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miércoles, 23 de noviembre de 2011

NECROPOLIS DE EL MOLAR


La necrópolis ibérica de El Molar está situada entre los términos municipales de San Fulgencio y Guardamar del Segura. Está al pie de la vertiente sur de la Sierra del Molar, a unos 30 metros de altitud, lindando con los terrenos húmedos y pantanosos que constituían el antiguo estuario del Segura. Su posición en época ibérica sería el borde del inmenso remanso que formaría el río en su desembocadura, ya que la Sierra del Molar quedaría prácticamente como una isla o península rodeada de marismas. Al este de la necrópolis hay una zona de médanos y dunas, cerca ya de la costa actual. La necrópolis de El Molar se halla en la falda de la pendiente sobre la que se asienta el poblado ibérico de El Oral, mientras que el otro poblado ibérico de la Sierra, el de La Escuera, queda algo más distante. En 1908 Ibarra dio noticia del descubrimiento de una escultura acéfala de toro ibérico en la Sierra del Molar. Dos décadas después se dio a conocer oficialmente la existencia de la necrópolis, en cuyos alrededores las labores agrícolas habían sacado a la superficie cerámicas, piedras labradas, restos de bronce y unos pendientes de oro. La Comisión Provincial de Monumentos de Alicante financió las campañas arqueológicas realizadas en la necrópolis en los años 1929 y 1930, las cuales fueron dirigidas respectivamente por Lafuente y Senent. En 1982 Monraval llevó a cabo nuevos trabajos en la necrópolis, dando a conocer los restos de un probable banquete funerario (1984 a y b), incluyendo materiales de elaboración local y de importación griega fechables en el primer cuarto del siglo IV a.C. La vajilla aludida, compuesta por platos, copas y ánforas, estaba acompañada por un mango de cuchillo en hueso y restos de fauna doméstica consumida “in situ”.

En el estudio de la necrópolis de El Molar, y debido a las circunstancias de su excavación, se hace difícil asociar ajuares funerarios completos y seguros con tipos concretos de deposiciones funerarias. En la necrópolis se dieron tanto las inhumaciones como las incineraciones, siendo estas últimas más numerosas y recientes. Las incineraciones realizadas en el lugar estuvieron sometidas a un ceremonial vistoso, que incluía banquetes, libaciones, danzas y ofrendas funerarias (Monraval, 1992, 125-128). En los “ustrina”, después de encendida la pira y consumido el cadáver, se procedía a una serie de ofrendas en favor del difunto. Algunas estructuras de forma cuadrangular, recubiertas de un pavimento a base de valvas de moluscos, pudieron haber sido utilizadas para el lavado de los huesos tras su cremación. Los objetos musicales documentados, como címbalos y crótalos, nos permiten imaginar los bailes que se efectuarían en la necrópolis con motivo de las incineraciones. Entre los objetos más comúnmente ofrecidos a los difuntos estaban las armas, como puñales, cuchillos y lanzas, y los elementos de uso personal, como joyas de oro y plata, fíbulas de codo y anulares, botones, y broches de cinturón de uno o más garfios. Los hoyos, delimitados o no por piedras y a veces protegidos por enyesados, contenían los restos cremados y las ofrendas, bien directamente o en urnas. Éstas podían ser de orejetas perforadas, bitroncocónicas, derivadas del tipo Cruz del Negro, o globulares de cuello cilíndrico, documentándose también como recipiente funerario de época más avanzada las cráteras áticas de figuras rojas, relacionadas con el concepto de urna-casa funeraria. Los ajuares podían ir dentro de las urnas o junto a ellas. Las urnas podían cerrarse con sus tapas, con tapones de yeso o con una losa de piedra, que a su vez servía para cubrir el hoyo. Todo indica que la necrópolis de El Molar contó también con “larnakes” (cajas funerarias en madera y piedra) y con cenotafios, dedicados a los muertos cuyos restos no habían sido recuperados.

El vertido ritual de perfumes se realizaría mediante los aguamaniles atestiguados, mientras que la libación de vinos está relacionada con las copas, escifos, fragmentos de hidria y ánforas áticas.
No se han documentado en El Molar los típicos vasitos ibéricos para libaciones, ni las falcatas características de época Ibérica Plena. Monraval (1992, 126) plantea que quizás la asunción de ciertos ritos funerarios de corte griego y oriental no llegó a ser plena en El Molar, sino que más bien se darían reformulaciones propias de dichos rituales, explicados y difundidos por los comerciantes foráneos. Debieron de existir en la necrópolis importantes monumentos funerarios, si bien los restos escultóricos conservados no son muchos. Corresponden principalmente a representaciones de toros y leones. Junto a las incineraciones, están presentes en El Molar las inhumaciones, tanto en pozo como en cista. Los materiales más probablemente vinculados a estas inhumaciones son las joyas de oro, los aguamaniles de bronce, los escarabeos y una cuenta de collar de pasta vítrea. Parecen tumbas del período orientalizante, pues manifiestan una clara influencia fenicia, con paralelos en las necrópolis de Villaricos y El Jardín. Es posible que estas fosas contuviesen el cadáver en una caja de madera. Ya Lafuente apuntó la probable existencia de sarcófagos basándose en el hallazgo de cantoneras, tachuelas y cuernecillos de bronce, que podrían ser adornos de los féretros. La inhumación en cista documentada en El Molar está formada por seis losas de piedra apenas labradas, que forman un habitáculo rectangular para el esqueleto.
La tipología de los materiales permite defender para la necrópolis una cronología centrada entre el 570 y 525 a.C. y entre el 430 y 375 a.C., describiendo por tanto dos fases diferenciadas. La fecha inicial nos la dan los fragmentos de copa de Siana, y la final las cerámicas áticas de barniz negro. En cuanto a las armas del yacimiento es preciso reseñar sus curiosas tendencias tipológicas célticas. La necrópolis de El Molar dejó de utilizarse unos cincuenta años antes que la necrópolis cercana de Cabezo Lucero, lo que indica que la desaparición de los enclaves ibéricos se debería más a factores propios de cada poblado que a causas de índole regional. El espacio funerario de El Molar se articularía con elementos arquitectónicos encargados de soportar las esculturas animalísticas, si bien este tipo de monumentos no estaría asociado a todas las sepulturas, sino sólo a unas pocas. El abandono de la necrópolis se produjo sin síntomas de violencia, pues incluso las esculturas funerarias están menos destruidas que en otros cementerios ibéricos.