo y cuentas de collar de pasta vítrea azul con entalladuras circulares, que han perdido la incrustación de hilos blancos alrededor de ellas.
Espacio funerario del asentamiento de la Peña Negra, que en su fase II, con una cronología del 750 al 625 a. C., ha proporcionado varios de este tipo de enterramientos formando un grupo homogéneo presumiblemente de varones (González Prats: 2002, 242, 255, 275 y 277). Si ya resultaba poco convincente la profunda aculturación funeraria de una parte de la población autóctona alejada socialmente de las elites y presuntamente detectada en necrópolis de la región tartésica y áreas geográficas vecinas, su presencia en Les Moreres añade aún más interrogantes, ya que significaría un resultado prácticamente idéntico de la aculturación orientalizante de influjo fenicio sobre poblaciones muy distantes. Por consiguiente, si en una necrópolis autóctona, como es el caso, se detecta a partir de un momento dado un cambio significativo en las pautas de enterramiento, acompañado de importaciones fenicias y de un grupo homogéneo de tumbas que, en contraste con las demás, presenta claras analogías con los enterramientos fenicios de la Ibiza arcaica y, por supuesto, con enterramientos similares presentes en algunas necrópolis “orientalizantes” ¿estamos obligados a pensar que todo ello no es sino el resultado de la aculturación?. Pero, sobre todo, cuando sabemos de la presencia estable de fenicios en el vecino asentamiento por la misma época. Es obvio, por otra parte, que no podemos pensar en una asimilación cultural, ya que todas estas “tumbas fenicias” se han descubierto, en muchos casos, en necrópolis en las que comparten, como en Les Moreres, el espacio funerario con enterramientos considerados de tradición autóctona, todo lo cual sugiere una convivencia, cuando no un mestizaje, entre fenicios y autóctonos, algo de lo que ya nos hablaban los textos antiguos (Estrabón, III, 2, 13: cfr: Belén: 2000, 308).

En lo que al ámbito funerario de esta realidad compleja, y posiblemente en parte mestiza, concierne, la valoración del sector arcaico de la necrópolis ibicenca de Puig des Molins resulta especialmente clarificadora, al igual que no menos lo resulta la presencia de un grupo homogéneo de enterramientos tipo “Cruz del Negro” en Les Moreres, necrópolis del asentamiento autóctono de la Peña Negra, donde, lo sabemos, residían de forma estable un número indeterminado de fenicios, mientras que, por otra parte, el empeño de catalogar culturalmente las necrópolis y sus enterramientos con datos arqueológicos obtenidos sobre todo de los ajuares encontrados en las tumbas debe ser sometido a discusión. En lo esencial, se acepta un contraste en los ajuares de las necrópolis “orientalizantes” que diferenciaría, principalmente, los enterramientos “principescos”, caracterizados por la presencia de objetos metálicos como jarros de bronce, recipientes rituales con asas de mano también denominados “braserillo”, quemaperfumes, páteras y calderos (Martín Ruiz: 1996, 23 ss; 2000), de los restantes, que presentan una gran diversidad, tanto en los componentes como en sus combinaciones, lo que se achaca a que conviven en ellas una multiplicidad de formas y ritos en los que, además, el prestigio no aparece aún claramente definido como consecuencia del cambio social que se produjo durante el “orientalizante” (Carrilero: 1993, 178 ss). Pero hasta ahora no se ha explicado porqué determinados grupos de la población autóctona escogen las formas y el ritual fenicio y otros no, ni como es posible que tales grupos adopten con tanta facilidad prácticas funerarias ajenas, mientras que en otras ocasiones, y en relación a actividades que implicarían niveles mucho más superficiales de aculturación, se muestran mucho más conservadores discriminando, por ejemplo, qué tipo de recipientes cerámicos se imitan y cuales no.
En cuanto a los enterramientos, se observa en la necrópolis de cremación de Les Moreres, fechada entre el siglo IX y mediados del siglo VI a.C., la extensión de prácticas y construcciones funerarias de tipo meridional, como los túmulos planos, los círculos de piedras hincadas y las plataformas ovales y cuadradas. Estas últimas son el precedente de las tumbas de empedrado que se generalizarán en la Contestania durante el período ibérico (González Prats, 1992, 143). Se trata de construcciones funerarias nuevas que dan idea de las transformaciones culturales experimentadas por el Sureste en su contacto con los agentes comerciales fenicios. Antes de la llegada de los colonos fenicios, Peña Negra presentaba algunos elementos próximos al horizonte cultural meseteño de Cogotas I, como las cerámicas de incrustación y de retícula bruñida o las viviendas circulares de barro.

González Prats (1992, 145) considera que durante el Hierro Antiguo el Sureste formó parte del ámbito orientalizante tartésico, fenómeno cultural ya más diluido al Norte del río Vinalopó, el cual pudo actuar por entonces como frontera entre grupos poblacionales con tradiciones diferentes.
Además de los objetos referidos, en la necrópolis de cremación del yacimiento, denominada Les Moreres, se recuperaron urnas arcaicas de tipo Cruz del Negro y un plato de barniz rojo de inicios del siglo VIII a.C. La interacción humana y comercial con el mundo fenicio fue incrementándose, de modo que Peña Negra, partícipe de la corriente orientalizante, experimentó en el siglo VII a.C. una formidable expansión urbanística. El asentamiento adquirió un perímetro amurallado y experimentó obras públicas y de aterrazamiento, alcanzando unas 30 hectáreas de extensión (González Prats, 1991, 112-113). Junto a la cerámica a mano local encontramos en Peña Negra cerámicas a torno de imitación e ingentes cantidades de cerámicas importadas, lo que nos lleva a hablar de la presencia estable de gentes fenicias. Estas gentes configurarían un barrio colonial especializado en tareas mercantiles y artesanales. La tumba de uno de estos artesanos apareció en el Camí de Catral; en su ajuar había una matriz de bronce ornada con motivos iconográficos de estilo oriental para la elaboración de medallones ovales huecos con decoración repujada.
Aparece un brazalete oval con decoración incisa que podría fecharse en el siglo IX a C.
 Aparece cerámica roja procedente de Anatolia.
 Se ha encontrado una vasija de cuerpo troncocónico con carena en el tercio superior, generalmente redondeada y con un borde corto reto o vertical marcado con el fondo ligeramente cóncavo.
 En les Moreres utilizaban urnas pintadas del estilo o del tipo Cruz del Negro realizadas a mano  en vez de a torno, como recipiente funerario en ambientes indígenas al menos desde finales del siglo VIII a C. apareciendo estos como parte del ajuar.
Diversos especialistas han puesto de manifiesto la influencia que ejercieron estos vasos fenicios sobre las cerámicas arcaicas procedentes  de la última edad el bronce.
De hecho, más que como resultado de un estudio directo de los materiales, este importante grupo de cerámicas andaluzas era conocido, sobre todo, a través de sus imitaciones ibéricas o de sus precedentes mediterráneos, ya que las urnas de la Cruz del Negro permanecen todavía inéditas, a excepción de muy pocos ejemplares.
El ritual funerario consiste en la incineración en urnas depositadas en fosas próximas a la pira; de los hallazgos se deduce que una vez incinerado el cuerpo del difunto, las cenizas eran tamizadas y separadas de los huesos calcinados, los cuales eran colocados en la urna, junto con los objetos de uso personal; la urna y el ajuar se depositaban sobre las cenizas en un orificio practicado en el suelo, al lado de la pira funeraria, esta última situada en una fosa rectangular poco profunda.
En el mismo ritual funerario, descrito más arriba, la presencia en la necrópolis de varias urnas cinerarias hechas a mano y acabadas mediante la doble técnica de superficie bruñida en el cuello y superficie rugosa en el cuerpo? los objetos de bronce y hierro que acompañan a las urnas, todo en suma denota una facies cultural claramente tartésica y local.

Si bien algunos ejemplares se eilcuentran bastante deteriorados, prácticamente todas las urnas llevan decoración pintada geométrica. Ésta consiste en anchas franjas de engobe, a veces bruñido, de color rojo oscuro, delimitadas por una o varias bandas pintadas de color rojo o castaño negro

 Una serie de elementos, tales como el ritual funerario, quizá permitan relacionar a este yacimiento, no tanto con el ambiente cultural de las factorías fenicias de la Costa Mediterránea, sino más bien con la facies cultural indígena orientalizante propia de La  Albufera de Elche. En consecuencia, cabría pensar en un fenómeno
de homogeneidad cultural y étnica de todos estos grupos, independientes del foco fenicio-cartaginés.
De hecho, el que existan en ocasiones ciertas dificultades en distinguir a primera vista un enterramiento local de uno fenicio no es del todo extraño. Resulta perfectamente lógico pensar que los primeros beneficiados del comercio fenicio en la Península fueron ciertos elementos privilegiados de la sociedad contestana, los cuales controlaban, sin duda, toda la riqueza ganadera y agrícola.
La uniformidad de las pastas, cocción, tratamiento de superficie y tipología señalan un mismo taller de origen, cuya producción se inicia a principios del siglo VII a. de J. C., o acaso antes, perdurando hasta el siglo VI a. de J. C. Dicho taller abastece a un mercado muy concreto y todo nos induce a suponer que operó en territorio ibérico, con una cierta independencia con respecto al área de ocupación fenicia.
Son precisamente estos talleres, que habría que denominar púnicos., por cuanto que son netamente occidentales y radicados en el interior, los que mayor influencia ejercerán sobre la producción local indígena. No son las formas características de la cerámica fenicia del litoral (jarros de boca de seta o trilobulada, lucernas, platos de barniz rojo) las que serán imitadas por la población autóctona, sino las formas del tipo Cruz del Negro.
Estas formas ibéricas, que derivan del tipo turdetano.no parecen perdurar más allá del siglo IV antes de J. C. Su cronología coincide, por otra parte, con un momento de expansión de importaciones fenicias y tartésicas, que afecta sobre todo a los poblados levantinos, tales como Vinarragell y los Saladares. alcanzando hasta las bocas del Ebro, donde se comprueba la existencia de importaciones e imitaciones ibéricas bastante arcaicas.
La cerámica roja de Les Moreres permite probar la existencia de importaciones orientales en la Península Ibérica y, por tanto, de relaciones comerciales en el III milenio a.C. entre ambos extremos del Mediterráneo

En una de las tumbas  apareció una cuenta de collar de pasta vítrea azul oscuro con tres ojos formados por incrustación de hilos de pasta vítrea blanca, del mismo tipo que únicamente se había documentado en la necrópolis correspondiente de Les Moreres, habiendo perdido allí la incrustación blanca. Estos ejemplares de origen fenicio inauguran la presencia en nuestra Península de las cuentas denominadas “de ojos” que llegarán a ser más características del mundo púnico.
De la necrópolis de Les Moreres poseemos un ejemplar  de brazalete con cinta de sección romboidal.
Procedentes de varias sepulturas de Les Moreres son numerosas cuentas de collar simples fabricadas con tramos de cinta de bronce arrollados, del tipo que aparece también en los estratos de habitación de Peña Negra.
En diferentes tumbas se han hallado varias cuentas de oro.

Disponemos de muy pocos elementos de juicio paro calibrar el mundo funerario de PN II. Es posible que Les Moreres sólo albergara las primeras tumbas de la fase orientalizante de la ciudad —si no a los primeros recién llegados--’. La magnitud de ésta, con varios centenares de viviendas, nos obliga a reclamar una necrópolis diferenciada siturnia seguramente en otro punto del complejo arqueológico.
En el poblado se sigue con la tradición de enterrar a los recién nacidos fallecidos en el ámbito doméstico, si bien ahora incinerados. La abundancia de vasos E II en el poblado se explica así por tratarse.
 Tal y como sucede en el resto del mundo tartéssico, del contenedor cinerario por excelencia en les Moreres