Influjo
semita
La llegada de los fenicios al Occidente a finales del
segundo milenio a. C. y el asentamiento de una serie de enclaves costeros, ya
que la conquista del territorio No se dio hasta la llegada de los Bárquidas,
después de la Segunda Guerra Púnica, motivaron una profunda semitización de la
religiosidad de los pueblos hispanos, que más directamente se pusieron en
contacto con ellos, o sea de los iberos y de los turdetanos, pueblos que tenían
una religiosidad, heredada
de la Edad del Bronce, de dioses de la
fecundidad en su más variado aspecto, que era un excelente caldo de cultivo
para las diosas fenicias, como Astarté, que era también una diosa de la
fecundidad.
Este fenómeno del impacto fenicio de la religiosidad
de los nuevos colonos, es parecido al que hubo también procedente de Fenicia
sobre la religiosidad de Israel.
Los turdetanos y los iberos aceptaron los
principales dioses fenicios y los rituales funerarios.
Dioses fenicios
Astarté gozó de gran predicamento entre los
turdetanos, como lo indican sus imágenes de culto, que siguen modelos traidos
de Oriente, que fueron fabricados en Occidente, como las Astartés del Carambolo
y del Berrueco, fechadas en el siglo VII a. O, que imitan las imágenes de Astarté
sobre marfil del Fuerte de Salmanasar III en Ninrud, e imágenes de la diosa de
la fecundidad de gemas chipriotas, de Cástulo, s. VI a. O, que son imitación de
bronces de
Hama, y de Galera, s. VII a. C, entronizada
entre esfinges según una costumbre bien documentada en los llamados tronos de
Astarté, tan numerosos en la costa fenicia. Una imagen de Astarté alada y con
cabeza de la diosa egipcia Hathor, está esculpida en un
relieve del Pozo Moro, de comienzos del s. V a.
O El bocado de caballo de Sevilla es otra versión de la misma diosa de la
fecundidad entre aves acuáticas y flores de loto en las manos. Su fecha es del
s. VI a. O Una Astarté, la Tanit de los cartagineses, es probablemente la diosa
sentada de Baza, del s. IV a. C, que es una urna y quizá la Dama de Elche,
fechada en el s. IV a. C, que sería otra urna, a juzgar por el hueco que tiene
en la espalda. Las diosas de la fecundidad tienen el carácter también de diosas
de ultratumba.
Una diosa de la fecundidad entronizada es la
diosa Kurotrofa de la Serrata de Alcoy, con su símbolo, la paloma y un
par de niños en brazos. Esta terracota indica que en su culto participan
aulistas, como es frecuente fuera la la Península Ibérica. La misma diosa de la
fecundidad, en su carácter de kurotrofa, se ha hallado en otras
imágenes, con niños, en el Cabecito del Tesoro y en el Valle de Abdalaxis.
La dama ibérica entronizada del Cabecito del Tesoro,
representa muy probablemente a la Diosa Tierra, cuya imagen es también una dama
de Mazarrón, como lo indica la inscripción.
Sobre la cerámica de Elche, de época
helenística, hay representada una diosa alada, una vez entre caballos
rampantes, y otras veces rodeada de sus atributos, flores, animales, aves y
peces, indicando que es la diosa de la fecundidad humana, vegetal y animal.
En el
Oriente, Astarté es la señora de los caballos. Es la misma diosa alada delante
de una esfinge, que representa una escultura de Illici. Las pinturas de Elche,
de época helenística, confirman la existencia de danzas sagradas vinculadas con
esta divinidad femenina, identificada con luno en una moneda de Illici, cuyo
nombre se lee en el arquitrabe de un templo, y que era la diosa principal de la
ciudad.
Se representan dos bailarinas con los brazas levantados en
alto, vestida una de ellas con chiton, rodeada de los atributos de la diosa.
Esta diosa tenía un compañero (Sagunto, Mogón, Balones, Villaricos y Llano de
la Consolación), como es frecuente en el Oriente, una deidad masculina
acompañada de caballos, de la que se conocen varios relieves hallados en la
Península Ibérica y un bocado de caballo procedente de Cancho Roano (Badajoz).
Con esta diosa protectora de los caballos hay que vincular el santuario del
Cigarralejo, a cuya divinidad se ofrecían exvotos de caballos, en
piedra, siendo este tipo de exvotos una característica de
este santuario, que le emparenta con otros santuarios del ámbito mediterráneo
con exvotos de caballos, como el de Artemis Orthia en Esparta, dedicado también
a una diosa de la fecundidad. Es probable que los relieves con caballos de
Ilurco (Pinos-Puente, Granada) estén en relación con algún santuario de una
deidad especialmente vinculada con caballos,animal que abunda en Hispania
Antigua y que eran muy utilizados en la guerra.
Representaciones del árbol de la vida, que siguen modelos
orientales, ya muy estilizados, han aparecido en broches de cinturón de épocas
tartésica en Medellín y Niebla y sobre la cerámica de Azaila, de finales de la
etapa helenística, como indicó Poulsen ya en 1915 por vez primera y en pintura de
Illici con leones rampantes. Es muy
probable que en los relieves arquitectónicos de Cástulo y de Osuna, con temas
vegetales, se tengan representaciones del árbol de la vida, ya muy estilizadas.
Sobre un vaso de Liria se representó el signo de Tanit.
En una terracota de Alicante se representó muy
probablemente una osera, una cueva rodeada de troncos de árboles
cortados, lo que indica un influjo grande de la religión fenicia sobre la
ibera.
Esta diosa de la fecundidad de origen fenicio era del
mismo carácter que la Artemis efesia, cuyo culto trajeron al Occidente los
Focenses, y a la que se rendía culto con los mismos rituales que en la
metrópolis entre los iberos (Str. 4. 1. 4. 5). Templos dedicados a ella
existían en Hemeroscopenion y en Ampurias (Str. 3. 4. 8).
Estrabón puntualiza en el primer texto que los iberos
sacrificaban a la manera de los
griegos, lo que indica una penetración profunda de la religiosidad griega entre
los iberos. Una Artemis acompañada de ciervos se representa en una escultura de
Obulco. Estrabón (3. 2. 13) menciona un templo dedicado a Atenea en Iberia,
ignorándose su emplazamiento. Imágenes de Atenea han aparecido
en Obulco, Priego, Baena y Cerro Muriano; quizá
estuviera en esta zona su templo. Otros dioses fenicios cabe recordar como
Adonis, cuyo culto debieron traer los colonos fenicios a Occidente, que se
conservó hasta época de la persecución de Diocleciano, según la tesis de F.
Cumont, siguiendo un ritual antiquísimo, distinto del celebrado en el Oriente
durante el Imperio Romano.
Reshef también fue venerado entre los
turdetanos, en época tartésica, imágenes suyas han aparecido en Huelva. Cádiz,
Hispalis, etc. Una serie de bronces, que representaban guerreros, podían ser
imágenes de este dios traido por los fenicios a Occidente, como el llamado
Guerrero de Medina de las Torres. Un dios de carácter guerrero, armado de
escudo y de lanza, encaja perfectamente en unos pueblos para los que la guerra
era la ocupación más noble de los varones (Str. 3. 4. 5 ).
Destrucción de imágenes religiosas. Toda la
escultura ibera es de carácter religioso y muy probablemente también todos los
capiteles y relieves arquitectónicos. La escultura ha llegado muy mutilada,
violentamente utilizada como material de rehecho en tumbas (Cabecico del Tesoro,
Cigarralejo, Corral de Saus, Peal de Becerro, Cástulo), o en pavimentos de
calles, como en Illici. Se documentan dos grandes destrucciones, a finales del
siglo V a. C. y en el paso del s. IV al III. Se ha pensado que estas
destrucciones sean obra de los cartagineses, pero podrían ser obra de las
continuas razzias y luchas de unos
pueblos contra otros, de las que habla Estrabón (3. 4. 5). No parece que se
pueda oensar en un cambio
de la religiosidad.
La diosa
ibérica de los caballos tiene un precedente exacto en dos Potnia
Hippon halladas en el templo B de Prinias. La figura con palmas en las manos es
una copia ibérica de la potnia andróphora de Árcales, Creta. Exactamente lo
mismo que la potnia del Zarcillo de Santiago de la Espada responde a un
prototipo etrusco de finales del siglo VI a. C.
Las
representaciones de la diosa griega protectora de caballos, que más o menos
serían contemporáneas de la pintada sobre la cerámica ibérica, son de distinta
forma. En un vaso, hoy en el Museo de Florencia, Atenea, de perfil, entronizada
y con casco, abraza a un caballo.
La diosa alada entre rampantes caballos de Elche obedece a
un prototipo de divinidad protectora de caballos, que de sexo masculino, se
encuentra en Chipre, Peloponeso, Creta, Etruria e Iberia. La religión ibérica,
exactamente igual que la escita recibieron este tema del mundo griego. En el
arte escita la potnia hippon está de pie entre dos caballos, posados sobre sus
cuatro patas, de frente. Se ha avanzado mucho en este campo en los últimos
años; hasta hace poco tiempo sólo se tenían claras pocas cuestiones: que se
trataba de una religión politeísta y ligada a la naturaleza (la ubicación de
los santuarios se llevaba a cabo en las zonas donde abundaba el agua, los
llamados “Sacra Loca Iberica”). Hoy se sabe que frente a nuestra
concepción actual de un espacio religioso bien definido (un templo que albergue
la imagen de la divinidad) y perfectamente separado de la vida profana o
cotidiana, en el mundo ibérico esto no era así. Hemos de imaginarnos una diversidad
y una relación mayor, e incluso más espontánea, de lo sagrado con los diversos
espacios de la naturaleza y con todas las esferas de la vida. Algunas
manifestaciones del espacio sagrado ibérico se parecían más al ambiente festivo
y abierto en torno a una ermita, con procesiones, devotos, fiestas, comidas,
altares, danzas, contacto con la naturaleza...
El campo, las cuevas, las
montañas, las fuentes, la casa, la ciudad o el cementerio pueden convertirse en
espacios sagrados donde se desarrolla el pacto de los hombres con los dioses o
los antepasados a través de rituales complejos, individuales y colectivos. Los
iberos tuvieron diversas formas de espacio religioso. Conocemos pequeñas
capillas dentro de las casas; santuarios relacionados con las ciudades; santuarios
intercomunitarios a los que acceden gentes de diversas ciudades; y santuarios,
generalmente costeros, relacionados con el comercio.
Los santuarios ibéricos se
caracterizan por la gran riqueza de exvotos que acumulan (en piedra, bronce,
terracota, con formas antropomorfas, etc.). No faltan santuarios en los que los
exvotos representan no al humano sino al animal (sobre todo al caballo, al asno
o al mulo, de enorme importancia en esta Cultura Ibérica.
En primer lugar, destacaremos el
Santuario de La Quéjola (San Pedro, Albacete).
El santuario en este caso está
constituido por una simple capilla, ubicada en la parte norte de la casa nº 2
del poblado. El motivo inicial de la excavación del yacimiento fue el
descubrimiento fortuito de un timiaterio (quemaperfumes) que consiste en una
figura en bronce de una imagen femenina totalmente desnuda, que ha sido
interpretada como una posible representación de una hetera en relación con el
culto a Astarté. Esta imagen desnuda (que aparece con una flor de loto en la
cabeza y portando una paloma en la mano) se relaciona, en el marco de la
mentalidad ibérica, como una servidora de la divinidad y una protectora de la
comunidad.
A continuación pasaremos a Illeta
dels Banyets (Campello, Alicante).
Aparecieron en este poblado
ibérico dos templos religiosos. Por lo que se refiere al llamado templo A, se
trataría de un pequeño edificio (aún así el mayor de los dos), con su eje mayor
y puerta orientados hacia el oeste, dando a una calle del poblado. La fachada
presentaba una puerta de 6 metros de anchura con dos columnas de piedra caliza,
y planta octogonal; tras ella, un pequeño espacio de la misma anchura que la
fachada y unos 1,20 metros de profundidad, que da acceso a tres naves, la
central más ancha que las laterales. Parece que el edificio se cubría con un
tejado a dos aguas, formado de ramas o troncos. Se hallaron abundantes restos
cerámicos, quizá debido a la función de almacén que en algún momento pudo haber
desempeñado el edificio; igualmente, se halló un resto escultórico, una cabeza
masculina que quizá correspondiese a una figura que alcanzaría 1,5 m. de
altura, y que se ha interpretado como una posible imagen de culto, que se
encontraría situada al fondo de la cámara central.
Al oeste del templo anterior se
halló otra construcción igualmente interpretada como templo (el B), del que se
conocen dos fases. Se trataría de un recinto que encerraría un espacio a cielo
abierto, en el que se hallaría un pequeño altar en piedra caliza, seguramente
destinado a quemar perfumes. Aquí se rendía culto a una divinidad masculina y
otra femenina.
Las necrópolis ibéricas, fechadas
desde fines del siglo V hasta el siglo 1 a.c., reflejan la estructura de la población con diferencia en la clases. A partir de esta evidencia, la hipótesis de que las tumbas y lugares sagrados. (Este evento se analizará) están usando los mismos símbolos para expresar las mismas ideas sobre el paisaje, la ordenación del territorio, el fortalecimiento de las instituciones y la cohesión social. Conocida
como la tumba del Señor para mostrar fuertes vínculos entre la religión y el gobierno, hasta el punto de que el paradigma del poder es el modelo del dueño de las deidades santuario, la Gran Diosa de Iberia.
Fase Final y agotamiento (siglos III- I a. c.):
Coincide con el avance bárcida, conflictos y consecuencias
de la segunda guerra púnica. Se caracteriza por el empobrecimiento del aparato
externo y de los ajuares (pese a responder al rito conservador), incluyendo
materiales itálicos. Disminuye el número de enterrados, hecho que puede estar
distorsionado por lo somero de las sepulturas y el
aprovechamiento agrícola.
Esta escueta síntesis sirve de punto de partida para abordar
aspectos religiosos inherentes al mantenimiento y reproducción
del sistema político y social de los poblados y cuestionar hasta qué punto se
pueden extraer inferencias significativas que lleven a diagnosticar que
Necrópolis y Santuario utilizan el mismo lenguaje simbólico para expresar una
ideología compartida; es decir, si la filosofía del orden divino y la adoptada
por el gobierno de los hombres se rigen por los mismos cánones.
La unión con los ancestros y
la legitimación de los dinastas o cabezas más recientes de las gentilidades
tienen su eco en la estratigrafia funeraria.
Los cultos y ritos funerarios ibéricos reflejan la
organización y la evolución socio-ideológica de la sociedad ibérica,
marco de referencia para dicho análisis.
En una fase inicial, los cultos funerarios ibéricos derivan
de la creencia en monarquías sacras orientalizantes de origen tartésico. Éstas,
a partir del siglo V a. C ., evolucionan hacia monarquías heroicas,
evidenciadas por heroa y ricas panoplias funerarias, a su vez
sustituidas a lo largo del siglo IV a.c. por tumbas más isónomas y menos
suntuosas de guerreros aristocráticos. Esta evolución prosigue hasta la
dominación bárquida, tras la que se aprecia cierto renacimiento de monumentos
monárquicos y una mayor generalización de las sepulturas antes de
ser absorbido el mundo ibérico por la romanización.
En conclusión, los cultos y ritos
funerarios junto a los santuarios urbanos con ellos relacionados constituyen la
mejor documentación para conocer la estructura socio-económica e ideológica de
la Cultura Ibérica, reflejando su personalidad, fruto de la evolución de su
substrato cultural y de los influjos recibidos de los contactos coloniales del
Mediterráneo.
El análisis de los ritos y creencias del mundo
ibérico es uno de los aspectos más interesantes de dicha cultura. Pero si el
estudio de las necrópolis ha sido siempre uno de los aspectos más atractivos de
la Arqueología Ibérica, por el interés hacia sus ricos hallazgos, sin embargo,
hasta ahora su estudio se ha llevado a cabo con una metodología
descontextualizada del sistema cultural correspondiente, lo que restaba validez
a las interpretaciones y las posibilidades de contrastar datos y resultados.
Sólo en fechas más recientes la interpretación de las necrópolis ha permitido
reconstruir su organización social y aproximarse a su mundo ritual e
ideológico, al abrir los usos y creencias funerarias la vía para penetrar en su
mentalidad y conocer su visión del mundo y de la vida, lo que explica
el creciente interés actual por la denominada «Arqueología de la Muerte»
Para avanzar en el significado de los ritos funerarios
ibéricos es esencial establecer su relación con el significado ideológico
subyacente, campo hasta ahora a penas estudiado por falta de análisis
oportunos. Por ello, esta aproximación al sistema ideológico ibérico parte del
contexto que ofrece su propio sistema cultural en su evolución diacrónica, ya
que algunos datos de su cultura material permiten conocer la evolución de su
estructura socio-económica y política, aspectos necesariamente
interrelacionados cuyas peculiares características constituyen el marco de
referencia para llevar a cabo el análisis objetivo del sistema ideológico del
mundo ibérico.
Pero la Cultura Ibérica abarca más de medio milenio
de duración y se extendió desde el corazón de Andalucía hasta el Herault, en el
Mediodía de Francia, con evidentes diferencias internas, étnicas y sociales,
que sólo muy recientemente se han comenzado a valorar. Por lo tanto, hay que
tener en cuenta que existe un doble substrato cultural, tartésico en las áreas
meridionales y de los Campos de Urnas (CU) en las áreas septentrionales, con
lógicos contactos mutuos. Al mismo tiempo, también debe tenerse en cuenta su
interacción con el mundo colonial, fenicio, griego, púnico y, finalmente,
romano, dentro del contexto circunmediterráneo del mundo Antiguo del cual recibió
estímulos que necesariamente influyeron en su propia evolución, atenuando o
acentuando la diversidad interna.
A
inicios de este siglo se inician las excavaciones del Llano Consolación (Zuazo
1916) y se acumulan datos sobre necrópolis mientras se desarrollan las
discusiones sobre el origen del Arte y la Cultura Ibéricos
Hacia 1920 ya se publican las necrópolis de Tugia y Tútugi a
las que se podría añadir en los años 1930 las de El Molar y La Albufereta en la
costa alicantina. En los años 1940 se excavan las de Azaila y en el
Sureste Las necrópolis del Cabecico del Tesoro El Cigarralejo (Cuadrado 1987),
el Llano de La Consolación y la de
Enserune en el Rosellón a las que se une la publicación de Las Necrópolis de
Ampurias, obra que pasó a ser entonces el modelo de estudio y publicación
de estos yacimientos. En los años 1960 se excavan necrópolis andaluzas, como
Castellones de CEAL y La Guardia (Blanco 1959; y, paralelamente, las de Can
Canys en Tarragona y Solivella en Valencia (Fletcher 1965), que ampliaron la
variedad y personalidad de la cultura ibérica.
Estos hallazgos llevaron a suponer que el rito
funerario ibérico era de incineración en urna formado necrópolis,
considerándose con ello el tema del ritual prácticamente resuelto, como
reflejas obras de síntesis y monografías sobre áreas culturales pero esta idea resultaba simplista y poco
ajustada a los crecientes datos
arqueológicos. Algunos años después se empezó a comprender su complejidad real
y, en consecuencia, la investigación actual evidencia en las necrópolis
ibéricas una diversidad de ritos y de estructuras o «paisaje» con notables
variaciones cronológicas y geográficas. En ello ha influido la nueva
documentación y los innovadores supuestos metodológicas procedentes de la New
Archaeology, que en estos últimos años han permitido reinterpretar las
necrópolis ibéricas, apreciando variaciones diacrónicas que reflejan la
evolución socio-cultural de la sociedad ibérica, variaciones geográficas que
indican diferencias étnico-culturales y variaciones sincrónicas dentro de una
necrópolis que ayudan a conocer la composición jerarquizada de la propia
sociedad ibérica cuya estructura quedó fosilizada en ella.